LA ERA DE LOS 'DISC JOCKEYS' O EL VERANO LOCO DE LOS REYES DE LAS PISTAS DE BAILE
Son motores de cualquier fiesta y son el reclamo indispensable para discotecas. Su caché es un secreto, pero resultan más baratos que un grupo o solista. Son los disc jockeys
Seguramente se habrá encontrado con alguno en un aeropuerto. Llaman la atención por su ropa de marca, sus cabezas esculpidas, su gesto cansado y esas cajas plateadas que llevan su preciada carga de discos de vinilo. Su trabajo no es estacional pero en estos días les obliga a seguir las migraciones estivales: las Baleares, Chipre, las islas griegas, el Caribe, la mítica Goa...
Son los dj's, ya se sabe, se les considera las nuevas estrellas del rock, con todas sus prerrogativas y costumbres. Más aún: los seguidores más exaltados de Sasha, Paul Van Dyk, Timo Maas, Judge Jules, Sven Vath, Jeff Mills o Armand Van Helden no dudan en compararlos con los comisarios de una exposición volante, los responsables de montar cada noche una muestra de sonidos y tendencias contemporáneos. Surgidos al final del boom de la disco music, en el seno de la subcultura gay estadounidense, funcionan como motores de cualquier fiesta, el reclamo indispensable para discotecas en competencia y complemento de la programación de festivales. Su caché es un secreto pero siempre resultarán más baratos que cualquier grupo o solista. Y tampoco plantean problemas técnicos: llegan a cualquier cabina, ponen en funcionamiento los giradiscos, manipulan el pitch y el crossfader... y llenan las horas acordadas.
El contenido de las famosas cajas varia. Hay dj's especializados en house o techno. con sus mil doscientas mutaciones. Más minoritarios, los apóstoles del drum 'n' bass o el hip hop cuentan con un público esencialmente anglosajón. Aunque cada vez sea más frrecuente el dj que se define como ecléctico y recurre a todo. La diversidad sonora también caracteriza a los expertos en ambient.
La entronización de los dj's comenzó cuando las discográficas advirtieron que la música para baile requería especialistas y les encargaron remezclas, capaces de transformar cualquier canción pop en un llenapistas. Igualmente, la eclosión del rap popularizó las técnicas del recorto-y-pego. Aquellos pequeños estudios caseros de los dj's les permitieron a continuación convertirse en eficientes productores, editando maxisingles -discos de 30 centímetros que giran a 45 revoluciones por minuto- bajo un abanico de seudónimos. El siguiente paso ha sido transformarse en artistas, publicando discos largos de creación propia bajo su nombre de guerra. Ya no sirve el anonimato: hay que vender imagen. La suya o la del local en que ejercen de residentes, caso de José Padilla y el ibicenco Café del Mar; aunque tal vez éste no sea el mejor ejemplo, ya que ambas partes están peleando en los tribunales.
Se trata de un negocio que está inventandose y en el que hay tantos modelos como historías de éxito. Abundan los que se han convertido en capitanes de sus propios sellos fonográficos, como Laurent Garnier, con F Comunnications; o Gilles Peterson, con Talkin'Loud. Otros, tipo Junior Vásquez, prefieren seguir picando en la mina de oro de las remezclas: a una superestrella de la categoría de Madonna se le puede pedir 50.000 dólares por un trabajito de lujo. Entre los muchos hispanos de Nueva York que alternan los encargos con la obra propia también están Erick Morillo, Roger Sánchez o la extraordinaria pareja Masters At Work, MAW para los amigos.
El prototipo de músico reciclado en mago de las pistas es Norman Cook, ex miembro de los Housemartins, ahora universalmente conocido como Fatboy Slim. Su big beat -elementos del rock y el funk sobre bases apabullantes- ha tenido continuación con los Chemical Brothers, que ofrecen un espectáculo visual para compensar por el estatismo del dj encerrado tras la mesa de mezclas. Ambas propuestas venden millones de discos, aparte de tener una presencia hasta agobiante en publicidad, sintonías y bandas sonoras.
El cine resulta una alternativa apetitosa para primeras figuras como Paul Oakenfold, que lo mismo remezcla el tema principal de El planeta de los simios que se ocupa de toda la banda sonora de Operación Swordfish. Oakenfold, que descubrió el house en Ibiza y ahora se especializa en trance progresivo, ya está pensando en levantar el pie del acelerador. Son 15 años de batalla y el cuerpo sabe de la dureza de intentar mantenerse en la cresta de la ola en un mundillo donde cada estilo se fragmenta y metamorfosea en una danza infernal.
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