En el laboratorio

El corazón de Buena Vista Social Club: Orlando Cachaíto López. Por las venas de los discos de Rubén González e Ibrahim Ferrer bombeaba su ritmo este hombre de modales discretos y extraordinaria eficacia. El contrabajo empieza a latir. Con una propuesta que no es fácil: la más arriesgada del proyecto cubano de los ingleses de World Circuit. Sin cantantes, que siempre hacen más digerible un repertorio.

El tumbao del piano ha sido sustituido por el balanceo del órgano que pulsa un jamaicano y hay un DJ francés moviendo sus platos igual que en la pista de baile. Un inverosímil flautista de la isla de Guadalupe, que no es el fauno de Debussy, canturrea a la vez que toca. Y está Manuel Galbán, antiguo miembro de Los Zafiros: aire de patriarca, sentado hacia atrás con las piernas cruzadas, y una de esas formas únicas de tocar una guitarra que tanto ama Ry Cooder.

A sus 68 años, Cachaíto ocupa por fin el primer plano. Es un López, como su padre Orestes y su tío Israel, de quien le viene lo de pequeño Cachao. Le gusta investigar en distintas direcciones, sin perder la esencia cubana, y dando todo lo que lleva dentro. Se apoya en el conguero Angá, con quien parece tener una conexión telepática. Las citas van cayendo en casi todos los números. Morrison juega con Eleanor Rigby y Galbán lo hace con Riders in the sky. Una música dirigida a la cabeza más que a la cintura. Cachaíto podría estar acabando con el anquilosamiento de la música cubana de los años 50. La revolución está servida.