Minimalismo y antitoreo
El minimalismo puede marchar del brazo de la esencia o ser un disfraz de la más absoluta pobreza. Pobre de solemnidad fue la primera parte de la corrida y minimalista la oreja concedida a Jesulín: bastó que el toro, recortadito como un bonsai, no se cayera más de una vez y que el diestro anduviera fácil con la capa y templado con la franela para ignorar que la res estaba en paro y el matador distante. Una serie de naturales, dejando vía libre al toro, al que sólo en última instancia conducía hacia adentro, tuvo un mínimo de calidad, mientras el resto del trabajo se escondía en la neblina de la memoria. El sexto, que había cojeado alternativamente, fue muy protestado, por sí mismo y en representación de los demás. Jesulín le aplicó lo mejor de su técnica imperecedera, con la clave de perder pasos y embarcar con la parte exterior de la muleta tirando líneas, descargando la suerte y destoreando lo más posible muy pegadito a tablas. Dado que remató de un bajonazo, el triunfo, como no podía ser menos, fue rotundo.
Dehesilla / Mora, Ponce, Jesulín
Cinco toros de La Dehesilla, el 4º de María José Pereda, desigualmente presentados, mansos y flojos. Juan Mora: pinchazo, media desprendida (ovación y saludos); pinchazo, dos descabellos (silencio). Enrique Ponce: cuatro pinchazos, estocada algo contraria (ovación y saludos); media estocada (ovación y saludos). Jesulín de Ubrique: estocada honda, perpendicular, trasera y tendida (oreja); bajonazo arrancando desde fuera (dos orejas). Plaza del Puerto de Santa María, 26 de agosto, última de abono. Casi lleno.
Abrió plaza un castaño chorreado, montado en delantero, estrecho de sienes y veleto, extraña mezcla de Luzbel y vaca preñada, que apuntó hacia los adentros y, en cuanto pudo, se fugó a chiqueros y se repuchó en tablas, de tal manera que Juan Mora hubo de citarlo a matar con la totalidad del costillar pegado a la madera. El cuarto permitió que se abrieran los vuelos del capote, sin que ello quisiera decir que se cumplieran las mínimas condiciones que exige la verónica. Mientras el toro estuvo en los medios, punteó por el derecho y se quedó corto por el izquierdo, defectos contra los que no tuvo remedios la muleta retrasada de Mora. Cuando se rajó en tablas, acompañó el viaje más bonancible y a gusto en la querencia.
Enrique Ponce y el segundo toro se citaron en el ruedo y tal vez no se reunieron jamás. El toro, flojo y descastado, aportó poco al palmares de la cabaña brava; la faena tuvo como objetivo dar descanso al animal y lo consiguió plenamente. El quinto era un manso que salió pegando coces y fue picado invirtiendo terrenos. Le fastidió el quite al maestro al caerse cuando lo cerraba con media verónica; en la muleta se hizo mármol; por más que Ponce empezó cruzándose por ambos lados e insistió de todas las maneras posibles, la piedra no se volvió carne y ni siquiera amagó la embestida; la media lagartijera fue superior, pero demasiado poco para una tarde llena de nostalgia por el triunfo conseguido en la anterior actuación de Ponce en esta plaza.
Para la próxima temporada no estaría de más buscar un nuevo presidente, siempre que no fuera peor que el actual.
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