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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

TÁVORA DEFIENDE UN TEATRO DONDE LA MUERTE NO SEA DE CARTÓN PIEDRA

El director andaluz responde a quienes le acusan de maltratar a un toro en su versión de la ópera Carmen: 'Es el arte lo que separa a un matadero de una corrida de toros; los que se oponen utilizan queriendo la palabra martirio en vez de decir lidia'.

Salvador Távora trata a la muerte con el usted que antiguamente utilizaban los hijos para dirigirse a sus padres, con esa misma mezcla inseparable de familiaridad y respeto.

Su biografía está llena de encuentros con la parca, unos por necesidades del guión siniestro de la posguerra -amigos que morían de fiebre, de tuberculosis o de aquellas tantas cosas que mataban a la gente entonces- y otros más propios de su imaginación tremendista. El 21 de agosto de 1960, Salvador Távora, por aquella época novillero con hechuras, tuvo que dar muerte al toro que minutos antes había acabado con la vida del rejoneador Salvador Guardiola en la plaza de Palma de Mallorca. Aquella estocada fue su última faena, pero la muerte o su primo hermano el riesgo ya no dejaron de rondarle. Si en todos sus espectáculos están presentes de una u otra manera, en el último dejan de ser de cartón piedra.

Un toro es lidiado y muerto durante su versión de la ópera Carmen, y eso ha provocado una ruidosa división de opiniones. Si en Sevilla lloraron las viejas cigarreras de Triana porque aquella sí que era su Carmen y no la de Merimé, en Barcelona no pudo representarse el espectáculo porque lo prohibió la Generalitat. Una sentencia reciente vino a resarcir a Távora condenando al Gobierno catalán a indemnizarle con 40 millones de pesetas, pero este verano se ha reproducido la polémica. Dos manifestaciones -aunque de 20 personas cada una- han protestado en Londres y Santander por el rejoneo y muerte de un animal en el montaje.

-Se está creando a propósito una confusión sobre el toro dentro del espectáculo -dice Salvador Távora-. Se utiliza la palabra martirio en vez de hablar de lidia, que es de lo que realmente se trata. Los que protestan no han visto el espectáculo, porque si no se hubieran dado cuenta de que es una cosa reglamentada y artística, un intento de armonizar dos artes: el dramático y el taurino. Como dice la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y como defiende la Constitución, no se puede censurar previamente ningún acto creativo.

La otra tarde, en el Puerto de Santa María (Cádiz), Salvador Távora estaba orgulloso de una cosa por encima de todas las demás:

-Mira -decía en la puerta de la plaza de toros-. Aquí viene gente del teatro que nunca había ido al toro y gente del toro que nunca había ido al teatro. Aquí se le abre la puerta a mucha gente. Esto es en cierta medida humanizar el toro, darle más contenido artístico si es posible, y también otorgarle más credibilidad al teatro. Aunque sea cruel la decisión, ¿qué hay más creíble que una muerte que no sea de cartón piedra?

-Pero entonces ya deja de ser 'teatro'.

-No, porque yo siempre he dicho que teatro es todo lo que tenga capacidad de emocionar. Los rituales andaluces son verdadero teatro. No hay mayor teatro que la Semana Santa de Sevilla. Está llena de color, de olor, de ritmo, de dificultades, de ritual, de devoción, de silencio, de alegría, de muerte. Es el mayor teatro del mundo. Y con Carmen yo estoy convencido de estar haciendo lo que tengo que hacer. La verdad del toro es una verdad artística, no una verdad carnicera. Es el arte lo que separa a un matadero de una corrida de toros.

Se mete Salvador en la plaza, se hace de noche en El Puerto y comienza un espectáculo difícil de definir, donde no sólo emociona o sorprende lo que pasa en el escenario de albero; también o sobre todo lo que sucede en los tendidos convertidos en patio de butacas. Mientras Carmen, una actriz guapa y con temperamento, se pasea por la plaza con la bandera de la Constitución de 1812 en la mano, una banda de cornetas y tambores interpreta el himno de Riego, una mujer andaluza amamanta a su niño en las gradas de sol, un hombre vende refrescos, salta el toro, rejonea Ángel Peralta, las cigarreras le tiran un clavel...

Todo viene de hace tiempo. De cuando Salvador Távora cruzó el río de Sevilla y preguntó en Triana por Carmen. Allí le destrozaron la versión de Merimé:

-Me dijeron todo lo que ahora hay en mi ópera -dice Távora-. Que Carmen era una mujer fuerte, que los militares eran militares; y su amante un tío con un caballo, no un torerito de esos con la cinturita fina. El estreno cayó en Triana como si fuera una cosa suya. Aquella noche la ciudad se reencontró con su historia.

Un momento de la representación de la ópera Carmen,de Salvador Távora.
Un momento de la representación de la ópera Carmen,de Salvador Távora.GARCÍA CORDERO

Un andaluz atípico

Se esté de acuerdo o no, Salvador Távora es tan de verdad que emociona sólo por eso. Habla con las manos, con los ojos, con una voz ronca que se sobrepone a la de los hombres apoyados en la barra de este bar de El Puerto. Dice que le da miedo quedarse solo, un miedo terrible a que la muerte lo agarre en cualquier sitio y de cualquier manera. Un sentido trágico que le viene de los tiempos de aprendiz en la fábrica de Hytasa, cuando a escondidas leía a Unamuno mientras otra Andalucía, la del cliché oficial, se reía con los Álvarez Quintero sin echar de menos a Alberti, a Machado, a Lorca, a Picasso...

-Tenemos muchos clichés que nos han puesto. El andaluz no es alegre, si acaso risueño, pero lo han puesto de risotada y no es verdad. Si toda la generación del 27 no se hubiera ido, quizá hoy Andalucía sería otra cosa. ¡Cómo echo de menos a Lorca y a Alberti aquí y no en Madrid! Porque ellos sí que reflejaban una Andalucía real. Picasso es andaluz en todos sus cuadros, es triste y agresivo. Y ahí está la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer, la más triste del mundo, y Lorca, fíjate cómo es Lorca, esa tristeza, esa austeridad. Pero todos se fueron o se tuvieron que ir sin atreverse a dar el discurso desde aquí. También Machado, para él Sevilla sólo era un recuerdo...

El director sigue luchando contra el tópico, pero desde dentro, deshaciendo malentendidos:

-Cuando venían las compañías de Madrid a Andalucía y la gente no iba al teatro, muchos actores decían que aquí no había cultura teatral. Yo creo que era al contrario, que había una excesiva cultura teatral y por eso algunas cosas no interesaban. Andalucía necesita un teatro de pasión igual que necesita a políticos de pasión. Aquí no tiene nada que hacer un político reflexivo y anglosajón, aquí gustan políticos como Felipe o Alfonso, políticos pasionales.

Igual que sigue creyendo en el valor poético de las máquinas, en todo lo que tienen de ritmo y de movimiento, Salvador Távora está convencido de que falta un discurso sobre la inmigración:

-Me gustaría hacer un trabajo sobre eso. Lo que pasa es que me cuesta mucho hacerlo desde la óptica del que recibe y no del que llega. Ahí, en la inmigración, está todo: el sufrimiento, el desarraigo, el trabajo, la muerte. Pero hay una cosa terrible. La mitad de los que están viniendo son los hijos o los nietos de los que echamos. Ellos eran andaluces y los que los expulsaron de aquí no lo eran. Por eso están viniendo, porque tenemos una deuda pendiente con ellos. Hay un cante popular que lo expresa mejor que cualquier libro: islas del Guadalquivir, dónde se fueron los moros que no se quisieron ir. Seguirán llegando. Vuelven a la tierra de sus abuelos.

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