Los inventores del tópico andaluz
Un recorrido por la espinosa historia de las relaciones entre Inglaterra y Andalucía
Dos noticias de estos días han venido a refrescar la memoria de la muy intensa relación histórica de Andalucía con Inglaterra. La publicación de la novela de Juan Cobos Wilkins El corazón de la tierra, clarificadora de lo que realmente ocurrió cuando la matanza de mineros y campesinos de Riotinto, en 1888, y el sorprendente anuncio del Reino Unido de estar dispuesto a 'normalizar' Gibraltar. Se diría que lo uno y lo otro son señales también del cierre de una época y anunciadoras de otra.
Esas relaciones han sido siempre de lo más peculiar y ambivalente, aunque habría que empezar distinguiendo los encontronazos con Inglaterra como Estado -desastrosos por lo general-, de los vínculos con los ingleses de a pie, comúnmente amables. De unos y de otros, sin embargo, procede en buena medida el topicazo andaluz, la imagen distorsionada que de Andalucía todavía se tiene por el ancho mundo. En la historia, la cosa se diría que no empezó mal del todo, como prueba que en 1517 el quinto Duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán, apodado El Fatuo, concediera a la numerosa colonia inglesa e irlandesa de Sanlúcar de Barrameda autorización para construirse una Iglesia, la de San Jorge, que todavía existe.
Poco después, en 1530, Enrique VIII otorgó a esta su grey ciertos privilegios en la recaudación de tributos. Pero con este monarca, y la cuestión anglicana, el asunto empezó a ponerse feo, como para que en 1585 sir Francis Drake atacara Cádiz. Desde entonces, el prejuicio anticatólico de los ingleses no ha dejado de actuar de un modo u otro, incluso en la otra cara de la moneda, los que hemos llamado ingleses de a pie, o más valdría decir a herradura, pues nos referimos fundamentalmente a los viajeros del XIX, que a lomos de yegua o de simples mulas se patearon nuestra región de arriba abajo.
El que esa tradición de auscultadores nuestros desembocara, ya en el XX, en casos tan preclaros como los de Gerald Brenan o Ian Gibson no debe hacer olvidar que muchos de sus antecesores contribuyeron poderosamente a lo que F. Heran llamó con acierto 'la invención de Andalucía' por los viajeros románticos.
'Las excelencias de la tierra andaluza serán contrarrestadas en los libros de viaje del XIX con los vicios de sus moradores', ha escrito Manuel Bernal, uno de los principales conocedores de este asunto. Los ingleses predominan en la primera mitad del XIX, con 124 relatos, según el cómputo de otro especialista, José Alberich, muchos de ellos de militares que aquí vinieron a combatir a Napoleón.
Para cuando llegaron los franceses, sobre todo en la segunda mitad de esa convulsa centuria, lo esencial del tópico ya estaba fabricado por los británicos, que en su mayor parte se dejaron arrastrar por la pendiente de aquel prejuicio anticatólico, hasta desacreditar todo lo que aquí hubiera ocurrido tras la etapa musulmana. 'Casi media Andalucía está abandonada e inculta', dirá Richard Ford, y repetirán todos sus compatriotas, como también que nuestro castellano es 'corrompido', o que los bandoleros te podían asaltar en cualquier momento, aunque no hay más que registrado un caso, el de Alexander Slidell, que era norteamericano y además el suceso, bastante leve, ocurrió en la Mancha.
Contrabandistas, gitanos y toreros completarán la nómina de los tipos exóticos y, por supuesto, románticos. Tan por supuesto que Washington Irving ni siquiera se molestará ya en explicarnos por qué todo lo que ve, paisajes, gentes y costumbres, le parecerán acabados ejemplos del más maravilloso romanticismo. Y ni que decir tiene que todo ello será de origen oriental, incluidos los toros (¡). Roma debió pasar por aquí en un simple paseo, y de otros pueblos y civilizaciones, bien poco.
No dejarán por todo ello de observar que somos los andaluces imaginativos y alegres, pero enseguida se matizará que también pendencieros, de poco fiar y fanfarrones. 'Indolentes y superficiales', rematará el simpático de George Borrow. La conclusión de todo esto la hizo perfectamente Julio Caro Baroja, y es que a partir de entonces lo popular español y la España de pandereta se identifican única y exclusivamente con lo andaluz.
Se comprenderá ahora un poco mejor la importancia de los dos sucesos al principio reseñados, pues uno y otro arrancan de esa visión paterno-despectiva que Inglaterra volcó sobre Andalucía desde muy temprano, y que le dio la seguridad de que aquí bien podían instalar una colonia por todo el tiempo que quisieran, o explotar unas minas, y a sus mineros, del modo más letal que se les antojara. Pero lo peor no fue eso, sino la connivencia de las autoridades españolas con esas tropelías y, de modo muy especial, el régimen caciquil de la Restauración, con lo ocurrido en Riotinto en 1888, donde varios centenares de personas -quizá miles- murieron acribilladas por varias descargas del Regimiento de Pavía por manifestarse de manera pacífica -hombres, mujeres y niños- contra un sistema mortífero de calcinación de minerales al aire libre, las tristemente célebres teleras; procedimiento que había sido prohibido en Inglaterra en 1864. Y todo ello a la mayor gloria de su graciosa majestad la reina Victoria. Menos mal que, por lo menos, siempre hay alguien que escribe la historia derecha, aunque sea un poco tarde.
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