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Columna
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¿Familismo?

El efecto Zapatero parece haber nacido con buen pie tras la excelente impresión que causó su puesta en escena del debate sobre el estado de la nación. Nada de leer, sino improvisar, maneras fáciles, estilo liviano, soltura de gestos. Algo tan inesperado que logró tomar por sorpresa al propio Aznar impidiéndole amenazar, como le resulta habitual. Por desgracia, luego Zapatero perdió en su réplica los papeles. Pero lo malo no fue eso, sino la casi total ausencia de contenido en su discurso. Una vez más, la forma tapó el fondo, pues aunque todo lo dijera muy bien, a fin de cuentas no vino a decir nada en realidad.

Por eso se esperaba con cierta expectación el manifiesto Ciudadanía, libertad y socialismo con que Zapatero acaba de presentar la próxima Conferencia Política del PSOE. Pero también aquí se han impuesto las formas sobre los argumentos de fondo, con abuso de retóricas a la moda como ciudadanía, equidad, civismo, etcétera. No obstante, aunque el estilo siga siendo el mismo (con la oposición útil, el cambio tranquilo y la búsqueda de acuerdos como principales tópicos), esta vez sí parece haber contenidos. Dos grandes líneas de oferta se dibujan, para distinguirse del centrismo de Aznar, y ambas parecen igualmente prestadas de la tercera vía de Giddens-Blair.

Respecto a la cuestión territorial, un difuso federalismo maragallista, con 'devolución de poderes' al nivel local. Y respecto a la cuestión social, una política de servicios públicos de apoyo a la familia. Esto último ya estuvo presente en su discurso del debate sobre el estado de la nación, por lo que parece constituir su idea fuerza dominante. Y aunque resulte discutible su fórmula verbal (pues la defensa de la familia pertenece a la tradición ideológica de la derecha conservadora), su contenido sí merece un caluroso aplauso.

El punto fuerte de la socialdemocracia siempre ha sido la irrenunciable igualdad de oportunidades. Aquí se inscriben las políticas de servicios públicos, infraestructuras, derechos sociales, educación igualitaria (que hoy ha de estar centrada no en contenidos, aunque sean los del Quijote, sino en capacidades, como las necesarias para readaptarse a la llamada Sociedad del Conocimiento), y también la política de género, conciliadora de la realización personal con la dependencia familiar. Pero más allá de la igualidad de oportunidades está la retribución de las realizaciones, que deben ser diferencialmente recompensadas en función de los méritos desarrollados.

Y la socialdemocracia nunca ha tenido muy clara esta política meritocrática, que parece oponerse al dogma de la redistribución de la renta. Sin embargo, lo progresista es premiar el trabajo y penalizar la inactividad. De ahí lo importante que me parece el punto del manifiesto que reclama 'ayudar a los ciudadanos', pero 'estimulando la responsabilidad' de quien reciba la ayuda. Y en esta misma dirección apunta la propuesta del tipo único, que defiende una fiscalidad no penalizadora del trabajo. Ahora bien, todo esto suena demasiado a tercera vía social-liberal, y debe ser reequilibrado con medidas compensatorias. Aquí es donde aparece la Renta Básica de Ciudadanía, como impuesto negativo que convierte en progresista el tipo único fiscal. Pero esto solo no basta, pues hace falta algo más.

Y lo que yo echo de menos es una política de fomento del empleo tanto de las mujeres como de los jóvenes, pero no entendidos como miembros de una familia, sino como personas individuales sujetos de derechos. Gosta Esping-Andersen ha demostrado que las sociedades familiaristas, como la española, se encuentran atrapadas en la trampa de la baja actividad económica, que impide formar nuevas familias, eleva la carga de las pensiones de vejez y penaliza el trabajo juvenil y femenino. Pues bien, la única forma de salir de esa trampa es invertir en los jóvenes y en las mujeres, para que se formen, hallen empleo estable y hagan crecer la base imponible. Por eso propongo sustituir la política de ayuda familiar por una nueva política de edad y de género.

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