El pulso de la ciudad
Accidentes, reyertas, sobredosis, ancianos solitarios..., el SAMU combina la asistencia vital con la social
El móvil tiene un discreto aviso de llamada. Las claves del centro de coordinación son escuetas pero precisas, las necesarias para hacerse una primera idea. 'Es un joven de quince años semiconsciente. Vamos a Foyos'. Blas, uno de los veteranos del Servicio Atención Médica Urgente (SAMU), es el médico que dirige el operativo formado por él, Pilar, enfermera, y Juan Vicente. Se aseguran de que llevan todo lo necesario. En cinco minutos llegan al destino, desde el Clínico de Valencia. Es una zona humilde de Foyos, un cuarto sin ascensor. Minutos después llega un agente de la policía local. 'Esto ya sé de qué va. Cada dos por tres tenemos que venir', dice.
El joven está tendido en un sofá. Paredes destrozadas y agujeros en las puertas. Habla despacio, asegura que no ha tomado nada, que acababa de llegar del parque, que alguien ha tratado de atraparle en el patio de la casa, que... Rompe su relato para ponerse a gritar y a desatar una violencia difícil de controlar. Juanvi suda, Pilar le inyecta un tranquilizante mientras observa que el joven trata de coger una pistola. 'Es de fogeo', apunta la madre. Blas ve que no responde y pide un segundo pinchazo. Se piden refuerzos policiales. Ya en la ambulancia, tratan de tranquilizarlo y recabar información de la madre. La emisora no cesa: 'Motorista de unos 15 años, tendido en el suelo, no lleva casco'. 'Joven en plena acera, coma etílico'. Es una radiografía de la ciudad en un jueves por la noche.
La ambulancia llega a urgencias. Blas comenta que es un problema de personalidad. El chico está siendo amenazado por Internet y cree que todo el mundo le persigue. Hace seis meses le prescribieron consulta psiquiátrica que no ha cumplido. Su madre sostiene que desde que empezó con el ordenador se ha convertido en otra persona.
Siguiente aviso. Al llegar, un espectacular deportivo bloquea la circulación en una plaza de Valencia. El conductor, un hombre de 41 años, está sentado con la cabeza sobre el volante. 'No se tiene de la que lleva encima', comenta un agente de la policía local. A pocos metros, vomita sin descanso otro joven, de 26. Ha bebido demasiado. Parece que no ha ingerido nada más. Vista la glucemia y otros parámetros básicos, Blas prescribe B12. Al levantarle del suelo descubren que lleva el cinturón del pantalón lleno de balas. Ël explica que es guarda jurado. Antes de que concluya la frase, la policía local inicia una escrupulosa inspección del vehículo por que si hubiera un arma. Negativo.
Ha sido un jueves sin grandes complicaciones. El sábado, la cosa cambia.
El equipo lo dirige Amparo. Se enroló en el SAMU cuando nació el servicio, hace quince años. 'Esto fue una idea de Julià, un sistema que funcionaba en París y que importó aquí. Luego se fue extendiendo a otras autonomías y hoy nadie concibe un sistema de atención sin las unidades de atención urgente'. Amparo, separada, enérgica, curada de casi todo, ha creado un estrecho vínculo con Pilar y Juanvi. No necesitan palabras. Pasa de los 40 años y le sorprende la inconsciencia de la gente joven. 'Cuando los veo sin casco... Alguna vez he llamado la atención a alguno que horas después he atendido. No sé qué hemos hecho, como sociedad, para que pasen estas cosas. Las drogas de diseño, por ejemplo. No saben qué se toman, muchas veces no es nada, les han vendido nada y creen que han flipado como uno sería incapaz de creer'. Aviso: un joven en la calle, una sobredosis, cerca del estadio del Mestalla.
La calle de acceso está cerrada por obras. Un policía local ayuda al equipo a acercar lo más posible la ambulancia. El resto tiene que ser caminando. En la acera, un hombre, no llega a los 30. Su cuerpo es la sombra de sí mismo. 'Mírale las pupilas, Pilar'. Le hablan. El chico sólo repite: 'Estuve en Bétera, me he peleado con mi hermana'. '¿Qué has tomado ?', insiste Amparo. Tiene la tensión baja. Sus ojos retratan un consumo reciente de heroína. Amparo explica que es espectacular ver cómo responde el organismo a una especie de 'antídoto' para la heroína. Se lo inyectan. Pasa un minuto, dos. '¿Cuánto hace que no has comido?', pregunta Pilar. 'Tres días', dice él. '¿Dónde vives?'. 'En casa de mi hermana, pero me he peleado con ella'. La inyección no hace efecto y le vuelven a pinchar. Amparo le insiste: '¡Dime, ¿qué te has tomado además de heroína ?'. 'Una pastilla blanca, dos, tres, no sé. En el río', contesta. Pero él se cae. Consiguen sólo despertarle y ponerle de pie. 'Tengo mucho frío', dice. Tirita, mueve las piernas, se le doblan las rodillas. La policía intenta localizar a la hermana, sin éxito. Al final la policía le conduce al único domicilio que sabe identificar.
Al subir de nuevo a la ambulancia, cuando el equipo suspira por un bocadillo -'llevamos desde las nueve de la mañana y son las tres de la madrugada, no hemos podido ni cenar', dice Amparo-, oyen: 'Herido en reyerta, zona de copas El Carmen, joven 24 años'. Gente de un pub custodia al herido. Otros le increpan desde fuera y no son precisamente amables con los sanitarios. La policía local llega para poner orden. Juanvi saca del local a un joven ensangrentado. Camina por su propio pie. 'Qué mala suerte tengo, la semana pasada tuve un accidente con el coche, mi chica me ha dejado y ahora esto', se lamenta aguantado el llanto. Mientras le curan explica, que todo había ocurrido muy deprisa, que estaban bacilando con las chicas, que uno se puso chulo y que le estampó un vaso en la cara. Tiene cortes en la barbilla, los pómulos, la nariz y restos de cristal en un ojo. 'Hay que trasladarle', determina Amparo. 'No te preocupes, chaval. No tienes nada grave. ¿Has tomado algo?', pregunta ella. 'Varias cervezas, pero nada más, yo no soy un drogadicto', responde. De fondo se oyen más avisos.
'Los fines de semana son así', comenta Amparo. Se retiran a descansar un poco en un habitáculo con tres camas, sin ventanas y refrigeración mínima. Al poco suena el móvil. 'Es una hipoglucemia, lo más tranquilo de la noche'.
Las guardias de 24 horas, cada cinco días, están llenas de sorpresa. 'Lo cierto es que éste es el pulso de la ciudad. Aquí nos enfrentamos a todo. Combinamos la asistencia más vital con el inevitable servicio social', explica la médico.
Y su explicación es casi una premonición. Tras la hipoglucemia entra un aviso sobre un anciano. 'Alguien le ha encontrado tendido en el suelo de su casa, la puerta abierta. No saben qué ha pasado', dice al colgar. Llegan. El hombre responde que no a todo mientras con la mano parece hacer un gesto de hambre. Pilar se acerca a la nevera y coge un yogur. Exacto, la expresión de Antonio, de 89 años, es clara. Le trasladan a la cama. En el aparador del comedor hay un papel que pone: 'Carmen día, Carmen noche'. Al lado, dos números de teléfono. Amparo llama y resulta ser la hija de Antonio, que vendrá en breve. Él quiere vivir solo. Minutos después entra Carmen. 'Papá, ¿cómo estás ? Ya sabía yo que esto pasaría algún día', le riñe cariñosamente. 'Tal vez debería ir a una residencia', comenta Pilar. Antonio se incorpora un poco y dice que no y que no. Con el dedo señala el retrato de una mujer. Es antiguo, ha perdido el color. 'Es su segunda mujer. Murió hace un año y medio. Fue un golpe para el. Dio un bajón que le dejó así. Quiere vivir aquí, donde estuvo siempre con ella'.
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