Por alusiones
Mi viejo amigo y compañero Eduardo Haro Tecglen, a quien nunca he llamado 'rojo', también incurre en el muy extendido uso gratuito del término 'fascista' (EL PAÍS, día 7). A estas alturas, el debate 'fascismo-antifascismo', como el debate 'franquismo-antifranquismo', es pura logomaquia que carece de sentido y nada me conmueve.
Sin embargo, el veterano debate Haro-Aguinaga, con el que tan buenos ratos hemos pasado y todavía pasamos en Internet, es un debate interminable en el que Haro, como el comunista del libro, morirá por la fe, diga lo que diga Aguinaga, por muchas tesis doctorales que le echen.
Hace cuatro años (EL PAÍS, 27 de agosto de 1997) ya le expliqué a Haro que la del joseantoniano es una actitud ética e intelectual, antípoda de fascista, término que generalmente se utiliza como insulto y no como referencia histórica (de lo que tanto habría que hablar). Y que, en tinta de periódico, han sido motejados de fascistas no sólo ETA, Francisco Umbral, el presidente del Barça, Felipe González y Adolfo Suárez, sino también la perfección, la naturaleza, el carril-bus, el verbo 'trascender' y el antifascismo (fichas a disposición). Personalmente, desde mi juventud (me someto a la prueba de la hemeroteca), he rechazado la conceptuación de fascista, en primer lugar, porque así lo aprendí en José Antonio ('Fenómeno español por los cuatro costados', según Rosa Chacel). Pero José Antonio, al cabo de 65 años, sigue siendo un desconocido ('Ce méconnu', según Arnaud Imatz, en Le Monde, París, 30 de octubre de 1983), víctima de la deformación, de la ignorancia y del prejuicio partidistas.
No me escurro de la diana de mi viejo amigo y compañero, querido, por supuesto. Por si le sirve de orientación, se me puede encontrar en ese ámbito agónicamente orteguiano, que el profesor Sotelo, certeramente, ha recordado como 'la falange ideal' (La España problemática de Pedro Laín, EL PAÍS, día 5), eso sí, previa convergencia en lectura y estudio, más allá de tópicos e improperios.
Para ello, otra condición sería la de disponer de la libertad de expresión que no dispongo (Haro, en Cartas al Director, y Aguinaga, en columna, propuse en 1997). Se lo dije simpáticamente, no hace mucho, a don Jesús de Polanco, que me respondió con tanto humor como inteligencia: 'No. Usted tiene libertad de expresión, lo que ocurre es que no la puede ejercer'.
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