La pócima de Postigo
Diversas veces el Ayuntamiento de Llagostera ha necesitado ayuda de estos policías, pero nunca la consiguió. Ayer llegaron en masa, aunque no en son de paz, precisamente: una hora antes de que yo llegara, habían vapuleado a un concejal. Existe un polígono como éste en cada pueblo. Calles cuadriculadas y unas asépticas naves cerca de los campos. Ayer llovió y la tierra está oscura. Los altos postes de la famosa línea de alta tensión atraviesan un fértil llano. No mucho más al fondo están Les Gavarres. Los mossos se han atrincherado en la última calle del polígono con sus furgonetas. Bloquean un camino rural que conduce al llano. Son altos, atléticos, televisivos. Entre ellos, también una mujer: joven y rubia. Ante estos bellos policías se han agrupado los vecinos. Visten de manera no muy fotogénica y no están acostumbrados a la presencia de las cámaras. Protestan, pero con voces no muy sonoras, como si no estuvieran muy seguros de su libertad. En pequeños corros hablan de abuso de poder, del servilismo de la Generalitat, de la actitud prepotente de los mossos. De vez en cuando alguno se atreve a gritar. No están exaltados, sino sorprendidos. Una y otra vez repiten: '¿Aquesta és la policia catalana?'.
Los policías no dejan pasar a nadie. Ni tan siquiera a un anciano que pretendía acceder al huerto familiar. Desde la ventana de su viejo y polvoriento utilitario, repite una y otra vez: 'No tinc altre camí per arribar a l'hort'. Concesivo y paciente, un atlético mosso repite la respuesta: 'No pot passar ningú'. De repente el hombre cambia de lengua y empieza a exigir a gritos su derecho al paso. Alguien dice con sorna: 'Habla en castellano para chincharles'. Y pienso en una protesta sindical que unos mossos realizaron hace unos años: se negaban a usar el catalán en horas de trabajo. La empanada catalana.
Un grupo resistente está muy cerca de los mossos, junto a una mesa de campaña con algo de comida y porrones. Pero el más numeroso se ha concentrado ante la nave industrial de la empresa que construye la línea. Aquí el Ayuntamiento ha conseguido una pequeña victoria. La empresa olvidó pedir la preceptiva licencia de actividades. Y un par de policías municipales, junto a la gente del pueblo, vigilan que éstas no se realicen. El alcalde Postigo lo está explicando. Es una pequeña argucia legal. No servirá para detener las obras de la línea eléctrica, pero sí para defender la dignidad. La Generalitat impone las obras mediante un abuso legal. No es fácil entender por qué los mossos actuan con esta rapidez, parcialidad y (pre)potencia siendo como es dudoso que el decreto de la Generalitat pueda anular una resolución del Tribunal Superior de Cataluña que dio la razón al Ayuntamiento.
Postigo habla de manera reposada. Hoy es un día horrible para un alcalde que acaba de descubrir que su gobierno le considera un enemigo. Apenas ha dormido, negocia con los mossos, habla por teléfono, informa a los vecinos y concede entrevistas sin parar. A pesar del ajetreo, no pierde el aspecto aseado y deferente. Treintañero, alto, nariz aguileña, ojos azules. Abogado. Una de sus concejales recuerda cómo llegaron sus padres al pueblo de Llagostera, en la gran oleada andaluza de los sesenta. El hijo de estos emigrantes habla sobre los complejos aspectos jurídicos del caso en un catalán exquisito y claro.
Pasan las horas lentamente. La gente habla en pequeños grupos, pero al mínimo movimiento la pequeña masa se transforma en un enjambre zumbón. Sin aguijones. Se producen algunos enfrentamientos. El encargado de la nave se revuelve contra unos jóvenes que le increpan. Una concejal intenta aparcar frente a la nave, los mossos se lo prohíben y se produce el barullo. Postigo, sin perder la calma, exige ser respetado como autoridad y un mosso altísimo le empuja sin contemplaciones. Llega un sargento, Postigo argumenta y la autoridad policial concede. Impera el orden del más fuerte.
Pasan las horas, llegan altos representantes de la empresa y Postigo no tiene más remedio, y así lo explica a su gente, que permitir a la empresa sacar el material y las máquinas. Poco después empiezan a transitar vehículos de la empresa por el camino que sigue vetado a la gente del pueblo. Los gritos son de este tipo: 'Que passin els de la corbarta!', 'Feu-los-hi un petó als peus!'. A la protesta se unen refuerzos de CC OO. Los más jóvenes rodean el camino y se dirigen con su pancarta hacia el llano, hacia las obras. Empujones y algún golpe. Cuando regresan explican que los mossos les han provocado con gestos obscenos. El goteo de la decepción es lento, pero constante. Queda la esperancita de los jueces.
Seguramente la batalla contra los abusos de Fecsa está perdida. Pero Llagostera ha ganado la batalla de la dignidad. Alguien ha dicho que este pueblo invadido por los mossos es como la aldea gala de Astérix. ¿Cuál es la pócima que ha permitido a este discreto pueblo resistir a las legiones policiales? La democracia: la participación, el diálogo y la asunción colectiva de responsabilidades. Postigo ha negociado con todo el mundo, pero no ha firmado nada que el pleno municipal desconociera. Ésta es su lección, su poder, su pócima.
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