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Reportaje:

El prototipo del 'oficinista'

David Toms emerge casi de la nada e inscribe su nombre en el Grand Slam del golf

'¿Quién es ése, que se ha colocado de líder?'. 'David Toms'. '¿Y de dónde ha salido?'. 'De Asia'. '¿De Asia? ¿No es estadounidense?'. 'Sí, claro. Pero no le quedó más remedio que irse a jugar al circuito asiático porque no se hacía un hueco en el nuestro'. '¿Y ahora?'. 'Pues ya lleva varios años con nosotros y no le va mal. Es de los que gana un torneo cada temporada. Así que desde 1997 ya ha sumado cinco'. '¡Ah, el prototipo del oficinista eficiente que se dedica a coleccionar cheques!'.

Un diálogo imaginario, pero en los límites de la realidad, entre un espectador circunstancial y uno de los redactores de la documentación oficial del tour, el pasado sábado, en el Atlanta Athletic Club, de Duluth (Georgia, Estados Unidos), tras la tercera vuelta del Campeonato de la PGA norteamericana, la cuarta y menor escala del Grand Slam anual del golf.

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¿Quién es David Toms? Pues, el domingo por la noche, el flamante vencedor de la competición. Alguien que, a sus 34 años, ha aprendido a dominar la presión y ha inscrito su nombre en la galería de los ilustres, de los ganadores de las citas grandes. Un tipo osado que, emergiendo casi de la nada, ha arruinado de nuevo por un solo golpe (265 por 266) las expectativas de un compatriota brillante, Phil Mickelson, un golfista zurdo de 31 años al que, en su época de amateur, los expertos situaban en la estela del mítico Jack Nicklaus, El Oso Dorado, y que, por séptima vez, por séptima, se ha quedado compuesto y sin un premio gordo porque, al final, su ansiedad por conseguirlo nubla su mente y minimiza su crédito.

¿Quién es David Toms? Todo un ejemplo de la grandeza y la miseria que envuelven al golf.

Uno de los deportes más populares y con mayor número de practicantes -la edad cuenta, pero menos-, con múltiples negocios paralelos -las urbanizaciones paradisiacas, por ejemplo- y que mueve miles y miles de millones puede permitirse, en efecto, el lujo de la investigación constante con los materiales de que se componen sus instrumentos.

Así, la sofisticación técnica en la fabricación de los palos y las pelotas, unida a que los campos antiguos no se han rediseñado para las nuevas distancias que se alcanzan -en ocasiones, los bunkers a mitad de la calle parecen ya adornos más que trampas-, puede ayudar a que cualquier aficionado, uno de esos entusiastas jugadores de sábados y domingos, se crea por un momento, por un golpe increíble, un Tiger Woods en cuerpo y alma. Ésa es la grandeza.

Pero esa misma sofisticación técnica tiende a igualar, aunque sea dentro de un orden, a los profesionales. De ese modo, cualquiera puede imponerse a rivales de mucho mayor fuste en un día afortunado, en un torneo determinado. Como cada semana se disputa uno... Y si, encima, las condiciones climatológicas son tan buenas que no es preciso recurrir a los toques de calidad, ésos que marcan a la larga las verdaderas diferencias entre unos y otros... Ésa es la miseria. Ese punto de cierta decepción que acostumbra enturbiar el triunfo de un don Nadie en el Grand Slam, un olimpo que el golf y sus intereses querrían exclusivo de los auténticos dioses: de los Arnold Palmer, Gary Player, Jack Nicklaus, Severiano Ballesteros, Nick Faldo o Tiger Woods.

¿Quién es David Toms? Hoy por hoy, desde luego, ¿quién se atrevería a considerarle un don Nadie? Con los 936.000 que se ha embolsado en Duluth ya totaliza este curso 2.576.767 dólares, cerca de 500 millones de pesetas. Sólo le superan Woods (4.485.749); su víctima, Mickelson (4.256.383); el fiyano Vijay Singh (3.050.600) y el también estadounidense Scott Hoch (2.728.319). Incluso ha relegado al sexto puesto a Sergio García, El Niño (2.374.935). Además, se ha garantizado su presencia en el equipo de Estados Unidos que competirá con el de Europa del 28 al 30 de septiembre, en The Belfry, a las afueras de Birmingham, en la bienal Copa Ryder.

¿Quién es David Toms? Hoy por hoy, desde luego, alguien que aún tendría que pisar mucho más fuerte, de éxito en éxito, para investirse con el carisma de los elegidos por las masas. Alguien que no debería ser tan frío como para consentir que su caddie, Scott Gneiser, mostrase mucha mayor alegría que él tras embocar la bola triunfal. Al público, le convendría recordarlo, le suelen gustar las emociones exteriorizadas, las sonrisas.

David Torres cierra su puño y alza su putter tras su victoria en Duluth.
David Torres cierra su puño y alza su putter tras su victoria en Duluth.ASSOCIATED PRESS

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