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Reportaje:EUROPA EN BUS (2) | VIAJES | VIAJES

LOS NOVIOS DE LA ESTACIÓN

Tras pasar el Estrecho, el autor cruza la Península en dirección a Barcelona. Se detendrá en bares de carretera que parecen sacados de la película 'Thelma y Louise', en la estación de autobuses de Madrid y en Alfajarín, área de servicio 'king-size'

La ubicación como frontera, es decir, como colleja. Liderados por la superabuela, tomamos el ferry a paso ligero. El personal se aplica a ir al WC y, algunos, a la sala de rezos, más pequeña que la sala kindergarten. Lo que prueba que los adultos tienen una espiritualidad más reducida. Antes de orar, los fieles practican las abluciones en la toilette. En ese trance, jóvenes y viejos se lavan de manera diferente. Los viejos lo mojan todo. Meten los pies en el lavabo y salpican agua a gogó. A mí, mi mamá me prohibía hacer eso. A ellos, la suya, pues no. Meditación: un choque cultural es cuando alguien desautoriza a tu mamá. El pasaje, espontáneamente -lo que confirma que la espontaneidad no existe-, se ubica en tres regiones diferentes del barco, formando tres grupos. Los marroquíes se quedan en el bar del barco. No gastan un duro. Llevan la comida en cajas de zapatos y comen non-stop. Un nutrido grupo de camioneros españoles se aplica a comer en un restaurante. Gritan tanto que lo comen todo en souround. El tercer grupo lo forman unos turistas franceses. Tienen tanta pasta que no les hace falta comer. A medianoche me doy un voltio por el barco. Los bebés están ceporros, las mamás siguen dando de comer a los niños que ya tienen los dientes en rodaje. Un grupo de adolescentes canta. Los pies de los adultos, pues también. El barco ya huele a rayos. Muchas personas juntas siempre huelen a rayos. Quizás por eso los griegos hicieron dios de los hombres a Zeus, dios del rayo. Zzzzzz.

El conductor lanza el grito de guerra de los conductores de autobuses en la Península: 'vamoh que noh vamoh'
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- Nadie sabe lo que pasa

Y eso es lo que pasa. Algeciras. La primera en bajar es, en efecto, ella, la superabuela, a quien luego me encuentro jurando en arameo en la aduana, frente a un poli que le está haciendo vaciar su maleta. Todo el pasaje está, de hecho, en la aduana, enseñando sus maletas a la poli, de manera que fui el último en abandonar el barco y, gracias a la ayuda policial, soy el primero en pisar Algeciras D F. Así-así-así-gana-el-Madrid. Bueno. Salgo. Busco mi autobús. Nada. En eso empieza a salir el resto del pasaje. Van en fila india, con las maletas del increíble Hulk hasta el quinto pino, donde, si te fijas mucho, ves que están los autobuses. En lo que es un fenómeno que veré a lo largo de todo este viaje por Europa, todos los usuarios de autobuses saben de dónde salen sus autobuses, aunque nunca haya carteles y aunque nunca nadie te pueda decir de dónde salen. Supongo que la información es el uso, de manera que uno sólo conoce lo que usa. De manera que medio mundo desconoce al otro medio.

- El único rostro pálido

Poco a poco nos vamos orientando frente a los autobuses. Sobre todo un chico marroquí, que está pelando la pava con una chica y ahora, en un momento de orientación e inspiración, ha conseguido su número de teléfono. En lo que es una buena noticia para el balance anual de Telefónica, ella va a Barcelona, mientras que él va a Madrid, como yo. Los pasajeros de Madrid nos erigimos en corriente de opinión frente a nuestro autobús. Opinamos que tendría que abrir, que está lloviendo, leñe. El conductor, después de probar diversas posibilidades del caos, finalmente nos deja subir. Nos sentamos donde podemos -los asientos no están numerados-. Soy el único rostro pálido. El conductor lanza el grito de guerra de los conductores de autobuses en la Península -'vamoh que noh vamoh'; una alocución que condensa en sí misma la vocación de síntesis del hablante castellano: para decir 'vamoh', una palabra, se utilizan cuatro palabras-. Se inicia un periplo hasta Madrid cuyo criterio, al parecer, es pasar de noche por todas las ciudades españolas con un equipo en 2ª B, 3ª o preferente regional. Me quedo traspuesto. Zzzzzzzz. Me despierto en un bar muy animado de un pueblo de Jaén, en plan bar de Thelma y Louise, donde el pasatiempo del sábado por la noche es vestirse de concursante de Gran hermano e ir al bar a reírse de un camarero tartamudo. El camarero trabaja ajeno a las burlas. Su hermano también sirve bocatas en la misma barra. En su cara se gesticula el dolor que no gesticula la cara de su hermano. Tu hermano es tal vez una persona a quien le duele lo que a ti ya no te duele. Zzzzzzzz. Otro bar. Todo el pueblo está en ese bar, vestido de concursante de Gran Hermano y riéndose de un tartamudo a quien no localizo. Igual murió hace 20 años. Zzzzzzzzz. Otro bar. Los coches que lo rodean tienen matrícula de Ciudad Real. En el bar hay una enana de, consecuentemente, Ciudad Real, de quien todo el mundo se ríe. Zzzzzzzz. El conductor, marroquí, pone una cinta de Los Chunguitos marroquíes y me despierto. Llegamos a Madrid. Comentarios sobre la velocidad: a) desde Tánger han sido más de 14 horas, y b) un vuelo Tánger-Madrid dura una hora y vale sobre las 50.000 pesetas, si bien en autobús sale a menos de 8.000.

- Madrid, Barcelona y el amor

La estación de autobuses de Madrid es grandiosa. De país sin coches o sin ferrocarriles. O de país con muchos ciudadanos sin coche o ferrocarril. Los clientes de la estación se oscurecen a lo largo del día. De día viajan los europeos. De noche, africanos. Ignoro el porqué de esta metáfora que ilustra que hay realidades que son como el día o la noche. Por mi parte, mi intención es irme a Barcelona, una ciudad que está a 17.000 pesetas y 50 minutos en avión, y a 4.000 y a 7.30 horas en autobús. El viaje a la inversa -Barcelona-Madrid-, si lo realiza Figo, son 1.000 millones y escasos segundos, snif. Es curioso, pero esta línea está muy frecuentada por señores y señoritas que tienen el novio o la novia en Barcelona o Madrid, y se van a pasar el finde con su amorcete. En la dársena del autobús de Barcelona hay, de hecho, varios novios de varios colores comiéndose a besos, un adolescente que, alternativamente, fuma caladas de su porro y tira unos gargajos estupendos -cada cipi es tan fluido y contundente que, finalmente, los novios dejan de intercambiar fluidos-, señores y señoras vestidos de concursante de El precio justo, y jóvenes y jóvenas vestidos del concursante ése planetario de Gran hermano. Llega el autobús. Sin cartel. Tras una investigación realizada en comité y a grito pelado, nos enteramos de que, en efecto, es nuestro autobús.

- El centro del mundo

El conductor nos habla por megafonía. Nos asegura que: a) se llama José; y b), que pararemos en Alfajarín. Lo dice como si Alfajarín fuera el centro del mundo, de lo que se deduce que el centro del mundo es un problema de tono de convicción. Nos vamos arreando. Salimos de Madrid. Pasamos por una zona de restaurantes para bodas. Pasamos por una zona de clubes -hay tantos clubes que, se deduce, por aquí debe de haber un rico tejido asociativo-. Finalmente entramos en las tinieblas exteriores que separan Madrid de Alfajarín. Zzzzzzzzz. Llegamos a Alfajarín. Efectivamente, es el centro del mundo. Se trata de una estación de servicio king-size, con hotel king-size, bar king-size y camiones king-size de toda Europa. El bar está capacitado para recibir a cientos de personas en un corto periodo de tiempo. Descripción del bar del centro del mundo: sólo está ocupada una mesa, en la que se sientan un camionero y un putón verbenero. Es una chica eslava, preciosa, vestida con ropa de faena. Sus ojos son azules como el mar de otro planeta. El camionero se ha gastado un fortunón en máquinas tragaperras. Ella tiene en su regazo un producto de cada máquina tragaperras. Por lo que escucho con mis antenitas, subió a su camión hace 300 kilómetros. La idea inicial era pasar juntos unos minutos. Aún no saben cuándo se separarán. Están haciendo planes de futuro. En cierta manera, en el centro del mundo pasa lo mismo que en el resto del mundo. Es decir, se improvisa.

En la próxima entrega, el autor llegará aún más lejos en su itinerario por carretera. Concretamente, a París.

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