Chispa y rutina
A principios de los sesenta, los músicos británicos hicieron un descubrimiento embriagador: el blues y sus descendientes. Mientras muchos optaban por la vía purista de la aproximación respetuosa, los alevines prefirieron darle una vuelta de tuerca al asunto, supliendo finura por intensidad, pisando el acelerador, subiendo el volumen. Ésa fue la ruta elegida por los Rolling Stones, los Animals, los Who, los Kinks, los Pretty Things, los Yardbirds. Y resultó una decisión altamente productiva: inventaron una música personal que sigue con nosotros hasta el presente.
Así que choca encontrarse ahora con Bill Wyman, uno de los antiguos insurgentes, instalado en el bando contrario. Cierto que dedicarse a reproducir fabulosos discos añejos puede ser estéril pero también debe tomarse en consideración una particularidad: por la dinámica interna de su comunidad, los músicos negros carecen mayormente de nostalgia y ha recaído en alumnos blancos la tarea de mantener vivas las viejas formas del boogie, el swing, el rhythm and blues.
Bill Wyman's Rhythm Kings
Bill Wyman (bajo, voz); Gary Brooker (teclados); Georgie Fame (órgano Hammond); Beverley Skeete (voz); Albert Lee (guitarra); Terry Taylor (guitarra); Graham Broad (batería); Cuartel del Conde Duque, Madrid. 10 de julio.
En el concierto de Bill Wyman y los Reyes del Ritmo hay un recuerdo para el desaparecido John Lee Hooker: unos días antes, en Galapagar. No se le mencionó en la descarga de George Clinton, alguien que compartió ciudad con el bluesman pero que evidentemente no siente la necesidad de evocar a los ancestros. Lo de Wyman y su tropa oscila entre lo sublime y lo trivial, con concesiones a la galería como las protagonizadas por el invitado Mike Sánchez.
Ausencia por enfermedad
Puede que la ausencia por enfermedad del guitarrista acústico Martin Taylor haya afectado al equilibrio del repertorio: en esta gira, se ignoran las apreciables composiciones originales en favor de machacadas clásicas de Louis Jordan, Jackie Wilson o Louis Prima. Caen algunas piezas inesperadas, de J. J. Cale o de los mismos Rolling Stones, pero son pocos los momentos en que se rompe el automatismo. Claro que éstos van a quedarse en la memoria del público, que siente el pellizco y se pone en pie con la visceral recreación de I put a spell on you, a cargo de Beverley Skeete o tras el duelo entre el espectacular Frank Mead y Albert Lee. Este último demuestra constantemente su talento como guitarrista imaginativo, tan admirado por la élite de Nashville, y brilla especialmente en temas de rockabilly, mientras que el gran Georgie Fame parece ahora inclinarse por la ley del mínimo esfuerzo y se conforma con hacer presentaciones y ejercer de respaldo, ignorando a los que le piden Yeh, yeh o Get away.
A Gary Brooker se le concede el privilegio de cantar su gran éxito -A whiter shade of pale, de sus tiempos con Procol Harum- y se agradece, aunque molesta que desde el escenario se nos invite a prender los encendedores: dejen al respetable que elija tales detalles. ¿Y Wyman? Tal vez sea cierto que disfruta mucho con su actual orquesta, pero no lo aparenta o está demasiado ocupado siguiendo el teleprompter que rige el desarrollo del espectáculo (igual, igual que en las giras de los Stones). Que se sepa: su famosa cara de palo no era culpa de la pareja Jagger y Richards.
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