Schweppe
Leo que el premio Nobel de Medicina Stanley B. Prusiner ha descubierto en un derivado de la quina (la quinacrina) un remedio para el mal de las vacas locas. Ya lo escribió el clarividente José María Pemán en su poema dramático La Santa Virreina: 'Es el polvo de la quina/ la semilla divina/ que cura el mal'. La santa virreina es doña Francisca Henríquez de Rivera, condesa de Chinchón, mujer del virrey de Perú, que según aseguran las crónicas fue la primera europea en hacer uso de la corteza del quino para combatir la malaria. El naturalista sueco Carl von Linneo bautizó aquella 'semilla divina' con el nombre de Cinchona officinalis, en honor a la condesa (aunque erró en la ortografía). De este modo, el nombre de la condesa, y por extensión el del pueblo castellano famoso por su aguardiente, sobrevive en la terminología botánica. Y esto es lo fascinante de los nombres científicos, que nada más rascas un poco aparece un personaje insólito. Como sin duda lo es Jean Jacob Schweppe, que quizá debido a su apellido algo efervescente, descubrió no sólo el método de carbonatar el agua, sino también de conservar el gas en la botella. Como dice una crónica anglosajona, 'he was a genius', e ideó un tipo de botella de bordes redondeados con su chapa hermética. Pero especialmente fue el propagador de la bebida reconstituyente llamada 'tónica', resultante de la mezcla de agua carbonatada con ¡los polvos de la quina! ¡Ah! ¡Ya ven por qué caminos tortuosos nos conduce la historia! Porque la 'tónica' de Schweppe con la Cinchona tuvo una excelente acogida en las colonias inglesas, como un medio agradable y barato para prevenir la malaria. Por eso si el autor de El Divino impaciente declaró santa a la condesa, no veo porqué no proponer lo mismo con el preclaro científico alemán. El bueno de Jacob Schweppe supo combinar los polvos de la quina de una manera, sin duda alguna, también divina.
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