Naúfragos de la autopista
La avería del autobús que los lleva a Casablanca deja varados a 52 magrebíes en Lozoyuela
Lozoyuela. Diez de la mañana. Kilómetro 68 de la N-I. El renqueante autobús de matrícula francesa da un último resoplido y se para. No es la primera vez, pero sus 52 pasajeros, que han perdido la cuenta de las ocasiones en las que el polvoriento vehículo ha detenido su marcha desde que salieron de París, hace ya 1.300 kilómetros y más de 25 horas, temen que sea la última. Pero no han llegado a su destino. Están sólo a mitad de camino, a 1.200 kilómetros de la localidad marroquí de Casablanca.
En el autobús viajan adultos, ancianos y una veintena de niños de origen magrebí que comparten asiento con centenares de maletas, paquetes y bultos de mano. Tras el vehículo, un remolque lleno a reventar carga con el resto de las pertenencias que los acompañarán en el paso del Estrecho, un viaje que este año harán 2,3 millones de magrebíes, según datos de Interior.
A las diez de la mañana, el conductor aún tiene esperanzas de conseguir, una vez más, que el vehículo reemprenda su viaje. Pero sus esfuerzos son inútiles. A las tres y media de la tarde, los náufragos de la autopista llaman al teléfono de emergencias 112. No tienen agua, ni comida para los niños, y el sol azota la explanada en la que se han quedado varados. La avería parece que va para largo y empieza a ser urgente encontrar un lugar para pasar la noche.Desde el 112 se avisa, en primer lugar, a la Guardia Civil, pero los agentes que llegan al lugar de la avería poco pueden hacer por arreglarla y se dan cuenta de que es prioritario atender a los hambrientos y desesperados pasajeros. Vuelven a llamar al 112 y el servicio de emergencia pone en marcha el operativo: voluntarios de la Cruz Roja llevan al lugar alimentos, agua y leche para los niños. También llega la alcaldesa de Lozoyuela, Marisa Álvarez.
Hiam Ait Elkhal, la única pasajera del grupo que habla español, explica su odisea. Nada más salir de París, el autocar se paró por primera vez. Nadie le dio importancia a un incidente 'rutinario' en un viaje de más de 2.400 kilómetros. 'Pero el autobús se detuvo muchas más veces mientras estábamos en territorio francés', cuenta Hiam. 'Una pasajera se bajó en Burdeos y cambió de compañía porque no aguantaba los continuos parones que hacíamos'.
Nada más entrar en la Comunidad de Madrid, el autocar se detuvo del todo. Según comentaron los pasajeros, un fallo en un pistón y la consiguiente falta de presión causaron la avería definitiva. El vehículo entró en la vía de servicio de Lozoyuela, de la que ya no se movió. 'Al principio pensábamos que era una parada más, pero luego nos dimos cuenta de que algo no iba bien porque el conductor se marchó al pueblo a llamar por teléfono y tardó mucho', explica uno de los pasajeros mientras Hiam traduce a toda prisa.
El día pasaba, el calor aumentaba y el autocar y el remolque seguían varados en medio de la explanada asfaltada de un taller mecánico. Fue entonces cuando se decidieron a pedir ayuda.
Los voluntarios de la Cruz Roja de Tres Cantos llevaron el agua y también leche y bocadillos que recogieron en el albergue de San Isidro, en la capital. Para entonces, y a la vista de que la avería no tenía arreglo, ya se había avisado a la alcaldesa de Lozoyuela para que intentara alojar a los viajeros en el municipio.
En un principio se pensó en alojar a los 52 magrebíes en el antiguo parque de bomberos de la localidad, pero éste carece de servicios básicos. Enseguida se pensó en el polideportivo de Lozoyuela, una moderna instalación inaugurada hace dos años. 'Hay que tener en cuenta que el municipio tiene sólo 600 habitantes y que había que improvisar una solución para que no duerman dentro del autobús, por eso me he decidido por el polideportivo', explicó Marisa Álvarez. 'Además, es el único sitio que tiene duchas, agua corriente y servicios separados, además de grandes zonas en las que puedan dormir', concluyó la regidora. Los únicos perjudicados por la elección fueron un grupo de chavales que jugaba, como todos los domingos, un partido de fútbol en las canchas del polideportivo.
Una vez elegido el sitio, el problema era trasladar al medio centenar de náufragos al polideportivo. Al final, el traslado se hizo en dos furgonetas (una de la Cruz Roja y otra del Ayuntamiento) y un todoterreno municipal. Fue necesario hacer más de un viaje. Los niños, las madres y los ancianos fueron los primeros en marchar hacia el polideportivo. Todos los viajeros se llevaron los bultos imprescindibles para pasar la noche. Algunos eran tan pesados que tenían que transportarlos entre dos personas. Un coche patrulla de la Guardia Civil con las luces azules encendidas abría la comitiva por el arcén para evitar el largo atasco que había ayer por la tarde de entrada a la capital.
La Cruz Roja llevó desde Madrid 50 mantas, y desde Tres Cantos llegaron 48 litros de arroz con leche, 4 kilos de leche en polvo, 12 kilos de galletas, 12 litros de natillas y 18 cajas de queso en porciones. Los facultativos de una UVI móvil del Servicio de Emergencias y Rescate de la Comunidad de Madrid (Sercam) atendieron a los magrebíes, pero sólo una mujer con una dolencia de estómago les dio algo de trabajo. Una ambulancia montó guardia toda la noche en la puerta del polideportivo por si era necesario trasladar a algún pasajero.
Los viajeros, que habían pagado 1.000 francos (unas 24.000 pesetas) por el accidentado viaje, se preguntaban ayer cómo iban a llegar a su tierra. El conductor no sabía anoche si el autobús podrá ser reparado o tendrán que esperar a que la empresa les mande otro desde París. Demasiado retraso para quienes llevan un año esperando unas vacaciones en casa, al otro lado del Estrecho.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.