Dos rosas y un teléfono
Dos rosas y un teléfono. Parece -¿verdad?- la referencia a un rincón del cuarto de estar o el título de un bodegón romántico. Pero es también una rúbrica habitual y vistosa en el arte de Marialva.
Dos rosas y el teléfono solía ser el remate de las espectaculares cabalgadas rejoneras de Ginés Cartagena, fallecido hace años en accidente de tráfico; y hoy las repite su sobrino Andy Cartagena, un caballista intrépido que en esta función de la Fira de Juliol valenciana salió a hombros por la puerta grande.
Las dos rosas y el teléfono, entiéndase, son el alborotado trotar en derredor del toro, ya rejoneado y banderilleado, para florearle el morrillo prendiéndole dos arpones coronados por una rosa roja de papel. Y luego, si el rejoneador es de los que entran en trance, va y le hace el teléfono.
Los Cartagena y muchos otros hacían el teléfono; una especie de desplante que seguramente inventaría Llapisera, padre de gran parte de las suertes del toreo moderno que se tomaron del cómico (las manoletinas por ejemplo), si bien lo popularizó Arruza y consistía en arrodillarse ante el toro, apoyar en su testuz el codo y la cabeza en el puño; o sea, la posición que se suele tomar cuando se habla por teléfono... de rodillas, obviamente.
Quien de estas habilidades ha hecho creación es Pablo Hermoso de Mendoza, que las borda. Pablo Hermoso de Mendoza, la verdad, ha cogido el arte de Marialva que decíamos, lo ha puesto del revés, le ha sacado lustre, y lo ha puesto en la cima de la tauromaquia.
No fue el triunfador Pablo Hermoso de Mendoza aunque sí el que hizo disfrutar con un toreo lleno de vistosidad y fundamento. Sobre todo cuando montó a Cagancho que es un prodigio de torería difícil de explicar aunque, parece lógico, se la hubo de insuflar el propio Pablo Hermoso de Mendoza.
Antes habían cabalgado, sería más propio matizar "toreado", Leonardo Hernández, con un rejoneo clásico de estructurado ajuste (esta definición que se acaba de gestar tiene copyright), y Fermín Bohórquez, quien asumió con la calidad que posee esas pasadas y esas cabalgadas a dos pistas que son creación de Pablo Hermoso de Mendoza.
E irrumpió después Martín González Porras, más contenido en su acostumbrado gesticular para ganarse la galería. Al clavar el rejón de castigo se quedó cojo el toro y fue devuelto al corral. El sobrero traía de nombre Incorporado, que llamó la atención, casi tanto como el del toro sexto, al que hacían llamar Ultravioleta. Estos nombres suelen responder a las cosas que pasan en las dehesas, siempre misteriosas para los mortales urbanos.
Quebró banderillas el caballero González en tanto tuvo dificultades para prenderlas a dos manos. Quebró asimismo Andy Cartagena -que esto de quebrar a caballo ya es normal en el rejoneo- y añadió mucho piafar y prendió una banderilla en la modalidad del violín que puso al público a cien.
Tanto enardeció al público Cartagena que la actuación de Sergio Galán, pese a sus quiebros, sus reuniones y sus espectacularidades, y a que le tocaron Paquito el chocolatero, como en Pamplona, entusiasmó menos. También debió influir que clavó rosas y le faltó teléfono. Y, además, estos traían el recuerdo de Pablo Hermoso de Mendoza; casi nadie al aparato.
Babelia
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