Pirineos: montaña y mar
Es muy fácil de entender: si no fuese por etapas como estas, el Tour no sería el Tour. O lo que es lo mismo, sin los Pirineos, es decir, sin esa peculiar e inimitable comunión de sol, montañas, bicicletas y afición, esta sería una carrerucha más. Y no sólo eso, es que aquí, en estas espinadas laderas, los nuestros no fallan.
Sufres desde el sillón; por favor, que lleguen las vallas, suplicas estúpidamente al televisor. No pensarías igual desde la bici. Bueno, qué demonios, ya lo pensaste, y no era igual. Que va, lo agradecías, porque las vallas eran frías, porque tras ellas los ánimos sonaban lejanos, porque era el calor humano, en tu ausencia de fuerzas lo que te hacía continuar. Te remontas a una imagen bíblica, a otro mar, al que se abrió a los judíos en su caminar. Y confías ciegamente en que éste también lo haga. Un sueño imposible que, sorprendentemente, cuando tu llegues se cumplirá. Este mar de hoy que no moja, pero que, no importa, igualmente te va a refrescar. Te dará aliento, y con poco más, habrás llegado al final.
Es un mar humano, un crisol de gentes y personajes que, pese a la mezcolanza, pese al aparente caos, está dotado de uniformidad. Entre banderas, proclamas y pancartas sientes energía, te abandonas, te dejas llevar. Mientras tus oídos ensordecen, tu piel se eriza y tus músculos se tensan, pero... ¡cuidado!, ay alguien delante, y crees que vas a chocar. Milagrosamente el pasillo se abre, y cuando te has dado cuenta, estas por encima de esa temible rampa que parecía que nunca iba a terminar. Y con tu pedaleo cansino sobre las pintadas te empiezas a animar. Temías a hoy, a mañana, pero ves que no hay problema, que con toda esta gente, los Pirineos, los vas a pasar.
Pedro Horrillo es corredor del Mapei.
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