'Tucídides te enseña la pequeñez de las cosas'
Regreso a las aulas. Eulàlia Vintró (Barcelona, 1945) dejó hace dos años la política municipal, en la que había combatido durante los 16 anteriores como teniente de alcalde de Educación y Bienestar Social, para volver a ser lo de antes: catedrática de Griego en la Universidad. Del fragor de la actualidad al remoto mundo de Eurípides. A eso se le llama voluntad de verlas pasar desde la barrera.
Pregunta. ¿Alguna añoranza de la primera línea de fuego?
Respuesta. Ninguna, la verdad. Todo el mundo me decía que no sabría acostumbrarme y no ha sido así. Siempre pensé que la política era un accidente largo en mi vida, pero que no era mi vida. Yo acabé Filología Griega en 1967 y ya me quedé en la Universidad. Fui catedrática bastante joven, en 1975, con 29 años. De modo que el mundo académico es más el mío que el de la política.
P. ¿Descarta, pues, el regreso? Si Maragall llegara a presidente de la Generalitat y le ofreciera una consejería, ¿no la aceptaría?
R. Mire, los años enseñan a no decir aquello tan rotundo que cuando eres joven sueltas cada tres minutos: 'Esto no lo haré nunca'. Si Maragall me llamara, valoraría para hacer qué y en compañía de quién. Pero lo veo difícil. En el ámbito institucional siempre he tenido la sensación de nadar contra corriente y eso desgasta. Una vez retirada de la primera fila, ni yo tengo demasiadas ganas de volver ni seguramente los demás tienen demasiadas ganas de que vuelva.
P. ¿Puede concretar esa sensación?
R. Pues, por ejemplo, cuando te opones a que exista un equipo de asesores municipales demasiado inflado, que se sale del escalafón funcionarial y cuya remuneración escapa a cualquier parámetro objetivo. No digo que no deba haber un cierto número de cargos de confianza externos, pero debe ser acotado. O bien cuando el municipio toma decisiones urbanísticas que atienden más a presumibles beneficios económicos que al bienestar de las personas.
P. Algún recuerdo bueno tendrá.
R. Desde luego. De mi paso por el Ayuntamiento, lo que me parece más importante es haber podido estructurar los servicios sociales como un área municipal importante. Esos servicios no existían antes de los ayuntamientos democráticos. En Barcelona se impulsó en serio ese departamento a partir de 1987. Pero hoy los servicios que ofrece resultan insuficientes.
P. En el caso de los africanos expulsados de la plaza de Catalunya de Barcelona, efectivamente no parece que esos servicios hayan funcionado.
R. Desde luego. Yo empecé a ocuparme de Inmigración, pero sin llegar a darle la importancia que hoy se ha visto que tiene. Elaboré un plan muy voluntarista y muy poco compartido por otros departamentos del propio Ayuntamiento, como la Guardia Urbana o Urbanismo, sin los cuales no creo que pueda darse una auténtica política de inmigración. Como tampoco puede hacerse sin un plan conjunto que integre a la Generalitat y al Gobierno central. La primera no ha apostado por el derecho de las personas, sino por una política de beneficencia. En cuanto al segundo, se ha dedicado a legislar restricciones y a reprimir. Claro, como los inmigrantes no votan, las administraciones se desentienden.
P. Aparte de eso, tampoco parece que la sociedad esté muy preparada para asumir a los inmigrantes como un hecho necesario y normal. Usted también fue responsable del área de Educación Municipal.
R. Me propuse trazar un proyecto educativo de ciudad, donde se entendiera bien que la educación no era sólo responsabilidad de las escuelas o de las familias, sino un verdadero proyecto estratégico de cultura cívica. No se puede predicar la solidaridad cuando luego en tu bloque de pisos todo el mundo hace el vacío al vecino magrebí. Si queremos ir al fondo de los valores, éstos deben ser asumidos socialmente. Pero este proyecto no ha tenido continuidad.
P. ¿No tiene la sensación de que la izquierda ha abandonado la cultura de los valores? Ahora todo parece plegarse al pragmatismo.
R. Totalmente de acuerdo. Si algo no perdonaré jamás a la izquierda es que permitiera ganar a la derecha enarbolando ésta la bandera de la anticorrupción. Eso nos ha hecho un daño terrible.
P. Quizá los jóvenes buscan esos valores lejos de los partidos políticos.
R. Los partidos han perdido capacidad de atracción para la gente joven. Pero la inquietud, el rechazo y la rebeldía contra un mundo establecido que no les gusta persiste. Yo creo que las oenegés, la cooperación, la solidaridad y la famosa antiglobalización han captado al mismo número de gente, si no superior, que el de los que militábamos en los partidos en los años sesenta. Porque todo eso lo hemos magnificado mucho, pero los estudiantes politizados de entonces, en una Facultad de Letras como la de Barcelona, que podía tener entre 3.000 y 4.000 alumnos, éramos 150.
P. No me dirá que, a su regreso a la cátedra, no ha encontrado a los estudiantes muy diferentes.
R. Como toda estructura viva, la Universidad ha ido cambiando. Se han impuesto nuevas tecnologías de estudio, como Internet, que han supuesto una revolución de la que aún no somos conscientes. Los jóvenes saben hoy cosas diferentes de las que sabíamos nosotros. Las aprenden de una manera a partir de la cual nosotros no sabemos aprender. Y esto hace que su manera de aprender y de saber y la nuestra choquen. Hasta que nosotros no hagamos el esfuerzo de entender cómo ellos aprenden y de ayudarles a aprender lo que nosotros creemos que les falta no solucionaremos el conflicto. Hoy ir a clase con los apuntes de hace 20 años y volver a repetir verbalmente aquello que cualquier alumno puede encontrar con facilidad en cualquier parte no tiene sentido. A mi generación, pero también a la de quienes tienen 40, incluso 35 años, eso nos cuesta un esfuerzo de adaptación. Yo creo que éste es uno de los elementos clave de la crisis universitaria.
P. ¿No le produce cierta esquizofrenia preocuparse por todo lo que ha explicado aquí y luego hablar a sus alumnos de la edad de Pericles?
R. No. Constatas que las pasiones, las intrigas, los oportunismos, son tan viejos como el género humano. Leer a Tucídides explicando las guerras del Peloponeso te ayuda a comprender la limitación de los grandes acontecimientos, la pequeñez de las cosas. Es decir, te ayuda a distanciarte del presente, a objetivarlo, sin por ello quitarte la ilusión por hacer cosas.
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