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Columna
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Ucedismo

El documento de contenidos que prepara el PP para 'proteger' a los autores valencianos en la historia de la literatura (o para eliminar a los catalanes y baleares, que es adonde en realidad conduce el asunto) es el ejemplo práctico de que la Acadèmia de la Llengua Valenciana (AVL) sólo era una zanahoria atada a un palo para arrastrar al PSPV a los pies de la foto que codiciaba el presidente de la Generalitat. En esto Eduardo Zaplana sí que entronca con la tradición ucedista de Fernando Abril Martorell y la de su fámulo, Manuel Broseta, que en gloria estén. Para quienes hace más de veinte años guiaron los designios de aquella UCD valenciana, en cuyos flecos colgaba un pubescente Zaplana tratando de chupar plancton, el anticatalanismo no fue una convicción (como tampoco lo era su raquítica variedad local del blaverismo, surgida como reflejo del instinto de supervivencia del franquismo para incardinarse en la democracia). Sin embargo, a sabiendas de que daban carta de naturaleza a una malversación de la historia y de la ciencia, apostaron por esa opción, sólo por el rendimiento político inmediato. El anticatalanismo fue un pelotazo político todavía impune en el que se movieron grandes sumas de dinero público, y se demostró como una eficaz máquina de desgaste contra el socialismo valenciano. Ésa es la gran lección que aprendió Zaplana en UCD y que ha puesto en práctica siempre que ha sido de su interés. Y seguirá dale que te pego con AVL o sin ella. Ya sea para comerle el terreno a Unión Valenciana, para achicar balones en momentos de gran presión o como estabilizante de equilibrios internos. Pero sobre todo, para desgastar al PSPV, que es lo que más ánimo infunde a su tropa en momentos en que Gescartera, el descontrol de los incendios, la inflamación de la deuda pública, el paro y la falta de reflejos en sanidad se apoderan de la iniciativa política. Porque lo del anticatalanismo, o mejor aún lo de 'proteger' a los autores valencianos, a Zaplana se la refanfinfla. Sólo hay que verlo.

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