Honrarás a tu padre
La otra noche, Saviola le dedicó el primer gol que marcó en el Camp Nou a su padre que, unos días antes, había fallecido. El chico levantó la camiseta culé y mostró otra que decía: 'Para vos, papi'. En la tribuna, la viuda del Cacho Saviola y madre del jugador lloraba a lágrima viva. Fue un momento de emoción privada convertida en universal gracias a la dimensión colectiva del fútbol, un asunto de padres e hijos. 'El Barça sirve para que padres e hijos tengan algo de qué hablar', le oí decir una vez a Guillem Martínez. Y quien dice el Barça dice cualquier equipo. Miren a su alrededor: en playas, descampados, jardines o plazas de pueblo hay un padre jugando al fútbol con su hijo. Apenas aprenden a andar, ya les regalan una pelota que no es sólo para el hijo sino también para el padre, que desea recordar los tiempos en los que su padre le enseñó a jugar con los pies.
La biografía de los cracks está llena de gestos como el de Saviola. El argentino sabía que la mejor manera de homenajear a su viejo era marcando un gol en su primer partido. Para eso pasaron juntos tantas horas viajando de una punta a otra del país, pateando canchas polvorientas, acatando errores arbitrales y soportando vestuarios piojosos e hinchadas hostiles. A menudo, los padres son los ideológos de este extraño asunto llamado fútbol. Madrugan para llevar a los chicos en sus coches a jugar los partidos y casi siempre están allí, en la línea de banda, estimulando en la derrota o disuadiendo en la victoria. O, por lo menos, allí estaban hasta que algunas madres se incorporaron a este vocacional ejército. Cerca de los campos en los que juegan los equipos infantiles, se les ve gritar, animar, consolar y algunos incluso avergüenzan a sus hijos agrediendo al árbitro. Siempre fue así. Y a muchos padres les da un patatús el día que les dices: 'Papá, quiero tocar el piano y el fútbol me importa un bledo'. Otros hijos, en cambio, se enganchan al vicio, despuntan y llegan a profesionales heredando así un sueño familiar. Fue el caso de Pelé, que tuvo en su padre Dondinho a su mejor maestro. Dondinho jugaba bien pero su carrera se fastidió con una lesión. Fue el caso de Ronaldo. Su padre, Nélio Nazário de Lima, fracasó en sus intentos por jugar en el Flamengo o en La Portuguesa pero llevó a Ronaldo a Maracaná por primera vez para que el chico pudiera ver a Zico. A Guardiola, su padre futbolero también le llevó al Camp Nou y le inculcó la admiración por un jugador al que nunca había visto: Platini. Quizás porque sabía que el francés tuvo en su padre a su más tenaz admirador. En efecto: Aldo Platini pudo haber sido un buen jugador. Lanzaba las faltas como nadie pero por razones económicas colgó las botas para dedicarse a ser profe de mates. Pero siguió de cerca la carrera de su hijo y cuando los médicos del club en el que quería jugar dijeron que Michel era enclenque, lo inscribió en otro club y encarriló una carrera más que brillante.
La escena del padre llevando de la mano al futuro ídolo también forma parte, además de un anuncio de una tarjeta de crédito, de la biografía de Di Stefano, que vio su primer River-Boca junto a su padre, ex-delantero centro bonaerense, igual que Chiroto, el alias del padre de Maradona que, con su hermano Cirilo, se animaban a jugar tras descargar los barcos que navegaban por el Río de la Plata. Padres o tíos, hombres de la familia que hicieron descubrir el olor del césped recién cortado o el ruido de los tacos por los pasillos. Ese fue el caso de Cruyff que, de la mano del tío Henk, cuidador del viejo estadio De Meer, probó la poción mágica del Ajax. Otras veces, el padre inculca valores que, en la vorágine de la fama, ayudan a no perder el norte. Es el caso de Zidane, al que su padre Smaïl llama Yazid. Trabajaba en los almacenes Casino, con cambios de turno semanales y, pese a las dificultades derivadas de ser magrebí, acabó siendo respetado por todos, incluso por su hijo. 'Lo que soy se lo debo a él', dice Zidane. ¿Cómo demostrar todo este respeto, como expresar tanto agradecimiento? Jugando bien y, cuando llegue el fatídico momento de separarse, en lugar de escribir unas coplas por la muerte, marcar un hermoso gol y dedicárselo. Así de fácil. Así de difícil. También en Rivaldo tiene el padre ausente su importancia. Atropellado por un autobús, no pudo verle triunfar, ni recibir el trofeo como Mejor Jugador del Mundo, pero está presente en todos los minutos que su hijo ha jugado. Por amor y también por odio el padre suele rondar por los estadios. Otros, marcados por la ausencia o el desprecio de sus progenitores, que les abandonaron o intentaron extorsionar, intentan llegar a lo más alto y le dedican sus goles no por orgullo sino por resentimiento. Cada uno saca la fuerza de dónde puede, pero, aunque no lo sepa, sigue unido a este cordón no umbilical sino futbolístico para siempre, como un honor o una maldición.
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