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Crónica
Texto informativo con interpretación

La típica mansada

La corrida de Dolores Aguirre, que cerraba la feria bilbaína, fue la típica mansada. Se esperaba con cierta curiosidad pues la ganadera Dolores Aguirre aún conserva el crédito lejano de unos toros encastados y duros de pezuña que provocaron el interés de los aficionados. Claro que de eso hace tiempo. Ya ha llovido, como dice el poeta. Y lo que ahora saca suele estar amansado e incluso descastado.

La mansada de Dolores Aguirre, pues, tal cual se las gasta de unos años a esta parte, era de esperar. Salieron sus toros presentables aunque sin especial trapío ni signo físico característico alguno, flojearon en los primeros tercios, la mayoría también se pegó batacazos en el último, a todos les faltó bravura, les sobró asimismo mansedumbre, y hubo ejemplares que exhibieron un descastamiento espeso a tono con la climatología.

Acaso una cosa trajera la otra, quién sabe. El tiempo que hizo el domingo en Bilbao, con calor agobiante y turbadora humedad, traía desequilibrios psíquicos, fatigas corporales, pocas ganas de embestir. Si a los humanos les pasaba (dicho sea con perdón y sin ánimo de señalar a nadie) a los bovinos es de suponer que les ocurriría otro tanto.

De la influencia climática en la patología del toro de lidia se ha escrito mucho, si bien no está demostrado el fundamento científico de la teoría resultante. Supuestos expertos exponen unas casuísticas descabelladas porque, al final, se da uno cuenta de que atribuyen al toro de lidia las inquietudes y los comportamientos propios de la persona humana. Y tampoco es eso.

Así -por ejemplo- argumentan que el toro, igual que el hombre, ha de hacer gimnasia para que aguante la lidia. Y añaden que la lidia le produce estrés. Y, francamente: uno que ha visto todo tipo de animales de la creación en sus propias salsas (o sea, tumbados a la bartola), y que nunca conoció ninguno que se ponga a cavilar sobre la azarosa sinrazón del destino (que es por donde sale el estrés), no se lo cree.

Frecuentemente lo que les sucede a estos toros que llaman estresados y faltos de aeróbic, es que su ganadero (o ganadera) lo que quiere es que se los toreen las figuras. Y, a tal efecto, cambia las vacas y el semental, monta un cirio para endulzar el temperamento de las reses resultantes de las cruzas, se le va la mano, y acaba inventando la antítesis del toro bravo.

La mansedumbre de los toros de Dolores Aguirre, en colaboración con los espadas de la terna y al amparo de la pesadez climática, convirtió la última corrida de feria en un aburrimiento mortal. Por supuesto que los tres diestros se aplicaron concienzudamente a pegar pases, de cuya abundosa producción seriada unos colaban, otros no.

Al hilo de la enternecedora docilidad del primer toro, Manuel Caballero consiguió pegar los pases con facilidad, lo que de poco le vale una oreja, mientras al pelmazo cuarto se los aplicó sin temple ni reposo. Pepín Liria muleteó voluntarioso, aunque sin poder lucirse con los borregos que le correspondieron. Y Víctor Puerto, que tiene oficio, posee una habilidad populista de largo alcance y sabe latín, desarrolló sendas faenas abocadas al parón y al tremendismo que le sirvieron para meterse al público en el bolsillo del chaleco y rebañar una oreja.

Y eso dio de sí la última corrida de la Feria de Bilbao. No menos que las restantes pues la feria entera estuvo a tono con la realidad de la fiesta, y no se pueden pedir peras al olmo. Señores: esto es lo que hay.

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