Último 'round'
La novela póstuma e inconclusa del chileno Mauricio Wacquez arroja luces sobre su propia biografía y algunas de sus más íntimas experiencias vitales y literarias.
EPIFANÍA DE UNA SOMBRA
Mauricio Wacquez Sudamericana. Buenos Aires, 2000 572 páginas. 2.600 pesetas
Que 'no hay ficción inocente' lo sabía Mauricio Wacquez (Cunaco, 1939) por lo menos desde que nos lo dijo en Frente a un hombre armado (1981), novela con la que su ambiciosa y abigarrada obra póstuma, esta Epifanía de una sombra que ahora nos llega, su último round, mantiene incontables afinidades. Tal vez la primera sea el retorno a una infancia recobrada con la memoria afectiva ('vemos que los sinuosos caminos que llevan a la verdad de la infancia no se compadecen con el estricto rigor de los hechos') y prolongada en la novela hasta bien entrada la juventud del protagonista, Santiago, trasunto de Wacquez, que ilumina el mundo pintoresco y claustrofóbico de la alta burguesía latifundista en la que creció. El retrato todavía naturalista y no del todo aún impresionista que el autor dibuja con enfermizo esmero de esa misma burguesía dominante y anquilosada ('las tías estaban sentadas pero no había comenzado el servicio. La tía Magdalena, con un airecillo levemente burlón, pronunció algunos refranes sobre la pereza, el sueño y la diligencia. La tía Fuencisla le guiñó un ojo y lo alentó con una sonrisa a no hacer caso de esas moralinas'), la evidencia de una incontenible avidez autobiográfica, el peso de las conquistas iniciáticas ('a los quince años, Santiago había transgredido los suficientes preceptos como para considerarse un adulto') o el talante de novela de aprendizaje remiten sin remedio a Proust.
Como la autoconsciencia iró
nica del narrador, que le desvela al lector su existencia a través de sutiles revelaciones de rol ('pero en este momento el narrador prefiere contar el relato de Beatriz' o 'estoy ante la página, girando alrededor de la misma realidad, la muerte de Lucas'). Y asimismo la salud quebradiza, la homosexualidad militante y la sensibilidad a flor de piel de Santiago remiten a Proust, como el carácter manifiestamente megalómano de esta Epifanía de una sombra que abre la Trilogía de la oscuridad que el autor chileno dejó inconclusa al fallecer en septiembre de 2000. El cosmopolitismo y las innumerables lecturas de Wacquez afloran en su última novela, que hace un guiño al universo de Flaubert y sus disputas bovarianas entre la realidad del mundo y la ficción libresca ('su verdadera enfermedad era que nada de lo que vivía era comparable con la eminencia de sus héroes'), que cita a Borges y disfruta con Kafka y con Malraux, pero no menos con el folletín del XIX y los cuadros de costumbres. No resulta fácil arrebatarle a esta historia a un tiempo jubilosa y desgarrada, pero siempre oscura y excesiva, su condición de canto del cisne de un espléndido escritor chileno al que no le fue dado probar las mieles del éxito que sí endulzan la literatura de muchos de sus compañeros de aventura, de Pepe Donoso, su vecino de Calaceite, a Alfredo Bryce.
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