¿Es Zidane un impostor?
Cumplidas las dos primeras jornadas, una parte de la crítica deportiva se echa al monte y comienza a agitar un espantajo: el deficiente rendimiento del Real Madrid está ligado al fichaje de Zidane. Al amparo de las estadísticas, los investigadores buscan el indicio que permita demostrar la superchería, la prueba concluyente de que el tal Zidane es el mayor fraude de la historia del deporte desde que se desinfló la musculatura de Ben Johnson. En ese esforzado intento, sin duda comparable a la investigación del motor de agua o al logro de la fusión nuclear, los abanderados de la operación recurren a las teorías de Lombroso, miden las curvaturas del tobillo, calculan la superficie de la calva, interpretan la combinación de colores en la pupila y buscan desesperadamente en la austera figura del recién llegado las claves que revelen su predisposición a la catástrofe.
Esta suerte periodística no es nueva ni se vincula a un club o a un jugador determinado. Discrecionalmente, puede aplicarse a Maradona, Kluivert o Rivaldo, y basta una rápida visita a la hemeroteca para comprobar que el año pasado por estas fechas ya se ensayaba con Luis Figo. Eso sí: cuando el muchacho comenzó a ajustar sus centros a la cabeza de Guti, censores, detectives y monosabios cerraron la boca y se esfumaron discretamente por la tronera del burladero.
Por eso ahora conviene adelantarse a los acontecimientos y abrirse de capote. En pleno conflicto hay que decir alto y claro que el rendimiento del Madrid en Roma tiene tanto que ver con la ausencia de Zidane como las tormentas solares con el precio del besugo.Sabemos que, por distintas razones, algunos grandes especialistas no consiguieron prosperar en sus nuevos equipos. Pero Zidane es caso aparte; su largo repertorio de habilidades, su facilidad para desempeñarse en cualquier posición y su conocimiento de la maniobra entre líneas le hacen compatible con el supuesto más extravagante, incluido el oxidado sistema de la Juve. Aunque se mueve sobre sus piernas con un toque de ingravidez, aunque es capaz de aprovechar el espacio hasta extremos infinitesimales o de marcar el gol inverosímil, tiene un concepto espartano del fútbol: sus prioridades son la velocidad y la sencillez, dos recursos homologados en todas las escuelas.
Estas consideraciones conducen a una sola conclusión: podemos discutir con Del Bosque; pedirle que reniegue del doble pivote, que tire del rombo o que se atreva a experimentar con la geometría del juego.
Pero Zidane es indiscutible. Zidane es, simplemente, alquimia.
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