LA VIDA BOHEMIA
Ayer a la ocho de la mañana el teléfono va y se pone a sonar. Mi santo y yo pegamos un bote que se nos separaron nuestros respectivos colchones de látex. Él se levantó para volver a unir los colchones y empezó a maldecir una vez más que yo optara por comprar dos colchones: y no me vuelvas a contar, me decía mientras arrimaba las camas, que fue para que cada uno tuviera su propio mando y pudiera elegir una inclinación del colchón personalizada, porque la verdad es que siempre te tiras a lo más caro, y lo más caro no es lo mejor, desengáñate, y te voy a decir una cosa que tal vez te duela: esta falsa cama de matrimonio dividida en dos, parecerá una bobada pero puede acabar con nuestra relación en el sentido más carnal del término, es que va uno con su mejor intención a iniciar una aproximación lógica en un cónyuge, y vas con miedo, porque dices, hago un movimiento en falso, un extraño, se separan las camas y me escoño por la rendija.
A todo esto el teléfono seguía sonando.
Qué charla me has dado tan temprano -le dije- ¿Has estado toda la noche preparándola?
Mientras él se volvía a acostar y seguía maldiciendo, 'si es que vivo sobresaltao con este colchón', cogí el teléfono. Era mi suegro. Le dije, cómo nos llamas a estas horas, vaya susto. '¿Susto por qué, nena? Dile a mi hijo que aproveche y se levante que ahora es la mejor hora para regar'. Mi suegro llamaba desde Lopagán, que van allí a darse los barros y, claro, toda la vida levantándome a las cuatro de la mañana para ir al campo, decía, ahora a las seis ya estamos camino de la playa para ser los primeros, pero no veas cómo está ya esto a las siete, chiquilla, como la Puerta del Sol, aquí ningún abuelo duerme más de cinco horas, porque por las noches estamos todos hasta las dos de la madrugada comiéndonos un winner-taco por el paseo. Pero que he llamado, nena, porque leo todos los días el periódico en el hogar del pensionista, ya sabes que a mí el periódico por costumbre no me gusta comprarlo, y ayer ya por segundo día que leí que escritores de esos de primera, quiero decir de los que invitan a las universidades de verano, no lo digo por molestar, dicen que la novela ha muerto. Y yo tengo un disgusto muy grande, nena. Total, que me he traído el móvil y digo mientras me enjuago los barros voy a llamar a mi hijo a ver si él lo ve menos negro. Ya le dije yo en su día: hijo, tú publica lo que tú quieras, que eso es muy bonito, vale, pero tú, a tu puesto en el Ayuntamiento, tu seguridad, nene, tú a eso no tienes que renunciar, mira como ese otro escritor de la barba que parece un hombre de ley, una persona muy buena, el que sale siempre en la foto en la Plaza Mayor...'
- Luis Mateo, le apunté.
- Ese será, a mí de nombres no me hables. Mira como ese hombre no ha dejado su trabajo; después, en el tiempo libre ya uno que escriba, que pinte, pero yo veo que en la vida esa de la escritura fácilmente te haces un vago, y no porque seas malo, sino que te abandonas, que si ahora escribo a las cuatro, ahora a las ocho. Eso no es orden. Y luego que se gana un dinero fácil, que tiráis el dinero. Y dime tú ahora, si la novela se muere, qué hacéis vosotros si no sabéis hacer ná. Anda, ponme con mi hijo...
- Es que se ha dormido...
- No te digo, un vago.
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