Memoria emergente de la ciudad liberada
En Belgrado, la ciudad que se levantó hace casi un año contra Milosevic, comienzan a aflorar sentimientos de culpa y también de alivio por su entrega al Tribunal de La Haya
Belgrado, avenida Kneza Mijailova, en julio. Hace el mismo calor que un año antes. Pasean por allí los mismos hombres, mujeres, estudiantes y esos niños invariablemente contentos. Algún anciano pide limosna. Algún otro busca y rebusca en un cubo de basura. Un joven mutilado se arrastra sobre los muñones de sus muslos, cosechados en cualquiera de las guerras. Nadie le pregunta. Blande una caja de latón ante las miradas apenadas y huidizas de las gentes sentadas en las terrazas.
¿Qué tienen estas miradas nuevas? Se intuye un atisbo, quizá un abismo, de culpabilidad. El paisaje apenas ha cambiado. La infraestructura, técnica y humana es la misma. ¿Todo igual, casi un año después de irse al basurero de la historia la era de Slobodan Milosevic, el supuesto renacimiento nacional serbio que acabó sumiendo en sangre y miseria a todos los Balcanes, Serbia incluida? ¿Es la misma esta ciudad tras erigirse en punta de lanza del levantamiento que derrocaría al sátrapa, después de asistir a su encarcelamiento y entrega al Tribunal Penal Internacional de La Haya para la ex Yugoslavia?
'Volvemos a estar sin oposición. Hoy, una vez más, no tenemos intelectuales que critiquen al poder actual', sostiene Aleksa Djilas
No. La ciudad ha cambiado más de lo que cualquier visitante y gran parte de los propios ciudadanos pudieran creer viendo las tremendas dificultades a que se enfrentan los belgradenses en su vida cotidiana.
Indicios de cambio Primer indicio: los altavoces del quiosco del vendedor de copias más o menos legales de discos compactos no llaman ya a la lucha contra enemigos de Serbia con canciones evocadoras de batallas medievales y míticas leyendas que exigen venganza eterna. Suena, por el contrario, suavemente, una extranjera poco combativa: Nina Simone. Después toma la vez otra foránea no menos tierna si cabe: la cantante italiana Mina.
Segundo indicio: la librería cercana, frente al museo nacional, ha cambiado el aspecto de sus escaparates no menos que la Kneza Mijailova su ambiente musical. Kraj Srpska Bajke (se acabó el cuento serbio) es el ilustrativo título de uno de los libros más presentes, escrito por Slava Djukic. En la portada aparecen los protagonistas, Milosevic y su mujer Mirjana Markovic, Mira. Han desaparecido casi por completo los libros y publicaciones que cubrían las estanterías y escaparates clamando venganza contra el pasado. Fueron el arma principal para lanzar dicho 'cuento serbio', las leyendas medievales serbias, los relatos sobre las traiciones albanesas, los decálogos de comportamiento del buen patriota, los documentos sobre atrocidades croatas y otros textos con vocación de odio.
Han sido sustituidos por libros publicados en estos meses sobre la 'década maldita' desde que se desató la primera y muy breve guerra en Eslovenia en junio de 1991 hasta que los serbios lograron deshacerse de uno de los más siniestros flautistas de Hamelín que ha dado el siglo XX, verdaderamente prolífico en este tipo de personajes.
Vivir con Milosevic, Tito, la tecnología del poder, Camino de Rambouillet, El enigma Broz, De la Gran Serbia a la pequeña, Resistencia, aquí Serbia llamando, son algunos de los innumerables títulos aparecidos. Inevitablemente algunos de los travestís eternos de la política yugoslava han demostrado su proverbial falta de vergüenza apresurándose a escribir su libro crítico hacia un régimen ahora caído al que sirvieron con sumisión tan perruna como a los anteriores y como se disponen a hacer con el nuevo.
Velimir Curgus Kazimir no los ha leído pero se ríe cuando se le habla de ciertos camaleones inasequibles al pudor. Escritor y ensayista siempre crítico y valiente, uno de los pocos intelectuales que ha sido parte del núcleo duro de la resistencia desde el principio, ni siquiera se irrita ante la osadía de estos adictos a la servidumbre que pretenden medrar y reptar bajo Kostunica o Djindjic como lo hicieron bajo Tito o Milosevic. 'Es cierto que últimamente surgen resistentes y sufridores en las esquinas más insospechadas', reconoce.
Esos personajes son eternos pero irrelevantes, considera. Lo importante es el proceso general en la sociedad serbia, ya no belgradense sólo y eso es un dato importante. Porque Belgrado siempre fue, hasta verse intoxicada en gran parte por el mensaje nacionalista, una isla de ilustración, ironía inteligente y raciocinio en la turbulenta historia de los Balcanes. En Belgrado se mantuvieron los islotes de los que habla Velimir Curgus, subsistieron en sus guettos de ciudadanos libres de pensamiento, hasta que lograron, dice en un magistral ensayo en el libro La pasada década, llevar a cabo la conquista del continente que es el país entero.
Lo importante es que la sociedad sane después de los enormes sufrimientos de la pasada década y del sentimiento de culpa que muchos tienen y aún muy pocos pueden reconocer ante un extranjero. 'Están aflorando los sentimientos. Se han dado ya muchos pasos. Antes sólo se hablaba de ello en la intimidad absoluta. Ahora ya es un debate de la sociedad serbia. El paso a tratarlo con extranjeros llevará aún un tiempo'.
Belgrado ya no es la misma. Tercer indicio: no hay ya apenas interlocutores en Belgrado que lamenten la extradición de Milosevic. Hasta quienes se sintieron algo heridos en su orgullo nacional y querían juzgarlo en casa. Hoy se muestran aliviados por el hecho de que esté lejos. Y muchos deseaban que su mujer se quedara también en La Haya aprovechando la visita que le hizo recientemente a Slobo. Son pocos los que lamentan la extradición. Pero existen.
Entre los más destacados y cualificados está Aleksa Djilas, el hijo del legendario líder partisano y después disidente y célebre preso bajo Tito. En la casa que heredó de su padre, aquel incorruptible luchador montenegrino, muerto en 1995, Djilas dice que la deportación de Milosevic ha sido contraproducente, primero porque quedó claro que se hacía por dinero pero también 'porque evita a los serbios la necesidad de la reflexión'. La entrega de Milosevic a La Haya facilita, según él, que los serbios no tengan que plantearse su propia responsabilidad. 'Se le entrega a La Haya y aquí muchos piensan que ya hemos cumplido y no pasa nada'.
Aleksa Djilas es muy crítico con el tribunal de La Haya y con la política occidental en general hacia Serbia. Considera que Milosevic y Occidente han estado prácticamente juntos en su maltrato a la nación serbia y que el acoso y el aislamiento impuestos desde fuera han sido tan perversos como la propia represión de Milosevic. Está convencido de que, tal como han sucedido las cosas desde la caída de Milosevic el 5 de octubre pasado, la sociedad no se ha enfrentado aún a su pasado y puede estar en camino de cometer los mismos errores.
Sin intelectuales críticos 'Volvemos a estar sin oposición. La subsistencia de Milosevic se debió en gran parte a la responsabilidad de los intelectuales y de los líderes de la oposición de entonces. Hoy una vez más estamos sin intelectuales que critiquen al poder, al actual. La oposición [otrora el partido de Milosevic] no tiene credibilidad, no tiene proyecto y no tiene dinero y a cualquiera que critique al poder actual, ya sea a [Vojislav] Kostunica o a [Zoran] Djindjic es muy fácil tacharlo de aliado de Milosevic', sostiene Dijlas.
Es evidente que al perder los resortes del poder, su acceso privilegiado al dinero público y su dominio sobre la red mafiosa creada por el matrimonio Milosevic, los socialistas se han derrumbado y dispersado. Para la movilización de protesta contra la extradición de su líder, los socialistas apenas pudieron concentrar a unos pocos miles de manifestantes. Había más miembros del partido fascista de Vojislav Seselj que del PSS. Ya no tiene dinero de las fábricas y los ayuntamientos para traerlos a Belgrado. La ciudad, la única urbe realmente cosmopolita de los Balcanes, se ha liberado del yugo rural.
Porque la irresistible ascensión de Milosevic comenzó con un asedio político a la ciudadanía desde el monte, desde el ultranacionalismo montaraz, culpablemente asumido por los intelectuales de la Academia de Ciencias Serbia. El nacionalismo estigmatizó de traidores a los ciudadanos que no estuvieran dispuestos a odiar como auténticos patriotas. Patria, tierra y sangre contra ciudadanía, diálogo y tolerancia, pureza de la violencia contra la duda del afecto y el mestizaje. Eran los dos bandos que se enfrentaron en los años noventa y los belgradenses aún no saben pero comienzan a preguntarse por qué su ciudad tomó partido en contra de la ciudad. Para muchos fue un proceso inadvertido, para otros fue una opción dictada por el miedo. Para todos fue no ya un cuento sino una pesadilla. Y ahora comienzan a despertar. 'Pensar sobre la culpa es imposible sin pensar sobre el pasado', dice Curgus en Kuce (Casas). La memoria selectiva es el mejor método de popularizar el victimismo, añade. Pero Curgus escarba además en la mente de su pueblo y diagnostica que 'la culpa no es una enfermedad y una obsesión de artistas decadentes determinados sino el estado de ánimo en el que viven millones de personas'. 'Cuando lloras no piensas en la venganza. Quien sufre realmente el luto, quien evoca con pena, no tiene fuerzas de lanzarse a la venganza'.
Belgrado fue bombardeada con palabras y mensajes de venganza y crimen preventivo, inducido por el miedo. Por exigencias de lealtad total al mito patriótico. Fue el primer ensayo logrado de lo que después sería el bombardeo real de Sarajevo por parte del nacionalismo serbio en Bosnia y los intelectuales resentidos que odiaban aquella ciudad porque ésta no los había aceptado nunca como es el caso de Radovan Karadzic. Belgrado ya ha cambiado.
Cuarto indicio: queda en la Knez Mijeilova un solo vendedor de pegatinas y banderines cetnik y fascistas. Había decenas haciendo sonar sus sones bélicos. El que queda es un marginado que evoca a aquellos que en la calle Preciados de Madrid vendían llaveros con la imagen del golpista Tejero. Vende cromos con las caras de Karadzic y del otro gran carnicero de Srebrenica, el general Ratko Mladic. Está solo. Los transeúntes pasan indiferentes ante su puesto y él, allí apoyado en una columna, tiene que soportar las melodías de Nina Simone.
Por eso hay esperanza, pese a la culpa, la necesidad y el infinito cansancio de quienes han perdido siempre ante los demás y ante sí mismos. Dice Curgus que 'muchos de los que se fueron (al exilio bajo Milosevic) no quieren siquiera enseñar a sus hijos la lengua del país que dejaron atrás, la lengua de sus antepasados. Como si no pudieran esperar para erradicar todo vestigio y vínculo con su patria'. Muchos llevan la culpa que los verdugos no son capaces de sentir y que en esta ciudad está despertando como acto voluntario o involuntario pero en todo caso digno de vocación de conciliación de tantos ciudadanos que durante 10 años, también voluntaria o involuntariamente, dejaron de serlo. 'Algún día, estoy seguro', dice Curgus, 'los padres comenzarán a contarles a sus hijos de dónde son'. Porque el recuerdo, esa fibra tejida por la memoria, es imposible de romper.
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