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Crónica
Texto informativo con interpretación

Si no fuera por Paquito el chocolatero...

Los mozos pamploneses tienen un recurso infalible para no morirse de aburrimiento cuando las corridas transcurren malas y plúmbeas, cual era el caso, y es ponerse a cantar. La verdad es que cantan muy bien a coro y da gusto oírles. En cambio da pena que no amplien su repertorio a lo regional, con las bonitas canciones que hay en Navarra, sobre todo joticas de mucho sentimiento. Y siguen cantando lo de siempre. Un cuarto de siglo largo llevan repitiendo las mismas piezas. Su canción crucial es Paquito el chocolatero. Si no fuera por Paquito el chocolatero a lo mejor ni iban a los toros; así está la cuestión.

Otra de las piezas básicas es La chica ye-ye, que creó Conchita Velasco hace la tira, y desde entonces la atacan las bandas en el coso, varias veces durante la corrida sin que venga a cuento, y los mozos la corean con mucha delectación.

Millares / Esplá, Encabo, Marco

Toros de Manuel Ángel Millares, discretos de presencia los dos primeros, 3º chico, resto grandes y con trapío, el 6º sobre todo; de poca casta y en general deslucidos. Luis Francisco Esplá: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada corta atravesada (silencio). Luis Miguel Encabo: bajonazo descarado que asoma (silencio); pinchazo perdiendo la muleta y estocada trasera ladeada (sale a saludar por su cuenta y palmas). Francisco Marco: dos pinchazos y tres descabellos (silencio); media estocada caída y descabello (palmas). Plaza de Pamplona, 8 de julio. 4ª corrida de feria. Lleno.

Sería injusto olvidar el Vals, de Astráin, que posee asimismo tradición en las corridas sanfermineras y raro es el día que no se canta pero sin tanto entusiasmo como Paquito el chocolatero. Un amigo navarrico de pura cepa, sanferminero cabal, le tiene dicho a la familia (y a servidor en calidad de albacea para este menester) que cuando lo entierren le han de cantar Paquito el chocolatero. Y seguro que así se haría si se fuese a morir alguna vez, cosa que no ocurrirá nunca jamás.

De manera que en Paquito el chocolatero estuvo la distracción, la alegría y la esperanza de llegar a buen fin en la tarde espesa, dentro del inquietante coso cerrado por arriba mediante una nube cárdena, desabrido por abajo a causa del descastamiento generalizado de unos toros impropios de esta feria.

Los diestros bastante hicieron con presentarles pelea y estar sumamente voluntariosos. Nada se les podría reprochar en este aspecto. E incluso se debería destacar la probidad profesional de Francisco Marco, torero de la tierra, que intentó realizar siempre el toreo en pureza. Embraguetándose en las verónicas, presentando adelante la pañosa y ejecutando los pases con sujeción a los cánones, incluida la cargazón de la suerte. Luego, sí las faenas carecieron de brillantez fue porque los toros tampoco la tenían, cantaban su falta de casta (de clase por tanto), se paraban y hasta podían jugar un disgusto como hizo el sexto con sus violentos derrotes y sus medias arrancadas.

Luis Miguel Encabo lo intentó todo, largas cambiadas de rodillas, chicuelinas, navarras, buena brega, intervenciones banderilleras (aunque en estas tuvo poca fortuna); muletazos de rodillas, derechazos, naturales, sin que acabara de cuajar ninguna tanda completa por los mismos inconvenientes de unos toros incapaces de embestir empleando una mínima fijeza y continuidad.

En similares circunstancias se encontró Luis Francisco Esplá, que la mala corrida no reservó ni favoritismos ni excepciones para nadie. Y resolvió los problemas haciendo uso de su maestría habitual, según cabía esperar. Poco lucido en banderillas, emocionó -no obstante- el cuarto par que prendió de propina, por los terrenos de dentro, al primer toro. Práctico y escasamente templado en las faenas de muleta, estuvo excelente Esplá como lidiador, convirtiendo en exhibición su conocimiento de los terrenos, su técnica capotera, su gusto para lancear a toro corrido o gallearlo de frente por detrás.

Reaparecía Esplá en Pamplona 13 años después de que le pegaran un broncazo cruel e injusto y sufriera intentos de agresión simplemente por no banderillear un pablorromero endemoniado al que, en cambio, lidió derrochando vergüenza torera. A su regreso, parecía que muy pocos en el tendido guardaban memoria de aquella sórdida tarde (los mozos que le gritaban serán ahora respetables padres de familia), pero Esplá seguramente notaría pocos cambios. El ambiente sigue siendo el mismo, las peñas ocupan el lugar de siempre armando el mismo bullicio, el estruendo no ha decrecido, y además ya entonces se cantaba en la plaza Paquito el chocolatero.

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