Acerca del concepto de virtuosismo y bravura
Reconstruir un ballet perdido tiene sus riesgos y necesita de prudencia. El entusiasmo balletómano puede arruinar el empeño, y eso es lo que pasa esta vez con el trabajo de Pedro Consuegra, que, sin embargo, había creado un interesante producto con su Cenicienta, con la compañía titular cubana, hace unos años.
El cúmulo de errores o inexactitudes comienza por el programa. No es cierto que ésta sea la primera vez que se usa la partitura íntegra tras el estreno en San Petersburgo en 1900. George Balanchine mismo escribió sobre su primera versión de 1964 y la segunda de 1973, ocasión en que dispuso y usó de toda la música escrita por Drigo, y donde agregó las famosas escenas con 34 niños que hicieron las delicias del público neoyorquino. El propio Balanchine recordaba gran parte de la coreografía y la usufructuó (hay una grabación de televisión) tal como había hecho en 1950 al reconstruir el pas de deux para Maria Tallchief y André Eglevski, seis años antes de que Romanov hiciera una versión de una suite para Les Ballets Russes de Montecarlo, y que ocasionalmente bailó Alicia Alonso. No es justo reescribir la historia del ballet de manera sesgada, lo mismo que resulta erróneo atribuir ni un solo paso de lo visto en el Albéniz a Marius Petipa (el orden de los números musicales también ha sido absurdamente manipulado).
Ballet Nacional de Cuba
Los millones de Arlequín. Coreografía: Pedro Consuegra; música: Riccardo Drigo; diseños: Ricardo Reymena. Teatro Albéniz, Madrid. 16 de septiembre.
Para Petipa, la llamada bravura se obtenía por selección armónica, y no por acumulación aleatoria de dificultades. De esto surgió lo que se da en llamar 'la bailarina Petipa', una artista de ballet capaz de hacer las más diversas evoluciones, por difíciles que sean, dentro de un todo musical y ligado, con continuidad expresiva y estilística. Actualmente, en el BNC, lamentablemente, no hay bailarinas de este fuste.
Consuegra castiga a la plantilla con una agotadora lectura que parece un catálogo circense, retales petipatianos insertados en otros acentos y otros esquemas musicales, con lo que el resultado es, en lo estético, poco afortunado; como el ambiente, más cercano a Coppelia que a la fantasía italiana que debe ser. El diseñador Reymena añade brillos y oropeles, pero con poca caracterización (se salva el telón con la veduta nocturna del segundo acto). Los bailarines Joel Carreño, en primer lugar, y Rolando Sarabia, en segundo, desplegaron con tesón toda su batería de saltos y giros hasta entretener al público, que generosamente les aplaudió.
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