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LA CRÓNICA
Columna
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Alas sobre ruedas

El próximo sábado empieza la Vuelta a Francia, la primera del siglo. Aprovechando las vacaciones y la proximidad geográfica, muchos catalanes repetirán la tradición de llevar a sus hijos a presenciar alguna etapa pirenaica, con jodidas carreteras en las que los ciclistas se rompen las piernas intentando vencer la fatiga, la ley de la gravedad o una de esas nieblas de verano que se instalan en la cima. Éste no será, sin embargo, un Tour como los demás. En un desesperado intento por limpiar su prestigio, la organización intenta evitar los escándalos de dopaje de las pasadas ediciones. Para empezar, 10 medidas en las que se exigen el respeto por el código ético, el compromiso de equipos y corredores, y un control médico solvente. El equilibrio entre las exigencias morales y el sentido del espectáculo con intereses millonarios es frágil. Cuanto mayor es la gesta, más cuantiosos son los beneficios. Y eso requiere héroes y milagros inducidos por los estimulantes. En España, nadie ha destapado todavía el contenedor de la basura, aunque tres de los corredores patrios más famosos (Olano, Induráin y Delgado) hayan dado positivo en algún momento de su carrera.

En Francia, en cambio, y a rebufo del escándalo protagonizado por el equipo Festina (hispano-andorrano, por cierto) y el juicio de Lille, se han multiplicado los testimonios sobre la materia. Los que se han atrevido a hablar lo confirman: existe un submundo paralelo que estimula e intoxica a muchos corredores que temen quedar descolgados del pelotón y que se meten lo que les echen para ganar. Esta práctica, que en principio pretendía acelerar la recuperación de los participantes, ha creado una legión de adictos a toda clase de pócimas para mejorar sus ya de por sí atléticas condiciones. Javier García Sánchez, novelista y sin embargo ciclista, ya describió la dureza de este deporte en un libro de contagiosa intensidad, El Alpe d'Huez. Dejó durante unos días la máquina de escribir para montarse en una bicicleta y emular a sus ídolos. Otros, por lo visto, han decidido hacer lo contrario y, tras vivir el dopaje sobre ruedas, han decidido relatarlo por escrito. Lo hizo Erwann Menthéour en el libro Secret défoncé, en el que el ex campeón de Francia fanfarronea sobre la tradición de estimulantes que domina el circuito profesional. Lo hizo Jérôme Chiotti en su libro De mon plein gré, en el que admite haberse dopado sin que nadie le obligara. Lo hizo Willy Voet, pieza clave de esta revolución química, en su libro Massacre à la chaine. Tras un chivatazo, el médico Voet fue detenido llevando en su coche un cargamento de sustancias prohibidas. Y recientemente lo ha hecho Bruno Roussel, director del equipo Festina, en un demoledor testimonio titulado Tour de vices. El hecho de que le costara pasar por la cárcel y tener que abandonar su profesión le da cierta credibilidad. No tiene pelos en la pluma y denuncia la existencia de una red de intereses que fomenta esta escalada. Ni los organizadores de las carreras, ni las federaciones nacionales e internacional, ni los patrocinadores ni los medios de comunicación son ajenos a este viscoso baile.

'El objetivo no era saber si estábamos dopados o no, sino evitar que los análisis dieran positivo', reconoce Roussel. Clenbuterol, anfetaminas, corticoides, lidocaína, todo vale para aumentar el rendimiento y rebajar las secuelas de un oficio demasiado duro para ser humano. Si incluso Eddy Merckx llegó a tomar cortisona, cualquiera se atreve a probar lo que sea y a aprender a moverse en un mundo en el que el médico y el consejero crean más adicción que la vocación, y en el que, por extensión, lo corrupto alcanza también a los métodos utilizados para ganar. Por ejemplo: pagar a un adversario para que te deje llegar el primero. A esta biblioteca para amantes del ciclismo polémico hay que añadirle un curioso ejemplo. Se trata de Positif, de Christophe Bassons, en el que el ciclista narra su experiencia de deportista limpio, su resistencia a caer en esta oscura tentación y la marginación de la que fue objeto. 'Quiero dar detalles sobre las etapas de este ritual iniciático que lleva a inyectarse no sólo para ganar, sino simplemente para existir en el seno de la familia'. ¿Qué clase de corredores veremos en el próximo Tour? ¿Héroes toxicómanos o gigantes de la carretera? ¿Se conformará el público con menos gestas a cambio de admitir un descenso de la espectacularidad o hay que seguir apretándolos hasta que revienten? Bassons, que quizá por negarse a entrar en el juego no tiene un currículo demasiado brillante, reflexiona sobre esta materia: 'El deporte de alta competición ha sido secuestrado por personas que no necesariamente son las más dotadas ni las mejores, sino simplemente las más decididas o las más inconscientes. Aprendices de brujo que dicen ser médicos se encargan luego de facilitar a estos kamikazes los medios para lograrlo'. Para los que todavía no están del todo desengañados, les diré que las dos etapas que nos pillan más cerca son las del 20 y 21 de julio. La primera, entre Perpiñán y Ax-les-Thermes. La segunda, entre Foix y Lairy-Soulan.

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