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Columna
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Árboles

Leyendo una entrevista, en la que no se habla específicamente de árboles sino de todo en general, me acordé de la Alameda de Hércules. En ella dice Eduardo Mendoza que hay que estar protestando continuamente porque tendemos hacia el deterioro y sólo una crítica constante puede mantenernos a flote.

Lo curioso de este tema, y volviendo a los árboles, es que nunca, que yo recuerde, nos han importado nada a los sevillanos; ni nos ha interesado conocer las especies que tenemos, ni el lugar donde están, ni su historia, ni las podas al rape que han sufrido, ni las talas injustificadas, ni los descuidos y olvidos que les hemos prodigado durante tantos años. Semejante actitud debe tener alguna raíz cultural. En otros lugares -lejanos desde luego- les pueden llegar a dar tanta importancia que son capaces de apretarse en el espacio de una casa o de un comercio para conservar el árbol que allí se encontraba cuando ellos llegaron, pero aquí no le hacemos caso ni a los que se les caen las ramas cuando ya están podridos. Incluso hemos aprendido a quitar de enmedio al que nos estorba; un sistema expeditivo que no repito no vaya a ser que a quien no lo conozca se le antoje.

Por eso es asombroso el problema de la Alameda de Hércules, pues, habiendo padecido el lugar bastante tiempo de desamparo y abandono, en una situación bastante degradada, sólo hizo falta que se dieran a conocer los nuevos planes del Ayuntamiento para levantar los ánimos de un buen número de vecinos en defensa de esos árboles. Árboles que, de repente, se han hecho famosos; los más conocidos de Sevilla: desde los plátanos de sombra a las falsas acacias, pasando por álamos, olmos y alguno que otro que se me quedará en el tintero.

Tan enconada es la lucha entre las asociaciones que apoyan al Ayuntamiento y las que se oponen que, en estos momentos de verdaderos peligros bélicos en los que no queremos luchas ni entre vecinos, si no es posible llegar a un acuerdo, quizá se pueda partir el problema a la manera salomónica: media Alameda con árboles frondosos, cambiando los que estén podridos por nuevos de futuro prometedor, y otra media Alameda con aparcamientos y naranjos. Y todo cuidado, amable y querido.

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