_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hay nada

Como cuando un organismo desarrolla mecanismos autoinmunes, en Madrid se nos ha puesto la meteorología a favor, como si la ciudad se hubiera visto en la necesidad de defenderse de sí misma. Con ese sentido de la supervivencia que desarrollan los seres en peligro y las estructuras más débiles, Madrid, capital de la meseta reseca, plana y asfixiante, ha bajado la exageración de los termómetros, habitual en estas fechas, ha desperdigado por su cielo de julio una estratégica formación de cúmulos extrañamente limpios, de estratos ligeros, de nimbos de oxígeno que aparentan unidades de apoyo en zona de conflicto. Hasta se ha inventado Madrid una brisa inédita para los mediodías del verano y un viento casi frío para sus noches extremas.

Pero no es fruto del mero azar esta nueva categoría climatológica, ni siquiera es producto del desconcierto térmico del planeta, de la desfiguración química global. Lo que está sucediendo en Madrid este verano es pura resistencia, una resistencia que nos demuestra que, aunque nos sintamos agónicos, todavía Madrid es naturaleza y sigue viva y puede consolarnos con su goteo primordial. Porque si la naturaleza, en su sentido estricto, no hubiera venido a socorrernos, este julio de 2001 hubiéramos muerto todos en Madrid. Enfermos, agotados, desasistidos y solos, los madrileños no hubiéramos soportado otro rigor que no fuera el de la muerte.

Nuestro diagnóstico es muy grave. En lo que al simple espacio se refiere, la escala de nuestro mapa se ha convertido en un continuo e irregular escalón de zanja; las aceras abiertas como esos bordes que acaban rotos por la fuerza de tanto plegar y desplegar un callejero; el más mínimo recorrido, obligado a ser una torpe carrera de obstáculos en forma de vallas de metal amarillo, contenedores de escombros, taladros gigantes como aliens, contenedores de escombros, largas secciones de tuberías anchísimas, contenedores de escombros, hormigoneras grises, contenedores de escombros. Se ha llenado el espacio de chirridos, estruendos, repiqueteos, zumbidos, cláxones desesperados. Un paisaje de crisis. Entonces, como nos enseñaron que las crisis siempre son creativas y fructíferas, nos disponemos a ser el personaje que ha de encontrar la sustancia, la sal de ese paisaje. Abrimos los periódicos y las guías buscando el programa de cultura, de arte, de espectáculos estivales que reduzcan la zanja a anécdota insignificante. Madrid, capital de la España de la Europa monetaria.

Y en Madrid, esta eurocapital obra y gracia de la construcción y de la contrata, en julio de 2001 no hay programa, no hay nada. Hay nada. Lo que se dice nada. Todavía andan por despejarse algunas europrovincias españolas de sus festivales de música o de cine; aún se afanan muchos pequeños europueblos españoles en los últimos preparativos para recibir al cartel de sus conciertos o a sus videocreadores. Y en Madrid, nada. Como Madrid no es Barcelona, pues no tiene ni Sónar ni Spoko ni In Motion ni Trienal; como Madrid no es Benicassim, pues no tiene FIB; como Madrid no es Los Monegros, pues no tiene Groove Parade; como Madrid no es Valencia, pues no tiene Bienal; como Madrid no es Gijón, pues no tiene Phonótica ni Semana Negra; como Madrid no es San Sebastián, pues no tiene A&E. Como Madrid es Madrid, pues tenemos un Ayuntamiento que, frente a todo lo periférico anteriormente expuesto, y mucho más que a la meseta escapa, ha programado o promovido o subvencionado o estimulado o concebido nada. Simplemente nada.

¿Por qué? Aprovechemos la bonanza meteorológica que nuestra madre, hermana y amiga naturaleza nos ha brindado como la posibilidad al menos que nos permite tener la mente despejada para hacernos esta sencilla pregunta: ¿por qué? ¿Por qué, de no ser por la inesperada clemencia meteorológica, este julio de 2001 hubiéramos muerto los madrileños de tedio, de aldeanismo, de piqueta, de vacío, de pobreza, de suspenso, de sólo calor? ¿Tendrá que ver esta agonía cultural, este aburrimiento municipal, este valle de lágrimas de alergia al polvo, este bochorno aligerado sólo gracias a Dios y sus cumulonimbos con un alcalde cuyo próximo destino político apunta al Vaticano?

rtoledano@eresmas.com

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_