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Reportaje:Tercera etapa | TOUR 2001

El Tour ya no manda

La carrera francesa se ve incapaz hoy día de imponer su ley en su propio territorio

Carlos Arribas

El Tour, la imagen mítica del Tour, era una burbuja amarilla. Un espacio geográfico variable, en perpetuo movimiento, que comenzaba en el punto en el que el primer motorista abría la carrera y terminaba en el coche escoba. En la salida y la llegada montaba también su espacio propio de forma temporal, con sus fronteras bien definidas. Territorio Tour regido por las leyes del Tour. Y en caso de duda, dos directores dictadores para resolver, Jacques Goddet y Felix Levitan. Sus sucesores intentaron mantener el orden y el estilo pero su choque con la sociedad, que avanzaba en otra dirección, parecía inevitable. Llegó 1998. Caso Festina. Una aguja afilada pinchó la burbuja Tour. Fin del mito. Las cosas nunca serán iguales. Desde entonces, el Tour, su orden, sus leyes, su reglamento, tradiciones y costumbres, cada vez pinta menos. En 2001 está alcanzando sus mínimos históricos.

La carrera francesa, uno de los grandes acontecimientos deportivos del mundo, un gran poder económico también, cedió primero parte de su poder a la federación internacional, a la UCI, que impone su criterio hasta en asuntos tan nimios como el de la regulación de los pasos a nivel. El domingo, dos corredores fugados se quedaron parados ante una barrera ferroviaria. Según el reglamento del Tour, actualizado para la edición 2001, el pelotón, al encontrar el paso abierto, no se tendría que haber parado; según el reglamento de la UCI, sí. El pelotón se paró.

Pero la UCI, otra burbuja del famoso modelo de autonomía de las leyes deportivas frente a las leyes ordinarias, tampoco lo tiene muy bien para actuar de paraguas del Tour. Segundo caso. Tour 2001. Lunes pasado. 17.00 horas. 15 minutos antes de que acabe la etapa en Amberes (Bélgica), la dirección del Tour recibe una llamada de Jan van Gestel, el comisario antidopaje de la UCI . 'Hemos anulado los controles de hoy. El Gobierno autónomo de Flandes ha enviado a sus propios médicos y exige que sólo se hagan sus controles'. La UCI no se enfrenta a Flandes. El Tour no puede sino asentir, aunque ello suponga traicionar sus 10 famosas medidas antidopaje que deberían significar la renovación total desde bases éticas. Una de las 10 medidas era que todos los días se realizarían ocho controles, que todos los ganadores de etapa y el maillot amarillo no se librarían nunca. Los otros seis serían elegidos por sorteo. Y a todos se les analizaría, en París, la orina en busca de EPO. El Gobierno flamenco impuso sus normas, y su lista de ocho corredores. 'Supongo que harían un sorteo puro, pero yo no estaba presente cuando lo hicieron', dice Van Gestel. 'Es la ley de Flandes, y la UCI no podía hacer nada. La ley es la ley'. En la lista flamenca, la que se impuso, no figuraba ningún belga, ni siquiera el héroe del día, Marc Wauters, que había ganado la etapa y conseguido el maillot amarillo de líder. Los análisis, además, se harán en el laboratorio de Gante, que no tiene medios para buscar la EPO. 'Pero la ley es la ley', repetía, impotente, Van Gestel, que es holandés. Desde que comenzó el Tour, el Gobierno flamenco, la agencia antidopaje australiana y el ministerio de Deportes francés han efectuado sus propios controles antidopaje a los ciclistas.

'Eso pasa cuando el poder deportivo permite que le regulen desde fuera', dice Manolo Saiz, director del ONCE-Eroski y de la asociación internacional de equipos. 'Ya que el Tour no dice nada, los equipos, por lo menos, deberíamos escribir una carta de protesta', decía, tirando a enfadado, José Miguel Echávarri, director del iBanesto.com. 'Debemos saber claramente a qué ley debemos atenernos'. A la ley del Tour, evidentemente, ya no.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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