Cuatro horas tres veces por semana
Casi 19.000 personas dependen de un riñón artificial, según la Organización Nacional de Trasplantes. La diálisis dura unas cuatro horas, y debe realizarse tres veces por semana. En caso contrario, la sangre se envenena, los líquidos se acumulan y el corazón se colapsa.
La sangre no es más que una disolución en agua de células (glóbulos y plaquetas), azúcares, sales y otras sustancias (cetonas, colesterol, triglicéridos). El riñón es el principal encargado de regular las concentraciones de todos estos compuestos.
Las máquinas de diálisis simulan el método de filtrado del riñón. Se basan en la ósmosis, un fenómeno físico que se produce al poner a ambos lados de una membrana dos líquidos con concentraciones distintas de una sustancia. Según el principio de la ósmosis, las concentraciones tienden a equilibrarse. Por ejemplo, si se hace circular sangre con exceso de urea a un lado de la membrana, y agua por el otro, la urea pasará de la sangre (donde está muy concentrada) al agua (donde no hay urea). Este paso puede ayudarse utilizando distintas presiones a cada lado de la membrana. Además, durante la diálisis, se emplean las diferencias de presión para ayudar a los enfermos a eliminar el líquido que les sobra. Como sus riñones no funcionan, acumulan hasta dos kilos de agua de una sesión de diálisis a otra.
Para evitar que la sangre se vacíe de componentes útiles, los poros de la membrana deben ser lo suficientemente grandes para que pase la urea (o la glucosa, o los iones de potasio y sodio, o lo que se quiera eliminar), pero lo suficientemente pequeños para que no se escapen los glóbulos. Si no se quiere eliminar de la sangre una molécula que quepa por los agujeros de la membrana (por ejemplo, la glucosa), bastaría con añadir glucosa al agua que circula por el otro lado. El líquido de los dializadores se elabora de acuerdo con este principio, limpiando y ajustando las concentraciones de sustancias en el agua de la red.
Pese al esfuerzo que supone la diálisis, la mortalidad entre los enfermos renales que la necesitan es del 13% anual, según la Organización Nacional de Trasplantes. La mortalidad de los pacientes que han recibido un riñón es, en cambio, del 2% anual. 3.986 personas esperaban en 2000 un trasplante renal.
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