_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La secta

Félix Bayón nos recordaba el viernes pasado que este Rosendo Álvarez Gastón de la polémica es el mismo obispo de Almería que hace unos años impidió la salida en procesión de un Cristo porque las enagüillas no ocultaban suficientemente, a su parecer, los testículos primorosamente labrados de la talla. Ustedes comprenderán que yo no quiera bajo ningún concepto que un sujeto que se fija en estas cosas cuando está frente al Señor les dé clase de religión a mis hijos, así que puedo entender que el obispo se niegue a que Resurrección Galera se la dé a los suyos. Por distintas razones, claro. El obispo piensa que después de haber contraído matrimonio con un divorciado la veterana maestra no reúne los requisitos necesarios para impartir la catequesis. Los católicos, que no contemplan la disolución del vínculo matrimonial, consideran que Resurrección es adúltera, y que esa condición es incompatible con la enseñanza de su religión, una actividad que exige predicar con el ejemplo. Y como en virtud de los acuerdos de 1979 entre España y el Vaticano, los obispos son quienes confeccionan con total libertad la lista anual de los profesores de religión católica (y el Estado el que los paga), nada le impide al de Almería olvidarse para siempre de Resurrección Galera, y mandarla al paro. A no ser que, como Milingo, esta mujer renuncie públicamente a su esposo, y se conforme con encuentros esporádicos bajo cuerda y sin condón.

Vistas las cosas con calma, no hay en este asunto motivo para tanto escándalo. Hemos de reconocer que los obispos son los más adecuados para seleccionar a los propagadores de su doctrina, y que en este caso no han hecho sino ejercitar los derechos que les otorga la ley. Otra cosa es que no nos guste la ley, que consideremos escandalosa la existencia en pleno siglo XXI de unos acuerdos con ese anacrónico estado llamado Vaticano que nos obligan a favorecer el catolicismo en detrimento del islam y sobre todo a financiarlo con dinero público. El despido improcedente de Resurrección Galera no me puede parecer más indignante que los que se producen todos los días en otros sectores económicos sólo por el hecho de que la Iglesia católica sea en este caso la parte contratante. Más bien me sucede todo lo contrario, que no me extraña. ¿A quién puede extrañarle a estas alturas que la Iglesia católica, como Resurrección Galera, contradiga con su ejemplo la doctrina que predica? ¡Por favor! No veo por qué después de quemar científicos, torturar disidentes, apoyar a genocidas y boicotear el remedio sanitario más eficaz contra el sida, la Iglesia católica va a cortarse un pelo a la hora de poner a Resurrección Galera de patitas en la calle. Lo verdaderamente escandaloso no es que Rosendo haya echado del trabajo a Resurrección por un delito de pensamiento o que el presidente del PP de Almería, Rogelio Rodríguez Comendador, diga que debemos respetar este atropello. Todas estas truculencias entran dentro de lo normal; es lo que esperamos de esta gente. Lo verdaderamente escandaloso es que ningún gobierno desde 1979 haya denunciado los acuerdos casposos y anticonstitucionales que nos obligan a financiar el proselitismo de una secta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_