El mundo, más o menos
Me llama mi amigo Jaume Sisa para invitarme a su concierto de la plaza del Rei. Le digo que voy, aunque le había prometido a mi hija Ona, de siete años, que esta noche le leería un capítulo de Balzac i la petita modista xinesa. Pido mi acreditación. El burócrata de turno me da razones poderosas para no dejarme pasar. Paso y me siento en las sillas. Una verdadera tortura para las posaderas. Pero todo sea por ver a ese Pessoa galáctico y...
¡Eh! ¡No se vayan! ¡Era una broma! Somos nosotras, mis cincuenta mejores amigas y yo. No tenemos ninguna hija, y la hija que no tenemos tampoco se llama Ona! ¡Sólo queríamos saber qué se siente como periodista al hacer la tradicional crítica anual a las sillas de la plaza del Rei! Y queríamos saber si, como aseguran nuestros colegas, el presente histórico es tan gustoso. Ahora empieza la crónica de verdad, en pretérito indefinido, por favor, quédense. Además, Jaume Sisa nos provoca una cierta sensación gaseosa, o sea que a continuación leerán una crónica optimista. Todo lo que nos pase será bonito.
Si cuando era miope Jaume Sisa estaba en las galaxias y a veces bajaba, ahora de allí ya no se mueve
'Hola, venimos de EL PAÍS', dijimos al señor de la puerta. 'Hombre, pues pasen, pasen, no faltaría más', contestó él. En el camerino gótico, Jaume Sisa, galáctico, nos contó la operación que se ha hecho para corregir la miopía. Los que somos miopes, cuando nos ponemos las gafas no vemos un mundo más bonito como creen los no miopes, sino un mundo feísimo: lo que sin gafas creías que eran gaviotas en medio del mar, con las gafas te das cuenta de que son bolsas de plástico. Sisa, miope desde los cinco años, nos explicó que la operación ha cambiado su vida de una manera brutal, que antes dependía de una ortopedia y ahora no. 'Pensaba que no habría salvación para mí'. Mis cincuenta mejores amigas miopes y yo estamos esperando, porque creemos que esta operación es como los DVD, que seguro que con el tiempo bajarán de precio.
Sisa nos dijo también que los que compran sus discos y los que le van a ver tienen 20 años o 50. Los de 30 a 50 no van. 'Es porque ya habéis perdido la inocencia y todavía no la habéis recuperado. Estáis en esa época horrible en que te crees el rey del mundo. Yo me disciplino para ser inocente, es un trabajo interior'. Después cotilleamos suavemente sobre los cantautores. Según Sisa, son una mezcla de profeta contemporáneo de masas y trovador de los caminos. 'Los rockeros corren el riesgo de creerse alguien'. Luego tenía que concentrarse y le dejamos solo. Ya venía cambiado de casa.
Nos sentamos en las cómodas sillas y a nuestro lado -sin querer, claro- se sentó Narcís Serra, y luego Ferran Mascarell. 'Qué bien', pensamos con optimismo, 'si hay un terremoto y hay que evacuar la plaza del Rei, ya sabemos por qué fila empezarán'. Luego, mientras nos acomodábamos, sonó la voz de Constantino Romero tapa negra, es decir la voz que en todas las obras de teatro te dice que desconectes el móvil y no fumes. Como ésta es una crónica optimista, nadie fumó, pero los no fumadores estábamos deseando que alguien nos lo pidiera para decir: 'Fume, fume, por Dios, si estamos al aire libre'.
Después el señor Voz, es decir, Constantino, apareció de verdad. ¿Vendría a oírse? ¿Se hace caso a sí mismo cuando prohíbe hacer fotos con flas? ¿Desconecta su móvil?
El concierto empezó puntual (somos optimistas) y nadie sacó los mecheros.
Si cuando era miope Jaume Sisa estaba en las galaxias y a veces bajaba, ahora de allí ya no se mueve. Todos nos reíamos con las canciones, pero lo hacíamos en voz alta, para hacernos los chulos, para no quedar como unos burros terrenales y materialistas. Es que verán, a pesar de que nos emocionamos con El setè cel, se nos notaba, no me pregunten por qué, que a todos nos había ido bien en la vida. Total que él venga a cantar sobre els buscadors de l'elixir dels bolets, y nosotros venga a reír en voz alta y querer legalizarlo todo.
Cuando el concierto terminó, aunque el galáctico se veía cansado, pedimos un bis y nos lo ofreció. Luego pedimos otro, y otro y otro. Le llamábamos guapo, pero no era peloteo. Sisa tiene un aspecto desvalido, el aspecto del que se ha tomado demasiados bolets en los sesenta, y eso gusta mucho a las mujeres de tipo maternal. Hizo tres bises y al final, sí, sí, sí, cantó Qualsevol nit pot sortir el sol. No se acordaba demasiado bien de la letra, pero la tenía apuntada por allí. Cuando un cantautor te canta una canción de las emblemáticas, siempre te sientes un poco culpable.
Antes había llegado el momento participativo. Como esto es una crónica optimista, cuando Sisa dijo: 'I ara, sisplau, digueu guau guau; i ara, sisplub, digueu bub bub', nos pusimos a ladrar como los 'ciento un dálmatas'. Y tendrían que habernos visto a todos, a nosotras, a Martina Ros, la editora de Edicions 62 (con lo que debe de ganar), a Narcís Serra, a la mitad de los croniqueros de EL PAÍS, aullando como chuchos, al actor Marc Matínez, ¡auuuu, grrr, brrr, bub!, ¡brrr, bub!, a Oriol Regàs.En medio de la plaza del Rei, sentados en cómodas sillas, sin mecheros, pensando que sí, que, ¡guau!, visca la llibertat, y por fin sacando de dentro un escondido acento xava -'ca fort, ca fort, es ca fa ho ca vol amb la veu', y tal- carismático, miope y feliz.
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