_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Adaptación

Durante muchos años me creí a pies juntillas eso de que uno no podía entender bien lo del País Vasco si uno no era de allí. Hablaba con los vascos con humildad suprema y me abstenía de opinar sobre sus cosas. Luego fui creciendo y pensando, y hace ya mucho tiempo que llegué a la conclusión de que el absoluto relativismo antropológico es una falacia. Esto es, no necesitas haber nacido en el Goierri para saber que asesinar a alguien por sus ideas es una animalada sin paliativos, de la misma manera que no necesitas haber nacido en África para comprender que la ablación genital femenina es una brutalidad inadmisible.

Ahora bien, últimamente empiezo a tener una sensación inquietante, la intuición de que, a lo peor, los de fuera incluso tenemos una visión más clara sobre el asunto que los de dentro. Lo cual sería una desgracia, porque la solución del País Vasco depende de los vascos, como es obvio. El caso es que llevo meses hablando, o más bien discutiendo, con amigos vascos de pelaje diverso que insisten en decir que en el País Vasco se vive muy bien y no se pasa miedo, que todo es una exageración y que ellos van y vienen por allí tan ricamente. Me recuerdan a algunos amigos colombianos que se enfurecen porque su tierra sólo sale en las noticias por la violencia y los asesinatos. Amo Colombia, que es un país potente y hermoso pero trágico, embadurnado de sangre y descoyuntado. Negar el horror no va a hacer que no exista. Es más, negar el horror es la mejor manera de que el horror prospere.

En los momentos personales de dolor siempre me consoló la certidumbre de que el ser humano es un superviviente nato. Siempre celebré como un milagro de la existencia nuestra maravillosa capacidad de adaptación. Y es verdad: esa bendita adaptabilidad es lo que nos permite ser felices. Pero ahora advierto que este don prodigioso también puede embotar nuestra inquietud moral y cegarnos el entendimiento. Porque también nos adaptamos a las situaciones injustas y miserables; a ver como normal que unos energúmenos te hagan bajar del autobús y luego lo quemen. A vivir de rodillas mientras ETA le pega un tiro en la nuca a nuestro vecino. Y a decir que, después de todo, las cosas no están mal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_