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Reportaje:LAS LUCES DEL ISLAM

El islam en el mundo

Oponer cultura islámica y cultura occidental supone caer en una dualidad agresiva que poco tiene que ver con la realidad y que olvida las conexiones entre el monoteísmo de las tres religiones del libro o el sentimiento de injusticia provocado por el colonialismo en algunos países árabes.

Hay unas convergencias culturales evidentes entre las diversas comunidades de creyentes musulmanes ('el islam') y el resto del mundo, convergencias del pasado, lejano y próximo, del presente y también del futuro.

Los mitos árabes de beduinidad esconden mal el carácter urbano y helenístico de las sociedades islámicas primitivas
La cólera y el odio, tan denostados generalmente, son un sentimiento de defensa de los afectados por una injusticia

Cuando se opone islam a Occidete, u Occidente desarrollado a las sociedades 'en vías de desarrollo' -'pobreza' de muchos-, o también un islam religiosamente puro frente a un pervertido mundo moderno, se expresa unas fáciles dualidades y unas bipolaridades agresivas, sea en ambientes islámicos o en el resto del mundo. No se respeta así una realidad social -cultural y hasta religiosa- tal y como se encuentra vivida por los musulmanes, en el pasado y en nuestros días. Y son muchos millones de personas, también en Occidente, los que viven y expresan intensamente algunas de esas dualidades, en el mundo de hoy. Un poco más de realismo, al analizar las situaciones concretas o globales del mundo, puede ayudar a comprender, respetar y procurar una más que necesaria complejidad, en las relaciones del islam con el conjunto de la realidad mundial, incluida la llamada cultura occidental.

Lo primero sería recordar y reconocer la frecuente convergencia del islam con otras culturas, en el pasado.

El islam, como religión y como forma específica de sociedad, nace en una región desértica, pero en manera alguna en una región aislada. La Meca y Medina se encuentran en unas redes caravaneras en el centro del llamado Creciente Fértil, el semicírculo que desde el Golfo (Pérsico, o Árabe, o de Basora) une Mesopotamia con el valle del Nilo, por la región sirio-palestina. Esas rutas caravaneras y las rutas marítimas del mar Rojo, siempre difíciles, unen también el Mediterráneo con Yemen, al sur, y África oriental de Abisinia y el océano Índico, al oeste y al este.

Esta imagen geográfica expresa también una serie de orientaciones religiosas y culturales: la inserción del islam en unas corrientes religiosas judías y cristianas, presentes en el monoteísmo del Corán, base de las creencias islámicas. Culturalmente, los mitos árabes de beduinidad esconden mal el carácter fundamentalmente urbano y helenístico de las sociedades islámicas primitivas de La Meca y de Medina, con sus elementos persas, egipto-nilóticos e índicos. El modo urbano de vida no se opone a una economía basada mayoritariamente en la agricultura y la ganadería. Esos sustratos comunes primitivos, religiosos y culturales, explican la rápida expansión del islam quizá mejor que milagros religiosos o conyunturas político-económicas, desde las antiplanicies iraníes y las llanuras fluviales de la India hasta el fondo del Mediterráneo y de los desiertos saharianos. Y una de las causas de la permanencia del islam durante tantos siglos ha sido su simbiosis inicial de una fe religiosa con una cultura y lengua concreta, la árabe, simbiosis que se repetirá, con variantes, en el mundo persa, beréber, turco, indio... y moderno, donde la religión musulmana es profesada por unos 1.200 millones de creyentes, en toda clase de situaciones culturales, hasta en sociedades de gran capacidad integradora, como Estados Unidos o Argentina.

Si de los orígenes del islam se discurre por los siglos de historia hasta nuestros días, pueden observarse continuas y muy estudiadas síntesis de mutuas influencias con otras culturas. Al Ándalus y Europa occidental no son más que un ejemplo. Pero el mundo moderno actual impregna, en las múltiples actividades de la vida, toda la cultura de las sociedades islámicas, en convergencias con el resto del planeta.

Al lado de las convergencias en vivencias comunes, hay evidentemente factores de divergencia, especialmente creencias y algunos preceptos religiosos tradicionales, signos de una identidad asediada por la modernidad uniformadora. Son elementos de diferencias, como los de las lenguas, los de los grupos étnicos y religiosos o los de las naciones modernas. Es un problema que conocen otras religiones y todos los nacionalismos, dentro de la propia sociedad occidental. Lo conoce el cristianismo multiforme de América del Norte y del Sur, y de Europa occidental y oriental, que han pasado de unos exclusivismos territoriales a un notable -aunque nunca perfecto- ecumenismo de convivencia, en el mundo moderno. Esta simbiosis de convergencias la conocen también los diversos nacionalismos modernos, que han acabado aceptando el internacionalismo de convivencia, a pesar de sus tensiones y deficiencias.

La bipolaridad agresiva, de exclusión y desprecio hacia la política y la cultura occidentales, que se observa en muchos sectores de las sociedades islámicas, se debe en gran parte a la noción de injusticia política y social que sienten, según el islam. Se sienten agredidos, militar y socialmente, por un colonialismo aún vigente y un imperialismo que engloba muchas situaciones de agresión: las militares, en muchos casos (Palestina, por supuesto, pero también Afganistán, Chechenia y Azerbaiyán, por los países eslavos, medio-cristianos y medio-ateos, ahora aliados de Occidente), pero también las agresiones económico-sociales, de situaciones de subdesarrollo en las que viven muchísimas sociedades de mayoría islámica.

Estas situaciones provocan reacciones religiosas de agresividad, porque el Corán y la historia islámica primitiva ofrecen una fácil expresión religiosa de reacción ante la injusticia. La justicia divina, que acabará venciendo, a medio plazo o en el supremo encuentro del Juicio Final, es un tema recurrente en el Corán, desde los más antiguos textos de la predicación de Mahoma, cuando él y los suyos eran perseguidos en La Meca. Sus enemigos provocaban la cólera de Dios, que era también expresión de la ira de los musulmanes ante los ataques y traiciones de sus enemigos.

Hay que advertir que la cólera o el odio, tan denostados generalmente, son en realidad un sentimiento de defensa de los afectados por una injusticia (al menos sentida subjetivamente). Es una reacción del débil ante una injusticia. El odio es un indicador de una situación de opresión, personal o colectiva. Los opresores no suelen sentir odio, aunque manifiesten cólera contra los que no se pliegan a su voluntad. Dos situaciones, cuyo paralelismo es un poco cruel, son un ejemplo de esa relación odio-opresión: los judíos podían tener odio contra los nazis, que les perseguían, pero no suelen tener ese sentimiento con los árabes palestinos, si no son víctimas de sus ataques como reacción también de un odio de los que se sienten despojados de sus tierras, su agua, sus derechos cívicos, sus líderes políticos y otros signos de identidad colectiva. El odio no es una situación normal, de normalidad, pero sí es una reacción natural, como una fiebre en el cuerpo social, para señalar una situación de injusticia. Esa anormalidad actual, en el mundo islámico moderno, debería superarse con una mayor situación de justicia, social e internacional. Es una tensión, que inicialmente puede ser fecunda, pero que tiene que desaparecer, por las reacciones violentas que alimenta.

La dualidad o bipolaridad -'nosotros' y 'ellos', los sentimientos identitarios 'in-group' y 'out-group'- puede satisfacer la mente semítica, de semitas que son tanto árabes como judíos, y de personas religiosas alimentadas por el monoteísmo de la Biblia o del Corán, con sus conceptos claves mutuamente excluyentes (creador-creación, cielo-tierra, materia-espíritu, buenos-malos...). El matizado binomio de Samuel P. Huntington, en El choque de civilizaciones, sería una de las más recientes expresiones de esas dualidades agresivas. Quizá sería más positivo para todos situarse realísticamente en el mundo con la mentalidad ternaria de 'síntesis-antítesis-síntesis', indo-europea en su origen y base de las ciencias modernas. Sería constatar unas diferencias y hasta una oposición, pero que termina en convergencia de los opuestos, respetando sus especificidades.

Es un problema mundial para los musulmanes y para todas las sociedades: cómo compaginar unidades globales con diferencias específicas; cómo evitar las exclusiones y las opresiones, las injusticias que engendran violencia. Los políticos, a muchos niveles, saben mucho de solventar agresividades en síntesis vitales, particularmente los norteamericanos en su política interna, desde hace más de un siglo, tan pragmáticos ellos en intentar resolver problemas y tensiones sociales. Y todos vivimos ahora esa mentalidad, en las sociedades modernas, también las islámicas, aunque a veces y en situaciones excepcionales se recurra a mitos tradicionales de bipolaridad para justificar injusticias y opresiones, o para rebelarse contra esas situaciones. Así lo sienten muchos musulmanes actuales.

Se puede soñar en una síntesis, especialmente en los dos problemas fundamentales que ven los musulmanes en el mundo y que les afectan profundamente: la síntesis de palestinos e israelíes viviendo en un mismo territorio, sin aniquilación u opresión de una de las dos partes; la síntesis complementaria de un mundo rico que no estaría separado de un mundo pobre por diferencias económicas abismales, por unas fronteras impermeables a la inmigración y sin los fecundos mestizajes culturales, etcétera.

La utilización de claves únicamente religiosas para explicar las dinámicas sociales (invocando 'nuestro Dios' o 'Dios con nosotros', en diversas lenguas) fomenta visiones binarias y agresivas (contra 'el Gran Satán', 'terrorismo', también con fórmulas diversas) que no suelen ajustarse a la realidad, mucho más compleja. Tampoco ayuda a comprender a los que no piensan como nosotros, ni a convivir con ellos, en el islam y en el mundo entero.

El 'Dios lo quiere' que revolvió a Occidente hace mil años puso al servicio de una causa -la de recuperar los Santos Lugares de Jerusalén- inmensas fuerzas de Occidente. Volver a los Santos Lugares de Israel, del pueblo escogido por Dios, ha movido grandes esfuerzos judíos en nuestros días, religiosos o agnósticos, que se presentan como una defensa de Occidente contra ataques de islamistas. Quizá un 'Dios lo quiere' general y convergente -más laico- buscará fórmulas políticas y económicas -no sólo las militares y policiacas- para solventar las tensiones con diversos pueblos musulmanes, fuera del recurso a la fuerza que excluye a unos de su patria o de las riquezas del mundo, regateando los recursos de todos. Este esfuerzo mejoraría, entre otras ventajas, la situación del islam en el mundo moderno.

Míkel de Epalza es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y traductor del Corán al catalán.

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