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Reportaje:

Verano en los cines

Aniquilados los viejos cines, las multinacionales hacen su agosto con 'pelis' con 'actores de moda'

Se perdió para la posteridad el concepto de cine de verano. Hojeamos la cartelera de espectáculos y ya ni siquiera encontramos la vieja ruta de esas salas antiguas y trasnochadas en tantas y tantas noches de luna, en agosto. Aquellos lugares, sin ir mas lejos, uno en la avenida de Moncada, en el que se podía ver recorrer por la pantalla, entre adelfas y jazmines de la vieja fábrica de tableros, ponerse por bigote a Humphrey Bogart una salamandra alicantina mientras devorabas un bocata de tortilla con gambas. Eso, bien es cierto, se esfumó parece que para siempre. Y ya ni siquiera encuentra uno las salas de Alboraia. Aquellas, que tras un lienzo de satén rojo, como el manto de Drácula, ofrecían las viejas películas de Chabrol o Huston.

Pues, ¿qué hay en su lugar? Una feria de vanidades perversa en donde, bajo los rescoldos de las viejas salas modernistas, se yerguen triunfantes los multicines de pelicula-chicle y timo asegurado. Si piensa que miento el cómplice lector sólo tiene que darse un garbeo, sin rencor, por las nuevas superficies de las calles céntricas o por los emporios para liliputienses de los grandes megacentros de consumo; cinturón pseudolúdico de la gran Valencia que llena los bolsillos de cuatro amigotes y tambien vacía los de las familias aburridas. Contemple, en esos templos de la estulticia, sus paneles digitales en rojo excitante ofreciendo lo peor de los retales de final de temporada. Aniquilados los viejos cines de verano, las multinacionales del espectáculo los han cambiado por una sucesión de tocomochos en forma de peli-para-el-verano-de-actor-de-moda que es de juzgado de guardia. Rascabolsillos mayormente para los progenitores de esa horda infantil que, azuzada por las mentiras de la televisión, pide una basurilla digital tras otra.

Paséate amigo lector, por las salas multicines de la ciudad o del extrarradio, esas megalópolis que son nuevas Babilonias de cartón piedra, un domingo por la tarde. Para escribir lo que lees, lo hice y no sin armadura. Pues salpicaba el aceite de las palomitas y las burbujas de las colas a precio de Hollywood.

¡Oh, cines de verano, cines en verano! Tengo un amigo que se tiró largos años empujando su negocio en el viejo Flumen, tras la estación de autobuses, y a fe mía que ha durado más la vetusta y cutre estación local que el cine en cuestión. ¿La razón? Se perdió a la clientela. Ya no hay parejas progresistas que quieran ver de nuevo La conversación de Coppola o El hombre elefante. En primer lugar está la tele y el sofá, y los hijos. Los chiquillos no se quedan en casa. ¿Qué haría usted, amigo, si tiene a un par de vociferantes infantes, un sábado tarde, consumidas vacaciones y paga de julio, que le piden a gritos el último marrón de la Disney o de la Dreamworks Company, los vendidos al dólar Lucacks y Spielberg? Hará amigo lo que yo, tirar de Visa y gastarse mil duros largos con los churumbeles, bostezando sobre la butaca mientras los chiquillos, ofendidos y timados también por huertos tipo Jurasic Park Parte siete, le estiren de la manga, le despierten y clamen: 'Papá, volvamos a la tele, esto es muy aburrido'. Y usted, cómplice amigo, que paga cable, Internet y lo que haga falta, verá menguado su peculio veraniego con unas entradas al cine que no le sirvieron para calmar los ánimos.

MÓNICA TORRES
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