... que algo queda

Para que, según sus propias palabras, no le tomen por 'un energúmeno intransigente', Juan Aranzadi amortigua el tono en su segunda réplica, pero no por eso renuncia a su hábito de sustituir el debate de ideas por la calificación peyorativa o la simple descalificación del oponente. Ahora toca el insulto afable, de modo que, bajo la apariencia de penetrar en el recinto de un simposio, vamos a parar a los prolegómenos de una bronca de sidrería o de herriko taberna. Y menos mal que no le cuento lo que me parece su capítulo sobre Israel y Euskadi. Aun así soy -sujeto elidido- el aldeano que 'tiró la piedra y escondió la mano', un servidor de Zapatero -antes lo era de Aznar: todo sea por ponerme en el blanco-, el autor de 'una insidia' dirigida contra su persona en términos que todo lector de este diario podrá ver que nunca he pronunciado. No vale la pena, pues, detenerse a explicar de nuevo que en boca de un rey griego puede ponerse un discurso democrático o que los valores de la democracia griega algo tienen que decir a la conciencia democrática del año 2000. Pero sí hay que insistir en ello cuando las palabras de uno son objeto de una deformación semejante.

Me veo obligado, no obstante, a responder por la supuesta insidia: haber comparado a Juan Aranzadi con Temístocles, que no fue un simple traidor que pasó al servicio del totalitarismo, del PNV o del imperio persa ('bajo la protección de...', escribí), sino que, según Tucídides, se caracterizó por sus 'cualidades de intuición, que (...) le permitían formar lúcidos juicios, sin larga reflexión, acerca de las circunstancias del presente'. Evidentemente, la comparación es errónea y altamente ofensiva para una de las partes.