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Crónica:CORRIDAS GENERALES DE BILBAO | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cualquier cosa menos torear

Los toreros (estos de ahora) lo hacen todo, todo, menos torear. Con tal de no torear, cualquier cosa. Y les vale, tiene gracia.

Les vale porque va a las plazas un público que lo aplaude todo, todo. Aunque no vea torear.

El público que va a las plazas en estos tiempos se cree en la obligación de aplaudir todo movimiento, incluso el mal hecho. Y se pasa la tarde aplaudiendo.

De eso se valen los toreros (estos de ahora), y van tan ufanos por el redondel, en plan protagonistas, el capoteo sin exponer ni un alamar, el muleteo corriendo, farrucos desplantes, puñetazos triunfalistas al aire, mandobles amagados por encima del hombro como queriendo decir: '¡Te daba así...!'

Al toro insinuaban que le iban a dar. Pero menos lobos. Porque al toro se lo pasaban lejos; ni se les ocurría ligarle los pases, no fuera el atrevimiento a provocar un sinsabor.

Pilar / Puerto, Rivera, Morante

Toros de El Pilar, bien presentados en general, todos flojos y la mayoría inválidos, nobles. Víctor Puerto: estocada (aplausos y saludos); pinchazo, media, rueda de peones y descabello; se le perdonó un aviso (silencio). Rivera Ordóñez: pinchazo y estocada (aplausos y saludos); pinchazo perdiendo la muleta, bajonazo -aviso- y descabello (silencio). Morante de la Puebla: dos pinchazos, estocada corta atravesada, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos); dos pinchazos, estocada corta atravesada, rueda de peones y descabello (silencio). Plaza de Vista Alegre, 21 de agosto. 4ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Y el público, ajeno a la verdad del toreo, desconocedor de la lidia, inocente y triunfalista, venga a aplaudir. A veces pedía música, que es la costumbre en la plaza de Bilbao. Mas no por festejar las suertes sino para combatir el aburrimiento.

Los toros, una vez más, no tenían culpa de nada. Los toros también eran inocentes. Decorosamente presentados, comparecían al galope, perdían las manos en los primeros capotazos, se caían antes de tomar la primera vara, repetían el batacazo después (con lo cual ofrecían de la invalidez una amena versión capicúa), se hartaban de embestir al derechazo fútil y a la tauromaquia fruslera y rendían la vida sin decir ni mu, angelicos.

Podría parecer que estos toros propiciaban toreo bueno, pero la realidad presentaba muy diferentes aspectos de la cuestión. Ninguno de los espadas toreó a la verónica, ninguno logró un solo pase de calidad, ninguno intentó una faena de mediano fuste.

Los toros, nobles y algunos de clara boyantía -serían de destacar segundo, tercero y sexto- se iban al desolladero sin torear y con las orejas puestas.

Víctor Puerto, que desarrolló faenas larguísimas, las realizó empleando toscas maneras. Ni siquiera le valió su reconocida habilidad para transmitir simpatía a los públicos, y su espesa labor quedó marcada por la vulgaridad

Nos referimos a la vulgaridad y probablemente sería más propio decir fealdad. Porque el faenar de Víctor Puerto y el de sus compañeros de terna se caracterizaba por sus antiestéticas formas. Cuando el buen Quevedo -uno de los pocos que han dicho verdad en la vida- escribió en Los sueños que no hay nobleza en el mundo sino que todo es feo, seguramente estaba haciendo una premonición de lo que acabaría siendo la fiesta. Claro que, por entonces, no conocía Quevedo ni esta fiesta ni la otra: aún no había venido al mundo el Cúchares.

Rivera Ordóñez destacó por dos largas cambiadas de rodillas. O sea, que se las aplaudieron especialmente y algunos bilbaínos las subrayaban exclamando. '¡Epa!' Después ya no generó ningún proyecto artístico, ni asomo de tecnicismo taurómaco y perpetró sendos trapaceos faltos de fundamento.

Morante de la Puebla aportó su reconocida pinturería, que consiste en poner pintureras las posturas -el caderazo, el aflamencado desplante- mientras muletea fuera de cacho, embarcando sin temple por la lejanía, para salir corriendo al rematar los pases.

Y esto -lo de Morante, lo de Rivera, lo de Puerto- con toros inválidos de beatífica nobleza. Señor, señor: cómo está la fiesta.

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