_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nazismo sobre Leaburu

Hay algo especialmente monstruoso en la crisis provocada por el terrorismo en Euskadi: los muertos que causa ETA, las víctimas de las ekintzak, no tienen derecho al reconocimiento público como tales. En los pueblos vascos, les espera el silencio de los vecinos, ausentes en la manifestación de duelo, con las ventanas cerradas al pasar la comitiva fúnebre, quedando luego para los familiares las miradas huidizas de quienes no desean mostrar relación alguna con los proscritos por el Poder del Crimen, que es al mismo tiempo y en singular el Poder. Es una situación que recuerda la de Sicilia bajo la Mafia y también a la Alemania nazi. El imperio de ETA se basa en la generalización del miedo.

En tales circunstancias, ¿cabe poner en cuestión la homología entre la situación en la Alemania de los 30 y la de Euskadi hoy? ¿es lícito pensar que las muertes son sólo muertes y carecen de otra significación? Puede parecer absurdo, pero en ambas cuestiones la respuesta dista de ser unánime. El nazismo sería irrepetible, dicen los nuevos vendedores de equidistancia, y además, añaden, no hay que dividir el mundo entre buenos y malos, entre bestias humanas de ETA y demócratas que además cometen la grosería de pensar que los muertos son suyos, cuando a lo mejor eran apolíticos o incluso, en el caso de un ertzaina, votó posiblemente nacionalista. Las víctimas pertenecen a la esfera del sentimiento, no de la política. Aún cuando resulte evidente que el propósito de ETA consiste en exterminar físicamente a los demócratas, resulta indecente que éstos apoyen su política sobre ese exterminio. Tal fue la separación de campos inventada por Madrazo y no le faltan imitadores.

Pensar así supone ignorar que es ETA la que pone el sello político a sus asesinatos. Por supuesto, toda muerte violenta es lamentable, fuente de dolor, pero no es lo mismo una muerte por atropello, que la mujer acuchillada por su marido, el asesinado por un atracador o la víctima de un atentado de ETA. Es ciego voluntario quien no lo vea.

Podemos partir, pues, de algo difícilmente discutible: los asesinatos de ETA son muertes inequívocamente políticas, que se derivan de una siniestra ideología, y que son decididas por una organización también política cuya razón de ser es el terror. Y como la muerte tiene un significado político, y como durante un tiempo la acción de ETA se vio favorecida por la inhibición del Gobierno Ibarretxe-Balza en la lucha contra ella y contra la kale borroka, su vivero, se hizo necesario proponer la sustitución de ese Gobierno, y tal vez será imprescindible exigir la del nuevo Gobierno Ibarretxe-Balza, por mucho que lloren en los funerales, si las cosas no cambian.

Resumamos: los muertos causados por ETA claman justicia (ya que han sido víctimas de una política criminal que es preciso afrontar, como en su día la de los nazis), están indisolublemente vinculados a la democracia (porque lo que busca ETA es la destrucción del orden democrático forjado por la Constitución y el Estatuto, cualesquiera que fuesen la condición y la ideología del asesinato) y obligan a una respuesta política (consistente en elaborar una alternativa a la política del crimen y a la de quienes cierran los ojos). En suma, negar que las víctimas del terrorismo son una pieza fundamental a la hora de pensar una política en Euskadi hoy es una postura estrictamente equiparable a la de los alemanes que en su día pensaron que era más cómodo pasar por alto la violencia y el antisemitismo de Hitler. No iba con ellos, creían. Brecht lo explicó inmejorablemente.

En Euskadi la variante sabiniana de solución final ya ha comenzado, y por eso el ejercicio de enmascaramiento realizado por Ibarretxe en el discurso de investidura, sólo sirve para mostrar su propensión a eludir el problema capital. Es más, aprovecha la crisis para avanzar por la senda de la 'soberanía', que es lo suyo. Lo ha dicho con una frase terrible: no dejaremos que ETA nos condicione. ETA no es, pues, el problema decisivo de la política vasca, ni cuenta a la hora de definirla. Gestos y palabras bastan contra el terror. Tal vez es consciente de que en realidad éste representa un apoyo para la materialización de sus ideales secesionistas; que son los del movimiento abertzale, entregado desde la trama ETA a la imposición de un manto de vileza y de temor sobre la sociedad vasca.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_