Un día muy suave con final brusco
Las finales de los 100 metros siempre han servido para marcar épocas
Carlos Burón, el técnico, se comía los prismáticos sentado en la grada del Commonwealth Stadium de Edmonton. A sus espaldas, aparentemente más tranquilo, el presidente de la federación, José María Odriozola. A unos 30 metros de ambos, en medio de la pista, Manolo Martínez trabajaba con suavidad, sin estridencias. No habían dado todavía las nueve de la mañana. El día iba a ser muy largo.
Era un miedo infundado el que atenazaba a Burón, que apenas hacía caso a lo que pasaba por sus lados. Es una técnica del técnico, explican los bien informados: es como si con una aspiradora chupara toda la presión del lanzador, del gigante leonés, y luego la procesara hacia su interior desde las gradas. Eso debía ser. Porque por Manolo Martínez no había motivos de preocupación. Ya antes de las 8.30, tan temprano como eso, antes de empezar la serie de calificación para la final, Martínez hizo un par de tiros de calentamiento. Todo perfecto. 21 metros sin forzar. El día olía bien. 10 grados. 90% de humedad, pero eso no importa, esto no es un maratón.
Con su primer lanzamiento, eso lo sabría después, Manolo Martínez ya se habría clasificado para la final. Fueron 20.08 metros, 37 centímetros aún por debajo de la mínima (que luego se bajaría para acoger a los 12 primeros). Tras su segundo lanzamiento, el leonés dio un salto de alegría y levantó los brazos en triunfo. La bola, la esfera de 12 centímetros de diámetro, los 7,26 kilos de peso, había sobrepasado con claridad la cinta que marcaba la distancia mínima. "Fue un tiro de 20,70, por lo menos", dijo Martínez después, sin perder la sonrisa, ni los nervios. "Pero los jueces se confundieron con el pique de la bola del canadiense y marcaron allí". Le midieron 20,44 metros. A un centímetro de la mínima. Ya era suficiente.
Ni aun así bajó la guardia Burón. "Sí, ya está clasificado", aseguraba, como si necesitara oírse para convencerse. Detrás, Odriozola andaba por otros cálculos. Pensaba, creía, que los dos norteamericanos, la pareja Godina-Nelson, iban a sufrir para clasificarse. Antes del tercer lanzamiento ninguno de los dos lo tenía seguro. También comentaba, con admiración, la seguridad del surafricano, del joven Janus Robberts (22 años) que de entrada, a la primera, se había ido a 21,26 metros. Y cuánto finlandés anda suelto, incluido el campeón olímpico de Sydney, Arsi Harju, el mismo que dejó unos meses el atletismo por la súbita muerte de su novia. Luego Godina pasó de 20,45 metros. Luego lanzó por tercera y última vez Martínez. "No necesitaba lanzar, porque ya estaba clasificado", dijo. "Pero me apetecía hacer un tiro más para probarme para la tarde. Me sentía tan bien...". Zas, 20,50 metros. Clasificado oficialmente.
Ni ese impacto logró arrancar de la silla de inmediato a Burón. El técnico leonés siguió sentado, pensando. Luego habló como si tal cosa, como si hubiera madrugado para ver el amanecer y hubiera pasado una plácida hora. "Sí, todo ha salido según lo previsto", dijo. "Ha sido fácil. Manolo ni se ha esforzado. No ha gritado con ningún lanzamiento". Y siguió, como poseído por una sabiduría innata. "Sí, el surafricano se ha ido lejos, pero con esos 21,26 no gana la final". Como si supiera ya, varias horas antes, que aquél era el esfuerzo máximo que se podía permitir en todo el día Robberts, mientras que los demás simplemente habían estado allí calentando.
A las 9.30 terminó Martínez su jornada matinal. Se fue a la residencia, comió, ordenó que no se le molestara y a las dos de la tarde volvió al estadio. Dos horas antes de la final. "Nada es fácil aquí", dijo nada más terminar la mañana, como convenciéndose de que había que mantener la tensión. "Ha habido un nivel altísimo. Fíjaos que el 12º, nada menos que Nelson, el último clasificado, ha pasado con 20,13 metros, que es una exageración". Luego hizo su pronóstico. No exageró el valor de Robberts, sí el de los norteamericanos. "Cuidado con Godina, cuidado con Godina, que es un gran competidor, un hombre de finales", advirtió. "Y Janus es un novato".
Ya se iba Martínez cuando, por fin, decidió sincerarse, hombre tranquilo. "Bueno, sí, no he tirado a tope. Quería tirar fácil. A lo mejor me paso de confianza, pero yo me veo muy bien...". Y suavemente, sin hacer ruido, sereno, Manolo Martínez se fue. Pocas horas después llegaría la tarde más importante de su vida deportiva. Y quizás una de las mayores amarguras, la húmeda tarde canadiense que le dejaría a dos centímetros del podio. Se dañó el dedo anular en el tercer intento y en el definitivo se le "escapó" la bola.
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