En memoria de Juan José Martínez García, ingeniero y empresario
El fallecimiento del profesor Martínez García, doctor ingeniero aeronáutico y catedrático de Mecánica de Vuelo, en pleno mes de agosto, en plena madurez creativa, ha aparecido como la confirmación fatal de que los mejores parecen irse antes, dejando a los demás sin las referencias necesarias para comprobar cada día que el esfuerzo inteligente y continuado rinde. Juan José, además de desarrollar de forma ejemplar su labor docente y de investigación, había puesto en órbita (y nunca mejor dicho) una empresa de primer nivel tecnológico y con renovado éxito comercial, GMV, que se sitúa hoy entre las de mayor prestigio en la actividad espacial europea. En menos de 10 años GMV ha agrupado casi 500 empleados, la gran mayoría de alta calificación profesional, que han alcanzado los niveles de excelencia en los mercados más exigentes de la exploración espacial, la navegación por satélites, la mecánica orbital o las comunicaciones satelitales.
A finales del pasado año tuve el honor de ofrecer, en nombre del Comité Científico y Técnico de la Fundación García Cabrerizo, al profesor Martínez García, la Medalla de Honor al Fomento de la Invención 2000. Tras escuchar la brillante aceptación de la misma por su parte, flotaba en el vetusto y entrañable salón del CSIC, donde con frecuencia, y en actos similares, se cita a Torres Quevedo, Monturiol, De la Cierva, Terradas, Puig Adam, Betancour, Goicoechea, Torroja, y otras figuras insignes de la ingeniería española, no sólo la confirmación plena del acierto del comité al otorgar la medalla, sino el convencimiento de que el premiado podía formar parte con toda naturalidad de esa nómina reducida de ingenieros ilustres que han marcado la historia de la técnica en nuestro país.
Junto al elogio profesional y científico, es obligado añadir la valoración de una persona muy accesible y creativa. En el trato más intenso que extenso que pude mantener con Juan José se apreciaba una energía extraordinaria al servicio de iniciativas destinadas a beneficiar a otras personas, en primer lugar a sus compañeros de trabajo. Podía pilotar aviones con toda precisión, o aplicarse a reforzar la formación y preparación del astronauta español Pedro Duque, salido de la propia GMV. Su sentido práctico le llevaba a delegar plenamente funciones, lo que se reflejaba en la consolidación de un equipo estable de colaboradores unidos a la empresa desde sus inicios. Ello constituye una garantía de continuidad muy necesaria en empresas de alta tecnología que desarrollan proyectos de maduración no inmediata.
La desaparición del profesor Martínez García representa una pérdida real para la ingeniería española y europea, para la ESA, la Agencia Europea del Espacio, con la que colaboró en las misiones más complejas. Es el desarrollo de su obra la forma mejor de repararla.
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