Éstas son lentejas
Se ve que no daban para más... Ni toros ni toreros. Los toros de la llamada Feria del Toro salieron como en todas partes: flojos y conformistas. Los toreros también en lo que a conformismo se refiere. Parece ya inútil ponderar, pedir, comparar, aducir paradojas, apuntar corruptelas, denunciar el estado de la cuestión: la fiesta es como han querido hacerla los taurinos y éstas son lentejas: o las tomas o las dejas.
Todo es conformismo en la fiesta, así sean toros, toreros o público. Los toros podrían sacar fachada, cual era el caso de los Torrestrella, pero perdían pata y, a la de embestir, mostraban una enternecedora docilidad. Los toreros -los tres: Liria, Puerto y Califa- se pondrían farrucos, harían ademanes de allá voy, mohines de acá vengo, bravucones gestos de te daba así (al toro); mas el toreo verdadero lo dejaban para el gato. Y al público le traía sin cuidado pues sólo le interesaba que hubiera orejas.
Torrestrella / Liria, Puerto, Califa
Toros de Torrestrella, en general bien presentados (3º, con poca cara, bajó mucho, mientras 6º fue grande, con 620 kilos), en su mayoría cornalones, todos flojos, encastados y manejables. Pepín Liria: estocada baja (silencio); dos pinchazos, estocada caída, rueda de peones y descabello (silencio). Víctor Puerto: estocada (escasa petición y vuelta); estocada corta (oreja con escasa petición). El Califa: bajonazo saliendo perseguido (escasa petición y vuelta por su cuenta); estocada y descabello (silencio). Plaza de Pamplona, 7 de julio. 3ª corrida de feria. Lleno.
Al público sólo le interesaban las orejas y solazarse en la algarabía primero, con la merienda después , que en esta plaza y durante los fastos sanfermineros es manjar abundante y bien condimentado. Elu, sin ir más lejos, condimenta de maravilla la abundante manduca y Masito, su esposo, hace de la sangría néctar. Y ya dirá el profeta qué importan toros, toreros y toreo habiendo bocatas exquisitos y finos elixires que acarician paladares y reconcilian el espíritu con la gracia divina. De manera que la gente compensaba el aburrimiento haciendo por la vida, en medio del tremendo estruendo que arman los mozos de las peñas.
Algo de politización de la fiesta hubo. En barrera de sol colocaron una pancarta que pedía 'la salida de las fuerzas de ocupación de Euskal Herria'; así, como suena. Y en andanada, otra inmensa, alusiva a los efectos que puede producir en la plaza del Castillo la 'fiebre Barcina', según suena también. Se refería a los aparcamientos subterráneos que se proyectan para la famosa plaza, y Barcina -Yolanda Barcina- es la alcaldesa que, por cierto, presidía la corrida. Al llegar la pegaron gran pitada. Pero era testimonial y al minuto ya estaban los mozos cantando el himno de Eurovisión, las cuadrillas marcando el paseíllo, los alguacilillos cruzando el redondel a galope tendido, mientras una peña lanzaba globos, otra botaba por el graderío un muñeco de goma, varias coreaban el Vals de Astráin, y sin que se oyera el clarín pues lo impedía la descomunal algazara, saltaba a la candente el primer Torrestrella, ora dando guerra ora pegando tumbos.
Ese Torrestrella saco casta agresiva, tendencia derrotona, peligro en sus avisadas acometidas, y Pepín Liria le plantó cara en un meritorio muleteo de generosa entrega, que no pareció agradecer mucho la afición (si es que había alguna entre la alborotada multitud). La faena al cuarto la inció Liria en el platillo, donde citó de rodillas, aguantó así la vivaz arrancada del toro cambiándole el viaje por la espalda, y siguió ligando derechazos en la misma posición. Un alarde todo ello que, sin embargo, apenas se aplaudió. La valentía de Pepín Liria, que mantuvo trasteo adelante, tenía escaso eco, es evidente.
Mejor acogida se dio a Víctor Puerto que realizó sendas faenas reposadas, con oficio y templanza, y tablas para saber cuándo suplir el toreo fundamental de redondos y naturales por suertes efectistas -el circular metiéndose en el costillar, por ejemplo- que impresionana la galería.
La actuación de El Califa, en cambio, se caracterizó por los bajos tonos, incluso cuando trazaba largos los naturales -que dio en numerosas tandas- pues los ejecutaba descargando la suerte, carecían de emoción y acababan desvaídos.
Tanto el Califa como Puerto iniciaron una de sus faenas dando en el platillo el pase cambiado por la espalda y de Liria ya se ha dicho. A lo mejor la imaginación no les daba para más.
Babelia
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