Buenos Aires me aviva
- 1. ¿Qué comen los argentinos? Eso: ¿qué comen, los puñeteros? ¿En qué caldero (vital, teatral) cayeron de pequeños para actuar así? Entre espectáculos apáticos (Don Juan) o gélidos (Woyzeck), las visitas argentinas están siendo un turbión de vida; lo más calórico del menú teatral del Grec; la mejor vara de medir y de avivar esos laureles en los que corremos el peligro de dormirnos. Tenemos mucho, muchísimo que aprender de los cómicos argentinos. He visto estos días montajes hechos con cuatro pesos, sin apenas decorados, con medios casi de teatro de aficionados, de gloriosos aficionados, pero con una fuerza comunicativa enorme, como si cada función fuese, al mismo tiempo, la primera y la última. He visto a China Zorrilla, 80 años y dos horas y media en escena, sola, con una silla y un vaso de agua y toneladas de talento. He visto, en el Versus, a Mauricio Dayub y Vando Villaamil, pedaleando (en bici y a pie) en El amateur, con 500 funciones y todos los premios posibles a la espalda y el mismo ímpetu del primer día. (Quieren volver en temporada, me dijeron; deben volver en temporada). El amateur no sólo es un ping-pong con bolas ardientes (¡'Great Balls of Fire!'); también muestra el impresionante oído de los dramaturgos porteños (aquí, el propio Dayub) para el lenguaje coloquial, popular, algo que cada vez cuesta más de encontrar en nuestros escenarios.
Tenemos mucho, muchísimo que aprender de los cómicos argentinos
El domingo pasado vi, en el Poliorama (última función), La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, de un cuarteto humorístico, Los Macocos, apadrinado por el luthier Jorge Maronna, coautor del libro con Javier Rama y Marcelo Xicarts. Un espectáculo del teatro San Martín, tosco, irregular, mal acabado, pero que me devolvió a los mejores días de Tábano (¿recuerdan?) o del primer Magic Circus. Una gran idea, un ejercicio de estilo (y de estío): una misma función que va mutando, a tenor de las modas teatrales, a lo largo de 300 años, interpretada por varias generaciones de una misma familia de actores, los Marrapodi. Con cuatro cómicos polimorfos, politransformistas, de los que destaca un fuera de serie, un joven Gasalla, Daniel Casablanca, que encarna todos los personajes femeninos de la historia. Hacía tiempo que no me reía tanto con un cómico, con dos momentos estelares: la parodia del teatro argentino de la década de 1970, y de la revista arrabalera final ('Un montón en un colchón'), como las que montaba aquí la temible familia De Grandy, los de 'Tócame la 'Polonesa'.
En la Beckett he vuelto a ver a una actriz joven a la que habría que poner piso (y academia) en Barcelona: Gabriela Izcovich. Esta mujer es un lujo: brillante, comiquísima, de energía incombustible. Funciona en tándem con Javier Daulte. Daulte escribe y dirige; ella actúa y dirige con él. El año pasado les descubrí (con retraso) en la inquietante Faros de color. Han recalado otra vez en Barcelona con una nueva comedia de Daulte, Fuera de cuadro: cinco personajes extraños y extrañados, en clave de comedia paranoica, entre Botho Strauss (Rostros conocidos, sentimientos ambiguos) y el cine de Rivette, las heroínas de Rivette: Celine y Julie, o las muchachas a la deriva de Haut bas fragile. Un espectáculo que se creó en la Beckett con tres jóvenes actrices catalanas (Nies Jaume, Sandra Monclús, Nora Navas); se estrenó en Buenos Aires, en el Callejón de los Deseos, su sede habitual, y ha vuelto a la Beckett para el Grec. 'La miseria es un motor creativo', dice Gabi Izcovich, y hay que darle la razón porque la función nos hace volar y viajar a pelo y con dos focos. Y atención a las tres actrices catalanas en su debut: tres sorpresas, tres revelaciones. Es dificilísimo estar a la altura de la Izcovich (y de Alfredo Marín), pero las tres dan la talla.
- 2. La Negra Flor. Todo esto pasó, pero Cecilia Rosetto aún está pasando, hasta el día 29, en el Principal, al final de La Rambla. Como cantaba Auserón: 'Y al final de la Rambla / me encontré / con la Negra Flor'. Flor de Tango, esta vez: Rojo tango, ese es el título de su nuevo espectáculo. '¿Va de tangos?', se temerán algunos de ustedes? No teman. A mí también me da miedo el tango en dosis masivas, pero el espectáculo va de música con mayúsculas. Y de viajes con mayúsculas. Cualquier amante de la música popular tout court, y de la pasión en escena, no ha de perderse este precioso show, lo mejor que, para mi gusto, ha hecho nunca Cecilia Rosetto: la combinación exacta, la química perfecta entre humor y pasión, seducción y generosidad (la marca de la casa Rosetto).
La Rosetto ha vuelto a Barcelona y, lógicamente, está como en su casa. Recibe en el Principal como si nos abriera, pausadamente, sin estridencias, su álbum de recuerdos, sus canciones favoritas. Es una Rosetto más porteña pero también más italiana (más Mina, más Vanoni) que nunca, que nos presenta un repertorio inusual, nada tópico, nada previsible. Canaro ('Corazón de oro') y Pedro Maffia, Celedonio Flores (con amor y con distancia crítica), y el Discépolo ultramasoca de 'Secreto' y ultrasardónico de 'Fangal'. Un paseo-homenaje de la mano de las grandes mujeres del tango argentino: Azucena Maizani, Tita Merello, Nelly Omar, y esa gran olvidada (aquí) que fue la delicadísima Mercedes Simone. La perla de agua de Rojo tango (y el espectáculo tiene perlas como para hacerse un collar de dos vueltas) es un valsecito criollo de la Simone, 'Cantando', que Cecilia interpreta con la justa emoción, sin subrayados, con la fluidez depurada de las grandes artistas. Se ha traído para su recital al quinteto perfecto, igualmente imprevisible, igualmente elegante, sin el menor exhibicionismo formal. Un quinteto liderado por un gran pianista, Freddy Vaccarezza, que hace pensar en un Bill Evans tanguero, y que en la segunda mitad del espectáculo cede 'sus marfiles', como dicen ellos, a Emilio Solla, otro maestro, que se vino con la Rosetto para Dame un beso y aquí se quedó. Del quinteto hay que destacar también al joven bandoneonista Mariano Cigna y a un violín veteranísimo, Julio Toto Graña, tan veterano que tocó con Canaro, y todavía parece estar tocando allí, con el corazón detenido en una farra feliz de Armenonville. No se pierdan a la Rosetto cantando y contando como nunca (también cuenta; también hay monólogos, y mucho humor) en Rojo tango, en el Principal, al final de La Rambla. Repito: hasta el 29 de julio.
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