Con el corazón en la mano
El barítono malagueño Carlos Álvarez es un artista excepcional. Tiene, además de un bello timbre y dominio técnico, una dimensión humana que sale a flote a cada momento en su manera de cantar. Ayer vivió en el Teatro Real un recital accidentado. Luchó contra su propia voz, fatigada, en la primera parte dedicada a la zarzuela y, como en las grandes faenas taurinas, llevó el toro a su terreno en la segunda parte dedicada a fragmentos de ópera de Bellini, Donizetti y Verdi, consiguiendo después de un elegante Per sempre de Los puritanos un ¿É sogno? ¿O realtá? de Ford en Falstaff sensacional, en las más altas cumbres vocales y teatrales.
Fue a más y a más, y no supo cortar a tiempo. La fatiga pudo con él, y a la tercera propina la voz se le quebró, se quedó en silencio, el público aplaudió en solidaridad con el cantante, él volvió a retomar el mismo fragmento con éxito, y al final todo desenvocó en apoteosis. La generosidad le perdió a Carlos Álvarez en ese siempre temido gallo, pero con su naturalidad, con su corazón de oro, conquistó, aún más si cabe, a un público, el de Madrid, que le adora.
Tiene presencia, empuje, Carlos Álvarez. Cantó con gracia y salero una romanza de La del Soto del Parral, pero se veía que estaba forzando, que había indicios de flemas, que la voz raspaba un poco. El barítono malagueño fue luchando contra las dificultades a base de recursos que no son los suyos habituales. Pero en la aplicación de esos recursos ya estaba dando una lección de profesionalidad, de no perder nunca la compostura. Disimulaba la inseguridad a base de entrega. A Carlos Álvarez se le veía no estar cómodo y el público sufría, sufríamos con él. La primera parte dejó varios interrogantes en el aire y también la esperanza de una recuperación en el descanso.
La recuperación llegó. Carlos Álvarez hizo un aria de La favorita, de tanteo, suficiente para comprobar que las cosas ya empezaban a estar en su sitio. Bordó Los puritanos, con una elegancia de fraseo y una línea de canto impecable. Y ya en plinitud, ese Falstaff antológico, sensacional, en gran artista, en gran maestro. Repitió la suerte con éxito en Credo in un Dio cruel, de Otello. Carlos Álvarez, feliz, ya con el éxito asegurado, ofreció dos propinas colosales y a la tercera pasó lo que pasó. Un accidente, qué le vamos a hacer. Había dejado constancia de su gran clase y luego casi se le fue de las manos.
La noche tuvo de todo: emoción, riesgo, corazón, incertidumbre, momentos excepcionales. Y revalidó la inmensa categoría humana de un artista fuera de serie. Emotivamente, un 10.
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