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"Tengo a mi hijo en la calle"

El padre de Kiko confiesa que no encuentra un equipo apropiado para el jugador

'Tengo a 14 jugadores colocados y a mi hijo en la calle'. La calle es en realidad una casa apartada junto al mar en Suances (Cantabria); el que habla es Miguel Narváez, representante de futbolistas; y el hijo que menciona en su dramático discurso es Francisco Narváez Machón (Jérez, 1972), Kiko, un delantero genial en el paro que luce un mago tatuado en uno de sus tobillos... unos tobillos sospechosos de ser de cristal, llenos de remiendos y a los que recorren gruesos costurones desde 1998, cuando el jugador se lesionó de gravedad.

El verano se acaba y la foto de Kiko, de 29 años, no aparece en las anuales y coloridas guías deportivas por primera vez en diez temporadas -debutó en el Cádiz en 1990-. Rechazado por el Lazio italiano el pasado agosto por causa dudosa y por el Cottbus alemán el pasado martes por diferencias económicas (los alemanes ofrecían 86 millones brutos y Kiko aceptaba la cifra, pero neta), el jerezano, que abandonó el Atlético la temporada pasada por la puerta trasera -Kiko cojo, muérete fue la siniestra despedida en forma de pancarta que le dedicaron los fanáticos del club rojiblanco-, no tiene equipo. 'Por lo menos el Cottbus ha sido ético, no como el Lazio, que nos engañó'. Así explica su padre las dos frustradas tentativas.

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'Kiko no puede ir a cualquier sitio. A Segunda ni muerto', dice con rotundidad Narváez, amparado en el historial de uno de los jugadores españoles más carismáticos de la pasada década. Kiko ha sido 26 veces internacional, ha ganado el oro olímpico en Barcelona en 1992 y el doblete con el Atlético de Madrid en 1996. Sin embargo, las pretensiones económicas del jugador, unidas a las sospechas sobre su estado físico, están dificultando el desembarco de Kiko en algún vestuario de su agrado. 'Quieren aprovecharse de nosotros y nos hacen ofertas por cuatro pesetas', argumenta Miguel Narváez, que sabe que el tiempo corre en su contra, aunque aún se muestra optimista y confiesa no estar nervioso: 'Mientras haya cositas sobre la mesa, habrá que quemar todos los cartuchos. Tenemos hasta el último día del próximo mercado de invierno'.

Mientras tanto, mientras esas 'cositas' se concretan, Kiko permanece aislado en el mar Cantábrico con su mujer y su hija. Todos los días recibe una llamada de su padre contándole las noticias. Y, de momento, malas: no hay equipo.

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