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Tinto de verano
Columna
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EL TRONCOMÓVIL

En mi casa me dicen que no lo cuente, que qué va a pensar la gente. Yo les digo: anda que no tengo yo cosas en las que pensar para encima ponerme a pensar en lo que piensa el lector de una. Nada, que me han dado un premio y a mí cuando me dan un premio es que lo tengo que soltar. Y no es por vanidad como la que tienen los escritores. Lo suelto: es el segundo año que me dan el premio en el banco por ser la que más ha gastado con la tarjeta en el pasado ejercicio. Pensará la gente, qué gilipollez, pero a mí me hace ilusión. Vamos, ahora mismo me dicen que el año que viene le dan el premio a otra y como que me jode. A mi suegro no se lo puedo contar porque los suegros siempre piensan que las nueras tienden a arruinar la vida de sus hijos. No le falta razón: yo estoy en ello.

El año pasado me regalaron una tele de esas portátiles que no se ve ni un pijo y que a los niños les encantó, la llevaron al jardín, pero como no se querían levantar de la hamaca para apagarla (ellos no entienden la vida sin mandos a distancia) a la tele se le acabaron las pilas, y ahí sigue, en dicho jardín. Después de un año se ha vuelto verde. Pero no nos lamentemos por las pérdidas. El muerto al hoyo y el vivo al bollo: este año el banco me ha regalado una flamante maleta Samsonite. Me pareció un buen presagio. Le dije a mi santo: 'Con esta maleta, haremos mundo'. Pero a mi santo, en cuanto llega el buen tiempo, se le alarga el dedo, como a ET, y señala en dirección a nuestra segunda residencia: 'Mi casa'. Hijo mío, tanto criticar al nacionalismo, tanto que si la gente no viaja, y nosotros no salimos de la Comunidad de Madrid. Él llenó la maleta de mi merecido premio de libracos, portadas con las caras de Lenin, de Mao, de Churchill, cayeron sobre la Samsonite, y me dijo: 'He aquí la perspectiva de un merecido descanso'. No sé por qué pero a mí ese momento me dio bajón. Ya de camino a este campo en el que me secuestra, venía explicando que lo importante es el cambio de escenario, que se lo oyó el otro día a un psicólogo en la radio. No seas falso, le dije, si tú no te has dedicado a otra cosa en la vida que a criticar a los psicólogos. Pero el santo no quería polemizar, estaba en éxtasis de marcharse a su Edén: el hermano manzano, el hermano membrillo y la hermana barbacoa. Tan contento estaba que se me puso el tío a 80 en la carretera de A Coruña. Ya en nuestras posesiones, con la Samsonite en la mano, me señaló el horizonte: 'Fíjate, corazoncillo, aquí mismo tenía Felipe II su segunda residencia, y para que veas que las distancias son relativas, entonces le costaba a aquel austero monarca tres días llegar hasta El Escorial'. Bueno, le dije, tampoco se puede decir que nosotros hayamos reducido demasiado el tiempo del viaje, nuestra media de velocidad es un poco la de los Picapiedra en el Troncomóvil. Miré yo también al vasto horizonte diciendo: 'Y más allá, el Valle de los Caídos, la segunda y última residencia del general Franco. Dan ganas de morirse'. Mi santo, herniado por el peso cultural de la maleta, dijo: 'No te pongas irónica, eso déjalo para los artículos, que en la vida real te pasas y pierdes la gracia'.

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