Antònia Macià
Con la muerte de Antònia Macià, viuda del presidente Tarradellas, puede decirse que me he quedado definitivamente huérfano. Me explicaré. Cuando mis padres se casaron en París, en 1936, el matrimonio Tarradellas organizó -y pagó- un pequeño banquete en Chez Larue, uno de los mejores restaurantes de París. Cuando nací, dos años después, los Tarradellas fueron de los primeros en tenerme en brazos; Josep Tarradellas pagó los gastos de la clínica y cada mes le entregó a mi padre, a través de Puig i Ferrater, una cantidad para que pudiésemos vivir. En 1947, nos reencontramos en París con el matrimonio Tarradellas, y en el estío de 1960, en Tours, donde yo seguía un curso sobre Vauvenargues en la Universidad, volví a encontrarme con ellos en la terraza de Le Grand Turc, una popular brasería de la capital de la Turena. Al año siguiente murió mi padre y poco después me instalaba por unos días en Saint Martin-le-Beau, en la casa del matrimonio Tarradellas.
Una mujer fuerte, discreta unas veces y atrevida otras. Jamás quejica. Generosa y republicana. Y cristiana
Para ellos, yo siempre fui 'el fill del Josep i la Mercè', el hijo del poeta -cada vez que Josep Tarradellas emprendía un viaje se llevaba consigo el ejemplar de la Obra Poètica de mi padre- y de Mercè Devesa, 'aquella noia tan mona que festejaba amb en Sagarra' y a la que el consejero Tarradellas hizo entrar en la Generalitat, en el despacho de Ventura Gassol.
Los Tarradellas, durante los días en que viví con ellos en Saint Martin-le-Beau, con ellos y con sus hijos, Montserrat y Josep, me trataron como un miembro más de la familia. En aquellos años, las visitas que recibía el presidente de la Generalitat eran muy escasas, así que pude disfrutar de una estancia tranquila, hogareña. Por las mañanas, después de desayunar, el presidente se encerraba en su despacho a trabajar rodeado de sus archivos y del corazón del presidente Macià, y yo me iba con su mujer a comprar al pueblo o bien la ayudaba en las faenas de la casa. Almorzábamos a la francesa, con el noticiario televisivo del mediodía. Se hablaba de la situación política en Francia, donde la guerra de Argelia había entrado en su fase final. La mujer del presidente se mostraba crítica con el Gobierno de De Gaulle. El presidente, en cambio, era un fan del general, cuya autoridad y oficio frente a las cámaras de la televisión le tenían maravillado. Por la tarde dábamos un paseo por los viñedos o nos quedábamos en casa leyendo o trabajando. Por la noche, después de cenar, Montserrat se quedaba viendo la tele, el presidente leía o escribía cartas y su mujer y yo escuchábamos música, música clásica, por la radio. Había un programa que le agradaba mucho. Puede que fuese Plaisir de la musique, que realizaba el compositor y crítico Roland-Manuel, un programa muy bueno. A Antònia Macià le encantaba la música.
Las navidades de aquel año las pasé con mi madre en Saint Martin-le-Beau. El día de Navidad almorzamos con la familia Tarradellas y la del político Joan Casanelles. Para mi fue un día triste, más triste de lo que suelen ser esas fechas, porque me di cuenta de lo duro que podía ser el exilio para esas familias. Por la noche se lo comenté a la señora Macià y ésta me dijo que no debía pensar en ello, que pensase en mis estudios y en que tenía una vida por delante. No creo que en aquellos años la mujer del presidente albergase alguna esperanza sobre el retorno de su marido a Cataluña, y mucho menos en las circunstancias en que se produjo ese retorno. Me pareció una mujer resignada, pero en modo alguno abatida: con la casa, el marido y los hijos no tenía tiempo para ello.
Cuando regresó triunfalmente a Barcelona con su marido y su hija, la noté cambiada. Hablábamos menos. Me dio la impresión de que todavía no se había hecho a la idea de lo sucedido. Claro está que el escenario había cambiado radicalmente: ahora no tenía que ir a comprar, no tenía que cocinar, ni encargarse de la casa, de las faenas de la casa, ni de los hijos. Ahora todo giraba en torno del presidente y ella se mantenía discreta y callada, al margen. Pero al poco de morir su marido recobró la voz. Y cómo. Aupada por un grupo de tarradellistas -auténticos, de toda la vida, pero también alguno que otro más falso que un duro sevillano, preocupado tan sólo por utilizar la figura del presidente Tarradellas con fines políticos-, se enfrentó con el presidente Pujol, al que llegó a decirle, públicamente, que no lo consideraba su presidente. La señora Antònia Macià estaba indignada por la escasa consideración, por no decir otra cosa, que el Gobierno del presidente Pujol prestaba a la memoria de su marido. Y llevaba razón. De no ser por el presidente Tarradellas, el señor Pujol no habría sido presidente de la Generalitat catalana. Habría sido, tal vez, presidente de otra cosa, pero no de la Generalitat.
Aquellas peleas con el sucesor de su marido, y no sólo con él, la rejuvenecieron. Un día me invitó a almorzar para decirme que estaba muy preocupada porque le habían dicho que me había hecho de derechas. Me eché a reír y le dije que seguía siendo tan de izquierdas y de derechas, es decir, tan contradictorio, como cuando me conoció treinta y pico años atrás en Saint Martin-le-Beau. Le dije que, más que las ideas, lo que a mí realmente me importaban eran las personas, que podía contar conmigo para lo que fuese, como siempre, y terminé diciéndole que la encontraba muy guapa. Creo que logré tranquilizarla. Luego se dirigió hacia Maria Jesús y le preguntó si estábamos casados. Ella le dijo que sí y la señora Macià la abrazó al tiempo que le decía: 'No sabes la alegría que me das. Así te podré llamar señora'.
Así era Antònia Macià. Una mujer fuerte, discreta unas veces y atrevida otras. Jamás quejica. Generosa y republicana. Y cristiana, católica de verdad: el día del funeral de mi madre se acercó al altar a comulgar. 'Per la Mercè i per tu, perquè siguis un bon noi', me dijo.
Cuando murió Romà Planas, Arcadi Espada escribió en este periódico: 'No se sabe qué harán a partir de ahora los tarradellistas, cuando ha muerto el único hombre que bombeaba su cansado corazón de derrotados' (EL PAÍS, 9.10.95). Me pregunto qué harán ahora, si es que todavía queda algún tarradellista 'derrotado', seis años después, tras la muerte de Antònia Macià. ¿Aguardar la victoria de Maragall, que Maragall restaure, con todos los honores, el culto al presidente Tarradellas? Vete a saber. Yo lo único que sé es que he perdido una segunda madre.
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