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Crítica:ÓPERA | 'SALOMÉ'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sexualidad perversa

La heroica ciudad no duerme la siesta. Por primera vez en 54 ediciones ha subido una ópera de Richard Strauss al escenario del teatro Campoamor de Oviedo en las temporadas de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera. Las reticencias previas se disiparon bastante antes de la conclusión. Se palpaba el éxito por la concentración en la sala. Y, en efecto, Salomé fue acogida con entusiasmo por un público de tradición y preferencias italianas. Lo mismo sucedió en experiencias similares en la casi gemela Bilbao. Los repertorios se amplían con naturalidad en los templos sagrados de la lírica en nuestro país. Y también el concepto de la ópera como espectáculo global.

Las voces de esta Salomé eran solventes. La fuerza irresistible de Eva Johansson, la veteranía y el carisma de Siegfried Jerusalem, la clase de Robert Hale, el instinto diabólico de Anne Gjevang... Maximiano Valdés dirigió la orquesta sin despeinarse, es decir, cuidando de que se no le fuese nada de las manos. La partitura es endemoniada, y la orquesta aguantó el tipo como pudo: sin excesivos contrastes, sin la arrolladora tensión, pero bajo el signo de la más escrupulosa corrección. No es poco.

Salomé

De Richard Strauss. Con Eva Johansson, Robert Hale, Siegfried Jerusalem, Anne Gjevang, Claude Piá, Marta Knörr y otros. Dirección musical: Maximiano Valdés. Dirección de escena: Emilio Sagi. Escenografía: Luis Antonio Suárez. Figurines: Pepa Ojanguren. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Inauguración de la 54ª Temporada de Ópera de Oviedo. Teatro Campoamor, 17 de septiembre.

Emilio Sagi se las sabe todas. Después de su impecable Viaje a Reims en Pesaro, se ha acercado a Salomé desde la sobriedad, apoyándose en una ambientación que refuerza el clima de misterio a través de la luz y el tratamiento sutil de los tonos grises. Importa, por encima de todo, la definición teatral y humanista de los personajes, e importa que la historia argumental fluya con transparencia. Acierta Sagi en el retrato agresivo de la protagonista (impresionante cuando golpea las paredes con un cuchillo) y en las soluciones de grupo (el torbellino de la discusión de los judíos), pero especialmente acierta en el tono de tragedia antigua que otorga a esta historia de amor perverso, muerte y desolación. La escenografía de Luis Antonio Suárez y el vestuario de Pepa Ojanguren van en línea con las intenciones del director. Los coreógrafos Cesc Gelabert y Lidia Azzopardi resuelven la esperada y compleja danza de los siete velos en función de las características de la soprano, es decir, potencian la agresividad frente a la seducción, el movimiento frente a la danza. Con todo ello, el espectáculo funciona a un nivel más que satisfactorio. Es el triunfo de la austeridad contenida al servicio de la profundidad del drama, la apoteosis de la sencillez en su dimensión más eficaz.

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