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Crónica:TOUR 2001 | Décima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Tour del mayor comediante

Lance Armstrong tritura a sus rivales con una increíble ascensión a L'Alpe d'Huez

Carlos Arribas

Armstrong está mal, Armstrong está mal, Armstrong está mal. La mala forma del ciclista americano parecía el secreto peor guardado de la historia. No había etapa en que cualquier ciclista se acercara al oído del periodista al final del día y le dijera, como quien comunica la fórmula de la bomba atómica: 'He visto mal a Armstrong. Ha hecho un gesto que no me ha gustado...'. Y así. El rumor caló y cobró dimensión de verdad objetiva. 'Señor Godefroot', le decían al patrón del Telekom de Ullrich el lunes por la mañana, 'Jalabert ha dicho que ve mal a Armstrong'. Y el viejo Godefroot, viejo zorro como ciclista en los años setenta, viejo zorro como director en el siglo XXI, hizo alarde de sabérselas todas y repuso: 'Hacer hipótesis así antes de llegar a la montaña nos conduce a un callejón sin salida. Todavía no tenemos pruebas de que Armstrong esté mal, entre otras cosas porque todavía no ha habido terreno que le haya puesto a prueba'.

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Godefroot, sin embargo, creía que Armstrong estaba mal. También lo creía casi todo el pelotón. 'Armstrong está mal y sin equipo', fue el primer comentario de la mañana en que el Tour iba a entrar de verdad en la montaña. Tres gigantes en el camino, la interminable Madeleine, el tremendo Glandon, el espectacular Alpe d'Huez. Y cuando en el aperitivo, un tercera en el kilómetro 40, se quedaba Hamilton, el eficaz gregario montañero de otras campañas, el comentario se hizo estruendo: 'Armstrong no tiene equipo'. Y cuando al comienzo de la Madeleine, a Armstrong le dio por ir en los últimos puestos, sin gafas, con ojos de perdido, haciendo muecas de dolor, subiendo y bajando al coche, el pelotón sólo tenía una certidumbre: Armstrong no está bien. Inmediatamente, el Telekom cogió el mando de la carrera.

En realidad, Armstrong estaba muy bien. Extraordinario. El Telekom se tragó el anzuelo hasta el esófago. El Tour de los comediantes, como decían que eran las carreras antiguas, las de antes del pulsómetro y las minicámaras en todos los rincones, las pruebas en las que las ceremonias del fingimiento eran la mejor arma táctica.

Armstrong ganó la etapa, y quizá el Tour, sin equipo (exceptuando a Rubiera). Más aún: el Telekom de Ullrich hizo para Armstrong todo el trabajo que deberían haber hecho Hamilton, Heras, Hincapie y compañía. Pensando que con el paso de los kilómetros en pendiente Armstrong iría madurando poco a poco, los gigantescos hombres de Ullrich, el infatigable Klöden, el tenaz Vinokurov, el limitado Livingston (el gran gregario robado a Armstrong el invierno), mantuvieron los 27 kilómetros de la Madeleine, los 22 del Glandon, los 10 del valle final, el ritmo ideal para el de Tejas. El ritmo que diezmó al pelotón, la marcha que hizo marchar sin respiro a los grandes, la velocidad que debería dejar a Ullrich al pie del puerto de las 21 curvas sin más trabajo que empujar suavemente, tirar de desarrollo y dejar en potente progresión clavado a Armstrong. En realidad fue lo único que necesitaba Armstrong: el Telekom dejó al americano en la situación ideal al pie de Alpe d'Huez.

Armstrong sólo necesitó un compañero de equipo. Fue Rubiera. En el primer repecho del coloso alpino, el asturiano hizo de lanzador de sprinters, aceleró la marcha y dejó a Armstrong, mandíbula cuadrada, pómulos determinados. Gafas de sol protegiendo la mirada, justo delante de Ullrich. El grupo de 30 buenos que había llegado al pie empezó a disgregarse. Todos se pusieron de pie en la bicicleta. Se acabó la comedia. Empezó la tragedia. Armstrong, el hombre sin piedad, se volvió, miró fijamente en los ojos a Ullrich, vio en ellos miedo, y, sin dejar de mirarle, imperial, aceleró la marcha. Se fue delante de todos, en sus mismas narices. En dos kilómetros hizo un hueco de minuto y medio. Por delante, Armstrong, volátil, ligero, alado; por detrás, Ullrich, pesado, pegado al suelo. A su rueda, los que podían aguantar el duelo de los dos grandes del Tour. Los españoles: Beloki, a duras penas pero resistente; Ígor Galdeano, desgastado en ataques inútiles; Sevilla, animoso. El francés Moreau. Más atrás, Laiseka, Mancebo subiendo lentamente de revoluciones hasta dar con su ritmo. Los demás sucumbieron. También Botero.

Armstrong llegó solo. También Ullrich, segundo, a dos minutos; Beloki, tercero; Moreau, cuarto. El mismo orden en que terminó el Tour de 2000. A 10m 29s, el 29º, llegó François Simon, el nuevo líder. Gentileza de los 35 minutos de Pontarlier. Pese a su exhibición, Armstrong todavía es el cuarto de la general, a 20m 7s del primero, nada menos. A más de 8 minutos del segundo, del Kivilev que sueña con ser Walkowiak. Porque el Tour aún no ha terminado.

<font size="2"><b>El Tour del mayor comediante</font></b><br>En la imagen, Lance Armstrong celebra su victoria al cruzar la meta de L'Alpe d'Huez (REUTERS).<br><b>Gráfico animado: <a href="http://www.elpais.es/multimedia/deportes/tour.html">El Tour 2001</b></a>
El Tour del mayor comedianteEn la imagen, Lance Armstrong celebra su victoria al cruzar la meta de L'Alpe d'Huez (REUTERS).Gráfico animado: El Tour 2001

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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