Eteocles y la democracia
No hay la menor duda: a Juan Aranzadi no le ha gustado mi columna Huir en Euskadi, en la cual discrepo de su 'ética del fugitivo', sobre la base de unas entrevistas de prensa donde J. A. la explica diáfanamente. No cambie una cosa por otra. La recensión elogiosa de sus libros ya se la hicieron en otro lugar de este diario. Yo me limité a anunciar cordialmente su publicación, tratándole con un respeto que tristemente falta en su réplica. Para J. A., mi columna es 'ignorante y viperina'; mis alusiones, 'miserables', y yo soy 'maniqueo', alinéanme con el Comité Central de la Cruzada Mayororejista. Dejando de lado el estupendo descubrimiento de que estoy al servicio del PP, cosa que Aznar probablemente ignora, sólo he de decir que quien sustituye los argumentos por las descalificaciones y los insultos se retrata a sí mismo.
Me interesan otras cosas. Hablemos de Eteocles. Posiblemente J. A. ha leído a Esquilo, pero es seguro que no lo ha entendido. La consideración de Eteocles como demócrata, dice, 'habría hacho morir de risa a su hermano Polínice'. Quizás, diría yo, porque Polínice encarna en la tragedia al agresor y no hubiera apreciado el sentido de las palabras que su hermano pronuncia en el ágora ante los tebanos para exhortarles a la defensa de su libertad. La conciliación que tan extraña le parece a J. A. entre discurso democrático y emisor monárquico de ficción, tomado del mito, constituye un recurso mil veces usado en la literatura. 'Es claramente la polis democrática lo que domina la escena -escribe V. Ehrenberg en De Solón a Sócrates-; desde la primera línea de Los siete contra Tebas, Eteocles es el líder responsable de los ciudadanos'. Y lo que propugna Eteocles es una ética del compromiso con la libertad de su ciudad, algo que no podía pensarse en el tiempo de tiranos en que escribe Arquíloco. ¿Se ha enterado J. A.?
Creo que lo anterior puede aplicarse a Euskadi aquí y ahora. Y, si alguien huye o se esconde, es su opción personal, pero, por favor, que admita la posibilidad de la discrepancia ante su forma de huida. Tampoco coincido, por supuesto, en la estimación acerca de la compatibilidad entre democracia y racismo. J. A. cita los ejemplos de Estados Unidos y de Israel. A mi juicio, habrá entonces instituciones democráticas, pero no democracia. Precisamente la política de destrucción del pueblo palestino llevada a cabo en Israel, hoy con Ariel Sharon a la cabeza, es la mejor prueba de esa ausencia. Algo que no resultainútil evocar pensando en el futuro de Euskadi.- Antonio Elorza.
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